UN RECORRIDO POR LAS OFERTAS DE LA “NOCHE HOT” DE MAR DEL PLATA, CUANDO LA PLAYA QUEDA EN SEGUNDO PLANO
Travestis, segundas estrellas del mundo de la pantalla, strippers y comediantes de tono grueso alimentan un frenesí nocturno que marca un universo paralelo a la idea habitual del veraneo.
› Por Julian Gorodischer
desde Mar del Plata
Acatar una estética retro es indispensable para que la discoteca sea exitosa: la primera impresión en el boliche Pinar de Rocha, filial del original de Ramos Mejía entre los más populares de la costa, es un retorno a la boite de los ’80, cada vez que se vuelve a sentir en el paladar el sabor pastoso, más dulce que el azúcar de ese daikiri rojo furioso que descarta desde el vamos la presencia de una sola frutilla. El efecto que produce la sucesión de vasos con ese líquido dudoso es de embotamiento, pero también va sumiendo en una hipnosis temporaria, sobre todo en presencia de los personajes fijos del lugar. Se trata de mujeres que adoptan los mismos roles cada noche: la meneaíto baila sola, enamorada de sí misma y junto a una columna, los hits de otras décadas sin registrar una sola presencia alrededor; la pimpollo sólo se entusiasma ante los hits de los ’90, se exalta mirando hacia la multitud cuando suena “el baile del pimpollo” o “... te aseguro que me hundo en ti” y nunca celebra lo contemporáneo (si es que el DJ lo programara); la papichulo, en la pista de reggaetón, propicia el intercambio con los varones, que sin preguntarle una sola palabra la toman por atrás muy pegados a su cola, en un juego “al límite” del acoso que sólo se justifica por el desenfreno asociado a la banda sonora.
Y está también la estrella de esta temporada veraniega, la vedette o la concursante de Bailando por un sueño, como la uruguaya Claudia Fernández que ofrece un número hot con espuma y strippers (los jueves) o Gladys Florimonti, que luego de acertar durante el año con esa acosadora obscena (por libidinosa pero sólo con el jefe, persiguiendo al amo por la pista de hielo) llamada Zulma, ahora lo ejerce en vivo, en esta discoteca, conduciendo un concurso de bailarines que nunca domina la coreografía propuesta. La participación de famosos repentinos y vedettes recientes en la noche marplatense es “la moda”, como pasa en Villa Carlos Paz y en el Sunset de Olivos, esa zona que parece más accesible que los teatros de la avenida Luro, y que permite el contacto directo (sólo visual, porque los separa una tarima o un tablón) con el “ser televisivo”, lo cual no parece poco a juzgar por la desesperación que manifiestan los varones por ser elegidos para subir, y el entusiasmo que dedican a seguir las coreografías imposibles que pauta Zulma. A todos los convoca la interacción entre un “ser televisivo” y un ignoto, aunque llegue con la unidad esencial en esa relación: el insulto unidireccional y no recíproco. “Sos boludo, eh, sos pelotudo”, una y otra vez, logrando ese imposible que consiste en que el voluntario (aquí no son forzados a subir como en el teatro, sino que se postulan solos) reciba cálidamente cada mención a sí mismo como incapaz o idiota. Y todo transcurre armoniosamente, mientras el personaje de la Florimonti les pide que meneen y meneen, el pasito hot que resume todo el erotismo del mundo pero en el boliche de la calle Constitución, para que la actriz pueda luego concluir en voz alta: “Qué te pasa, tarado, ¿estás cogiendo vos?”.
“Hacé meneo/ uh, está culeando el gordo/ y el colorado está cogiendo”, así sigue la noche del show erótico que crece no en la exhibición del cuerpo de “las gatitas” y “los gatitos”, bailarines eximios que precedieron a la irrupción de Zulma, sino en el monólogo furioso, que se desprendió de los usos del humor revisteril (coronar con un chiste o un remate jocoso) para quedarse sólo con la guarangada. Dice el manager de una chica Playboy aspirante a estrella de show erótico (ya que se paga entre 1000 y 5000 pesos la noche, según el rango en el Bailando... de Tinelli o el cartel en alguna de las piezas de las avenidas Luro o Santa Fe) que “en Carlos Paz basta con un buen cuerpo y desinhibición porque el modelo es el show que tanto dio que hablar entre Nazarena y Mónica Farro, en la espuma: con desnudo, piquito entre las chicas y frote con el varón (el ex Gran Hermano Santiago Almeyda)”. Pero por una extraña evolución del género del “show erótico”, que perjudica notoriamente a las chicas Playboy o a las segundas vedettes que se ven excluidas de la changa marplatense, “Mar del Plata –sigue Rubén, el manager– prefiere que sepan hablar, que manejen público”, lo cual significa la posesión de dos talentos poco frecuentes y muy bien pagos: insultar sin que el otro se sienta agredido y coordinar varias frases hasta componer un monólogo simple pero sostenido a lo largo de unos diez a quince minutos. Como esa participación en los boliches se concreta después de las 4 de la mañana, cuando la cabeza “no funciona a pleno” –dice el manager–, el descarte de candidatas para los shows se da por selección natural y sin desplantes ni virulencia.
El mayor atractivo de asistir al “evento especial con famosos” parece ser subirse a “la ola”; en lo que dure su intervención de una media hora, Florimonti será interrogada sobre si “se la dio a Tinelli o no”. La regla del show erótico (el que muestra carne o el que la nombra) es ser parásito de la ficción de los sketches del año que pasó (aquí, la de la ninfómana desfigurada, cuyo deseo recrudece cada vez que le gritan “fea, feísima”), y no la trastienda de celebridades que ella podría iluminar. El presentador del show no le requiere: “¿Y cómo es Tinelli cuando la cámara se apaga?”, pero vuelve a interrogarla sobre su numerito vivo que aquí se reproduce sin la presencia convocante del propio Tinelli. “¿Por qué no te da bola?”, de nuevo, retomando la línea argumental de la TV. Y Florimonti responde: “Callate, vos, gordito, no te hagas el boludo”. El amor y la cordialidad se reservan sólo para el amo.
Un tal Sebas, el que baja por la escalinata después de la participación, uno que se esmeró especialmente en el meneaíto indicado por Zulma para ver “si ganaba una mina después”, demostró especial destreza en el ejercicio de “la lagartija”. El show erótico (enunciado o mostrado) predispone para esa idea fija. “Hacé lagartija”, les pautó Zulma, en un tramo de la serie de “pruebas físicas” (algunas de las cuales consisten en levantarla o “apoyarla”), y lejos de iniciar una serie de flexiones de brazos, el pibe sacó la lengua y la sacudió frenéticamente disparando una seguidilla de chistes sobre sus cualidades para el sexo oral. La sola presencia reditúa y salva del papelón, aunque en la disco de eso siempre se vuelve. “Más tranza”, sintetiza Sebas el valor agregado conseguido luego de subir por segunda vez a interactuar con el ser televisivo. La primera fue en Sunset, de Olivos, cuando bailó sobre el parlante una lambada con “la mala de Nadia”, de Gran Hermano 4, y no se fue acompañado pero besó a tres mujeres. ¿Por qué subir mejora las acciones del elegido en el levante? “Papá, qué sé yo, estás laburando vos, ya sé, pero no tengo idea, ¿querés que te chamuye?”, responde el protagonista de la jornada.
Pese a que es ya un lugar común, la noche de Mar del Plata –deberá decirse– empieza cada vez más tarde, y ya son las cinco cuando el tour organizado por boliches de shows eróticos dispone su segunda escala y momento final: la ronda sigue por la zona céntrica de la ciudad, allí donde no se observa al ser televisivo, en espacios como la discoteca Pinup que ofrecen un combinado de erotismo, que incluye tanto menciones con doble sentido (a cargo de transformistas y travestis) como desnudos totales (cuando aparecen los strippers). En la Ciudad Feliz no se innova especialmente en este asunto: el show siempre reproduce la escena a la italiana del teatro, aun cuando el escenario es rústico y a centímetros del piso. Para movilizar, asume una transformista llamada Laysa que suele actuar en distintos boliches gays de Mar del Plata, hay que hacer el ridículo. “Si te creés la muñequita Barbie, salís con fritas”, define, con clara preferencia por las metáforas gastronómicas.
¿Podría ser un poco más explícita, o más precisa, para definir la fórmula de “las exitosas”? “Perdé la vergüenza, aprendé de Florencia (por De la V), reíte de tus defectos, no te sientas humillada cuando te cargan por el diente que te falta.” Esta noche, en la disco del centro, una travesti le dice a la otra que “pará concha, no te metas con mi marido (por el stripper), o de última te chupo la concha que me dijeron que es como chupar naranja”. Espíritus fuertes y habituados resisten el fárrago que está guionado y toleran estoicamente lo que sigue (porque la clave es asociarse a una prueba de resistencia, más una maratón que una carrera de velocidad: “Qué pasó chiquita, ¿estuviste comiendo caca?; mirate los dientes marrones; andá a limpiarte los dientes vos, culo gordo”. “A mí me mata –la releva la aludida, sin hacer mención a lo que acaba de escuchar– tener tanta mujer en el camarín con olor a huevo. No se soporta.” Y así sigue la noche de número vivo, uno tras otro, derivando en fondito para segunda actividad a medida que transcurre ese tono que retoma la tradición del pub gay pero sin el atenuante que suele aportar la ironía, el sarcasmo, pura brutalidad de la palabra sexual lanzada al vacío, es decir, al rectángulo apretado, ese mar de cuerpos en remeras ajustadas que es la discoteca. Eso sigue hasta que los strippers retoman la posta y cautivan de nuevo la atención grupal, por la expectativa que da la demora (salen tarde), o porque confirman la vulgata, ese refrán que va quedando viejo sobre una imagen que vale más que mil palabras. ¿Por qué abunda la oferta de strippers masculinos y no hay correspondencia con la de chicas en ese rol? Mientras la prostitución es ofrecida en cada esquina y el aluvión de “departamentos privados” saca al asunto del territorio del espectáculo para ingresar en el rubro de “servicios”, el stripper varón se hace fuerte –aseguran sus empleadores– tanto en discotecas gays como heterosexuales. No hay tantas bailarinas de caño como deberían existir, en una nocturnidad obsesionada con dos cosas que las alentarían: el show erótico y el programa de Tinelli. Para Samanta, elegida al azar entre los números de teléfonos que figuran en volantes pegados a un Volkswagen cualquiera, “el consumidor clásico de sexo prefiere ir directo al grano”. “¿Querés que sea más explícita?”, dice, y da pruebas de su perfecta condición bilingüe. “Ellos solamente piden: Come on, let’s fuck”.
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