ALGUNOS APUNTES SOBRE LA OBRA CULTURAL DE ELVIO VITALI
Más allá de su labor política, Vitali tuvo una prolífica labor cultural, que incluyó la Biblioteca Nacional, la Fundación El Libro, su librería Gandhi y una encendida pasión por el tango. Hugo Levín, Lidia Borda, Omar Viola y Martín Zubieta ofrecen su semblanza.
› Por Silvina Friera
Gran bailarín, “de abrazo profundo”, porteño de voz aguardentosa y bien compadrito, “un tanito castigador que no dejaba pasar ninguna”, Elvio Vitali, gestor cultural y fundador de la librería y el Foro Gandhi que murió el sábado pasado, fue un personaje de los que ya no abunda en la noche de Buenos Aires. Un puñado de amigos eligió recordarlo en el ámbito más propicio, una milonga. En el Gardel de Medellín (Caseros 3033), a partir de las 22.30, Jorge Dorio condujo lo que estuvo más cerca del “anti-homenaje” –la sonrisa o las carcajadas seguramente se impondrán sobre el llanto por las cientos de anécdotas protagonizadas por Elvio que circularán de mesa en mesa– en el que cantaron Lidia Borda, miembros de la orquesta Vale Tango y de El Arranque, entre otros músicos, bailarines y milongueros. Y, claro, no podía faltar el elenco estable del “grupo de los jueves”, Hugo Levín, Nicolás Casullo, Martín Zubieta, Jorge Garrido y Aurelio Narvaja, entre otros, que hace veinte años, cuando el cuerpo resistía, jugaba al fútbol, y que con el tiempo optó por prolongar sólo una parte de la ceremonia: la cena, donde se discutía de política, de fútbol y, obvio, de tango.
“Gandhi fue la primera librería mediática que hubo en la Argentina. Esto, dicho peyorativamente, parece que suena muy mal, pero era una movida que tenía mucha prensa, dentro del circuito under, por supuesto. Casi todos los intelectuales de la progresía argentina pasaron por la librería, y tomarse un whisky en la Gandhi era todo un rito”, recuerda Levín ante Página/12. “Elvio siempre tuvo un gran instinto y olfato; era muy obcecado, muy cabeza dura, pero tenía un gran sentido de las carencias. El descubría que faltaba algo entonces lo armaba y lo hacía con la convicción de que eso iba a tener éxito.” Levín confiesa que quizá sea uno de los “culpables” de que Elvio haya descubierto el tango, porque siempre discutían sobre cantantes. “En los ’80, todavía ni siquiera iba a bailar. El tango apareció en los ’90, le movió la cabeza y le cambió la vida. Por sus dotes de gran bailarín y porteño compadrito, el tango le venía como anillo al dedo”, opina el dueño de la editorial y librería Galerna. “Una noche Elvio me comentó que había un tipo cantando en una cantina. ‘¿Te parece si vamos a verlo?’, me dijo. Y esa noche fuimos a ver a Luisito Cardei y nos quedamos hasta las cinco de la mañana, y a los dos o tres meses Luisito estaba cantando en la Gandhi.”
Levín integra lo que bien podría llamarse “el grupo de los jueves”. Hace veinte años, Nicolás Casullo, Martín Zubieta (ver aparte), Jorge Dorio, Aurelio Narvaja y Jorge Garrido, entre otros, se juntaban para jugar al fútbol. “Después del partido, íbamos a cenar a la Gandhi y en esas cenas discutíamos básicamente de política, de fútbol y de tango. Al principio la excusa era el partido, pero con el tiempo empezamos a tener un poco de vergüenza ajena. Elvio y yo fuimos los primeros en abandonar el fútbol”, bromea Levín. “Elvio era un jugador muy bueno, un mediocampista todoterreno. Tenía condiciones corporales naturales para hacer bien lo que encarara: podía ser un gran bailarín o un gran jugador de fútbol. Y además le metía la dosis de picardía porteña, era un tanito porteño castigador que no dejaba pasar ninguna.” Aunque Vitali no estaba yendo a cenar los jueves por su enfermedad –un cáncer al que intentó gambetear–, el jueves 7 de febrero, mientras estaba internado en la clínica Fleming, los integrantes del “grupo de los jueves” decidieron llamarlo por teléfono desde un celular, pusieron el manos libres, y Elvio empezó a discutir de política con la muchachada. “Discutíamos sobre el acuerdo de Kirchner con Lavagna”, repasa Levín. “Le dije que no se olvidara que yo despreciaba a Lavagna porque era un hombre de Remes Lenicov, a lo cual Elvio se echó una carcajada. Hablaba y discutía conmigo y con los otros... la verdad es que no esperábamos este desenlace”, admite el editor y librero, quien agrega que no puede olvidar la etapa en la que ambos estuvieron “codo a codo” trabajando en la Fundación El Libro, entre 2001 y 2003. “A partir de que entramos nosotros a la feria nunca más la inauguró un cura o un rabino; a partir de 2001, con Juan José Saer, las inauguraciones las empezaron a hacer los escritores, y sacamos las bendiciones y las marchas militares en el acto inaugural. Por supuesto que nos matábamos discutiendo, pero trabajamos muy duro.”
Lidia Borda conoció a Vitali hace veinte años, en la Gandhi de la calle Montevideo. “Cuando abrió la tercera Gandhi, sobre la calle Corrientes, enfrente del San Martín, él ya me había escuchado cantar y me ofreció un espacio. Esto fue después de que me hiciera conocer a Luis Cardei. Elvio lo descubrió en la Cantina de Arturito, en Chiclana y Pavón; un día fuimos a verlo y ahí comenzó mi trajín por el mundo del tango. Empecé a cantar de invitada de Luis los jueves, porque Elvio se lo había llevado a la Gandhi, y después me ofreció un ciclo para mí sola. Dudé en aceptar, hasta que me di cuenta de lo importante que era tener un espacio”, subraya la cantante. Con el tiempo, Elvio produjo y financió el primer disco de Borda, Entre sueño. “Confió en mí, en lo que podía hacer, en un momento en que yo no confiaba tanto y no estaba segura por dónde caminar. La verdad es que estoy muy triste”, admite la cantante.
“El tenía una mirada muy porteña, era un personaje muy especial de la noche de Buenos Aires. Concentraba ese espíritu porteño que a mí me gusta del tango, esa pasión de no vivir el tango desde afuera sino sumergido en el ambiente, en el clima, en los olores. Elvio andaba por la vida como un apasionado, no paraba, no se detenía. No nos veíamos muy seguido, pero era de esa gente que uno sabe que está; cuando tenía ganas de verlo aparecía, nos tomábamos un vino y nos íbamos por ahí a una milonga, aunque yo no sé bailar, pero me gustaba acompañarlo, charlar con él, andar por la noche.” Las anécdotas que recuerda la cantante permiten acercarse más al personaje de la noche porteña. “Yo grabé una versión del tango ‘Ventanita florida’ en mi primer disco, y después de que salió, Elvio le preguntó a mi marido: ‘¿Escuchaste la versión del Polaco?’. Mi marido le dijo que sí. ‘Pero nosotros le rompimos el culo, la versión nuestra es mucho mejor.’ Elvio admiraba al Polaco, pero defendía esa versión como si fuera propia.” Cada tanto, Vitali aparecía en alguno de los lugares por donde Borda estaba cantando. “Yo me ponía supernerviosa porque era un crítico inclemente. Me decía que no le gustaba que cantara ‘Fangal’, que no era para mí. Después de un tiempo, me escuchó cantar de nuevo ese tango y me dijo: ‘Debo reconocer que a mí ‘Fangal’ no me gusta, pero a vos te queda bien. El me había adoptado, y fue la persona que me dio una oportunidad”, añade la cantante. “Esa fue una buena época de ceremonias. En 1995 empecé a cantar en la Gandhi. Estaban Luis Cardei, Aurelio Narvaja, Hugo Levín, amigos y socios de Elvio, María Moreno, Cristina Banegas... era un grupo que siempre se juntaba y estaban haciendo una celebración de algo que se debían de años atrás, como un reencuentro merecido.”
Omar Viola, creador del Parakultural y espacios tangueros de vanguardia, plantea que Elvio era uno de esos pocos, “señalados con los dedos de una mano medio mutilada”, con el que se podía contar porque era sensible al tango. “En ese encuentro que realiza la tribu de Buenos Aires, que baila una música que se llama tango en un salón, se da el abrazo y la comunicación que empieza a producir un entorno de fraternidad, de proyección y mejoramiento espiritual. Alguien sensible a todo esto no es tan fácil de encontrar, y Elvio le dedicó mucho tiempo a reglamentar las milongas”, comenta Viola. “Era un bailarín excelente, muy sensible al movimiento. Los que bailamos tango no siempre tenemos la expresión de bailarín, la mayoría baila sin ningún otro tipo de elemento por medio que el Eros, el deseo de bailar, interpretar esa música, navegar y dejarse navegar en esa marea que es una milonga”, explica el icono del under tanguero. “Elvio tenía un estilo de abrazo estrecho, de contacto profundo, era una forma de encarar no sólo la danza sino la vida.”
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