LAS NUEVAS HERRAMIENTAS PARA ESCUCHAR MUSICA
Los cambios en las vías de acceso al universo musical son notables: hay desde bases de datos para compartir archivos de MP3 hasta la creación de radios on line a gusto del consumidor.
› Por Facundo García
Las casetes “de lentos” no van a volver. En el mejor de los casos, aquellas cintas preparadas para propiciar el romance se herrumbran hoy en cajones, y habilidades como rebobinar con la birome para no gastar pila están pasando al reino del olvido o la anécdota. El mismo destino parece esperarle al CD: donde antes se guardaban montañas de títulos en cajitas plásticas, hoy queda sólo la computadora. Epicentro de múltiples cambios, los ordenadores trajeron un huracán de apuestas a futuro. Desde bases de datos que permiten compartir toda una biblioteca de MP3 hasta buscadores que rastrean temas por todas partes; desde herramientas que permiten a las bandas ensayar a distancia hasta espacios para hacer karaoke, el sonido va y viene por la Red con una intensidad que hace descubrir sensaciones nuevas a las orejas más apáticas.
El recurso más conocido son los sitios de intercambio de archivos, ejes de una controversia mundial a partir del crecimiento imparable de los downloaders y el avance de las regulaciones que buscan detenerlos. La puja no impide que, tal como lo afirmó el diario británico The Times, el tráfico de ficheros represente ya en varios países casi dos tercios del total de información que circula por Internet. Pero ahí no acaba la cosa. Inevitables, los cambios se hacen lugar por donde sea, como una invasión de insectos. Comunidades de melómanos en las que se intercambian opiniones y pistas de audio están creciendo velozmente, con Facebook y MySpace como referentes, y con valiosas opciones de descargas libres y gratuitas basadas en los llamados Creative Commons, como en el caso de Jamendo.
En otro costado del salón, aunque apurando el paso, se viene la radio on line, un viejo invento que recién ahora parece haber aprendido las mañas necesarias para popularizarse. En efecto, empresas como Last.fm –usada en doscientos países y adquirida el año pasado por la cadena CBS– empiezan a disfrutar las ventajas de ofrecer una programación a la medida de quien escucha. Basta con tipear el nombre de un artista para que automáticamente se ponga a andar un selector que puede trabajar durante horas eligiendo intérpretes afines. ¿Arbitrario? Tal vez. Sin embargo, después de un buen rato con el oído atento, los más curiosos habrán expandido notoriamente su horizonte musical. Otra posibilidad es dejar que se haga un seguimiento de todo lo que se escucha en el equipo propio, permitiendo que Last.fm construya una base para futuras recomendaciones. Y la vieja costumbre de seguirle los pasos a un gurú renace en la opción de guiarse por las búsquedas de otro internauta que tenga gustos afines.
La palabrita que suena cada vez más es “streaming” (“stream” significa “caudal” o “corriente” en inglés). Cuando alguien se mete en una página y en vez de bajar un tema al disco rígido lo pone a sonar todas las veces que quiera sin descargarlo –como se hace con los videos de YouTube–, está usando esta modalidad. Es una fórmula antigua: básicamente la misma que hacía mover la cintura de muchos viejos petiteros que hace cuarenta años eran los reyes de la rockola. Sólo que ahora la tecnología permite organizar y guardar listas con cientos de títulos programados con anticipación, y gratis. Por desgracia, pocos ex reyes de la rockola llegaron al 2008 en condiciones de sobrevivir al tercer Twist.
Lo cierto es que la fórmula da plata y las empresas de entretenimiento toman nota. En octubre pasado, Deezer, una firma francesa que ofrece escucha legal e ilimitada, informó que había cerrado un acuerdo con Sony-BMG por el cual se le permitía la difusión de 165.000 títulos. Luego de las negociaciones, Jonathan Bennasaya, cofundador del proyecto, declaró que ése era “el principio de una larga serie de acciones” que se reforzarían con el tiempo. Todo un signo de lo que viene.
Otra radio web que da cuenta del nuevo clima es Musicovery, juego de palabras entre “Music” y “Discovery” –“descubrir”, en la lengua de Shakespeare–. En este caso, se invita al oyente a elegir entre dieciocho estilos (blues, world music, etc.), más un ambiente “energético”, “relax”, “dark” o “positivo”. Lo mismo pasa con el ritmo, que puede ser lento, rápido o medio. Por otra parte, hay una línea cronológica para optar por la década a la que pertenece lo que va a empezar a sonar. Una vez establecidas esas coordenadas, brotan las notas y, al igual que en Last.fm, aparece la posibilidad de armar listas personales y un grupo de “favoritos”. El detalle de categoría lo da un mapa en el que los títulos y los artistas se van imbricando, para terminar tejiendo una complicada red de relaciones estéticas. En principio, todas las canciones salen en baja fidelidad –no es para tanto, se escucha como cualquier MP3–; pero una cuenta Premium permite el acceso a material con calidad máxima. Desafortunadamente, Musicovery todavía tiene los precios en euros.
La idea del universo sonoro como una urdimbre infinita se continúa en Musicmesh.net, donde a estos esquemas de entrecruzamiento se suman dos rastreadores que relacionan los temas buscados con resultados de YouTube y Wikipedia. Es un emprendimiento estrictamente comercial que trabaja con los artistas más mimados por el mercado; pero eso no quita el placer de escuchar discos completos en calidad aceptable, viendo los videos en caso de que estén publicados y leyendo información extra de cada intérprete.
Para quienes tienen un surtido de MP3 que empieza a molestar, una de las soluciones en boga es liberar el rígido y subir todo a la red. Iniciativas como Mediamaster permiten mandar los audios a servidores externos y abrir la colección personal cuando y desde donde se quiera. De esta manera se comparte toda la discografía con los contactos personales y se contribuye a una metadiscoteca enriquecida con el aporte de decenas o cientos de colaboradores.
A esta altura más de uno no debe entender ni jota. Para ellos también hay novedades, porque en la era on line los que tienen menos cancha con la compu pueden optar por asistentes sencillos, como Songza o Skreemr. Son como Googles de canciones en formato MP3. La detección es relativamente rápida y abarca buena parte de la web, lo cual les permite funcionar excepcionalmente bien cuando el objetivo es conseguir obras poco conocidas o fuera de moda. Con ambas herramientas se pueden escuchar y organizar secuencias con sólo tipear títulos. El punto flojo es que no ofrecen descargas.
Ahora bien: muchas veces pasa que un estribillo pegadizo se ha instalado en la cabeza pero no se sabe cómo se llama la canción, y mucho menos el intérprete. Para ahorrarse el papelón de que otros arriesguen títulos a partir de lamentables tarareos que demuelen la reputación personal, existe Midomi. Si una persona, por ejemplo, conoce la melodía pero no el nombre de la cumbia “El bombón asesino” –cosa improbable, pero es sólo una hipótesis–, va, lo canta en el micrófono de su computadora y Midomi le dice el nombre de todos los que tocaron ese tema, e incluso le ofrece la posibilidad de comprar on line. El sitio tiene, por otra parte, un “estudio de grabación” en el que se puede hacer karaoke y postear las interpretaciones amateur para que el resto de la comunidad las evalúe.
La movida de los karaoke se ha convertido en un fenómeno aparte. Eso explica que la reconocida empresa EA Games –creadora de los videojuegos FIFA y Medalla de Honor, entre otros– haya montado en el ciberespacio a Sims on Stage (thesimsonstage.ea.com). Con el ancla puesta en la exitosa serie Sims, lo que EA plantea es una red social en la que se canta utilizando una guía de palabras que aparecen en pantalla. Una vez grabado el material, se lo somete a votación o a diferentes concursos. El producto también tiene previsto un espacio para la poesía, las películas y las historias narradas oralmente, aunque aún no le ha dado al castellano el lugar que podría esperarse.
Hasta aquí lo que hacen los aficionados. Cuando la atención se dirige a los músicos profesionales, también se sienten nuevos vientos. En contraste con la ola de reencuentros que removió el avispero de las bandas clásicas, una nueva movida permite ensayar y dar conciertos desde casa, sin el imperativo de que los músicos se vean la cara. El pasado 8 de enero, la cadena norteamericana CBC informó que la banda Smash Mouth había montado un miniconcierto sin reunirse en el escenario. Mediante la tecnología que ejamming.com ofrece gratis en Estados Unidos, se sincronizó en tiempo real la pista que cada integrante enviaba desde distintos puntos de la ciudad. El resultado es similar al vivo y todavía puede verse en la dirección oficial de la compañía. Se estima que en un futuro próximo también se podrán presenciar ensayos on line, tal como se asegura en Jamnow.com, otra promesa.
La mayoría de estas ideas se encuentran en período de prueba y requerirán que el uso diario vaya puliendo falencias. No obstante, desde lo conceptual y lo económico el horizonte ya empieza a mostrar contornos. La posibilidad de que puedan presenciarse instancias del proceso creativo que usualmente no encuentran cabida en el mercado y los rumores crecientes de que se marcha hacia un modelo en el que los ingresos por publicidad se compartirán con los productores de contenido ya dicen bastante. Hace mucho tiempo, Oscar Wilde sostuvo en “El crítico como artista” que la música era capaz de revelar al espíritu un pasado que éste desconocía. Cien años después, el arte de combinar los sonidos parece haber empezado a revelarnos también algunas porciones del porvenir.
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