Vie 29.02.2008
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APOGEO, CRISIS Y RESISTENCIA DE LAS SALAS CONDICIONADAS FRENTE A LA PERSECUCION IMPOSITIVA, EL VIDEO CASERO Y LA SUBA DE LOS COSTOS

Mientras el porno se queda en casa, los cines se niegan a caer

El cierre de tres locales y el embargo por deudas al Fisco, sumado al crecimiento de alquileres de DVD y consultas en Internet, atentan contra la supervivencia de espacios emblemáticos del consumo Triple X.

› Por Julián Gorodischer

El dueño del Complejo Ideal recuerda la época de gloria de las salas condicionadas: corrían los primeros ’80 y el destape democrático alentaba colas a cara descubierta de valijeros orgullosos sobre Lavalle. Entonces, se llenaba el Multiplex. El cine porno también tuvo su edad de oro, que no estuvo hecha de teléfonos blancos, escaleras ni divas en batón sino de rubias sin siliconas y de una mujer que reinaba sobre otras segundonas, la Emanuelle de Sylvia Kristel. Pero sólo este año cerraron el Apolo, sobre Rodríguez Peña, y el Cine Hall, en Diagonal Norte, lo cual puso a los 17 dueños de las salas que quedan en estado de alerta. “No falta un funcionario del gobierno de la ciudad de Buenos Aires que no nos quiera perseguir –se queja Lorenzo Monterrey (seudónimo), a cargo del Ideal, sobre Suipacha–. La ordenanza pide requisitos imposibles de cumplir; exigen un impuesto de 50 pesos por butaca cada mes y ninguno recauda la quinta parte de lo que eso significa. Somos salas de cine como cualquier otra, donde lo único que cambia es la temática. Es una censura encubierta”.

En peligro

Un estudio de la revista Adult Video News, de referencia para el cine condicionado, demostró que no es Internet la que está compitiendo con las salas y provocando el cierre de algunas. Según ese estudio, el rival es el DVD, que nunca fue desplazado por el boom del porno casero. Quien consume películas o cortos en la web no abandona la experiencia de larga duración y contenido casi argumental de un largometraje. Según expresaron algunos dueños de cines españoles al periodista Jerónimo Andreu, de El País de Madrid, “los empresarios creen que la posibilidad de encuentros casuales entre espectadores es su garantía de supervivencia, y por eso no creen que las salas puedan desaparecer”.

En la Argentina, la Cámara de Cines Independientes en la que se agrupan los 17 dueños detectó los problemas más frecuentes que los amenazan: la crisis y los embargos que derivan del impuesto de los cincuenta pesos por butaca, el cual no se llega a cubrir ni en una quinta parte mediante la recaudación. Además les exigen abrir después de las 14 horas, y si lo cumplieran se perderían al valijero oficinista proclive al mañanero. Los costos de reposición de películas y equipos se triplicaron después de 2001. Muchos recuerdan el gobierno de Fernando de la Rúa en la ciudad de Buenos Aires como un infierno de inspecciones rutinarias, dirigidas por un militar especialmente obsesionado con el destierro de los cines porno. Luego llegó una tregua que siguió hasta diciembre; la asunción de Mauricio Macri en la ciudad no presagia una época de calma. “Si sumamos la cantidad de espectadores de nuestras salas, se nota que hay un público que tiene interés en estas películas –lamenta Monterrey, entre los pocos dueños que reciben a Página/12–. Si cerramos, no van a tener adónde ir.

¿Mística?

El viejo proyectorista de cine porno merecería, por sí solo, una producción de Página/12. Eso si viviera, porque no queda uno solo en el nuevo panorama de home theatre multiplicado por 17 salas. “No queda ni un cine con proyector. Pasarlas en DVD es mucho más barato y se ve perfectamente bien. Pero una lámpara te rinde entre 2800 y 3000 horas, y se trabaja quince horas todos los días; la reposición es cara”, detalla el dueño de un espacio emblemático porteño. El repliegue de los propietarios es similar al de los cines, que en los ‘60 desplegaban marquesinas y afiches de promoción, y hoy se esconden detrás de vidrios espejados o escaleras hacia el subsuelo menos prometedor, y todo eso detrás de nombres ampulosos que recuperan un aire de avant premiere con alfombra roja (el Nuevo Victoria, el Apolo y el propio Ideal).

El combo de deseo y decepción genera una contrariedad irresuelta, tan propia de las cosas que duran aun habiendo terminado. Algunos dueños resuelven la contradicción entre el orgullo y la vergüenza con el cierre; otros resisten pero menos como cinéfilos de alcoba que como empresarios que no se rinden fácilmente. Los que siguen pese a todo no dejan de enfrentar dificultades. No pueden, por ejemplo, ubicarse cerca de lugares históricos. ¿Y el Complejo Ideal? “La Confitería Ideal es sólo de interés cultural, lo que no se puede es a un paso de la Casa Rosada, por ejemplo”, revela Monterrey. No deberían superar las 200 butacas, ni abrir por la mañana, ni de madrugada... Los dueños se enfrentan, también, a la precariedad de contenidos siempre iguales, sin variaciones de argumento. “Es lo que hay”, dice un integrante de la Cámara que desistió de tocar ese punto en las reuniones. Tampoco hablan de la competencia de Internet, pero sí de los embargos y de los precios que cobran, por debajo de la entrada de cine comercial, aunque en los ’80 era cinco veces más cara y en los ’90 valía el doble. “A nuestro público hay que cuidarlo, tratarlo bien”, dice el dueño del Ideal, partidario de no trasladar la pérdida al espectador.

“Casi produce ternura –opina Jerónimo Andreu– comparar el millón de euros que facturaron las salas españolas en 2007 con los 60 mil millones en que la revista Forbes cifra el negocio de los audiovisuales eróticos.” El panorama local le daría, entonces, ganas de llorar. En Madrid, los dueños apostaron al “contacto entre el público” como el último recurso para seguir viviendo; no sólo se hace la vista gorda a los movimientos entre las butacas sino que se los propicia –según reveló El País– con expendio de preservativos y hasta reservados con cuchetas. Aquí, los dueños prefieren el latiguillo categórico de en mi cine eso no pasa; y algunos hasta lo argumentan tácticamente: “Es pan para hoy y hambre para mañana. Sólo un lugar seguro sigue atrayendo gente”, dice un dueño de una sala del microcentro. El dueño del Ideal cierra a las 24 y asegura que en las salas del Complejo no se registran encuentros cercanos de ningún tipo. Todo allí es presentado como de una candidez impensada. “Hay gente que ve la película, otra que sale de la sala; se sienta a descansar, toma un café...”. La bohemia del cine porno es el argumento que hace falta para hacerlos visibles, “respetados”, dice el propietario que asegura que nunca ningún dueño dio una nota en la Argentina a cara descubierta. El pide –como los otros– no posar para la foto y cambiarse el nombre. “Tengo nietas”, se excusa.

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