GOTTFRID SVARTHOLM, EL SUECO QUE INVENTO THE PIRATE BAY, EL SITIO DE DESCARGAS MAS POPULAR DE LA RED
A los 23 años, enfrenta juicios y amenazas por favorecer la circulación de música, películas y libros de forma gratuita. Svartholm se define a sí mismo como un “libertario”.
› Por Facundo García
No es difícil imaginar al colorado Gottfrid Svartholm en la proa de un barco, hacha en mano y gritando “¡freedom!” con estilo épico. Más de uno lo ve con esa estampa: cuando tenía diecinueve años, el sueco se convirtió en uno de los principales enemigos de la poderosa industria hollywoodense al crear The Pirate Bay (www.piratebay.org), quizás el mayor sitio de intercambio de archivos de la web. Hoy, a los veintitrés, Anakata –así se lo conoce en los cenáculos ciber– enfrenta juicios y amenazas, pero sigue contestando las cartas-documento con bromas ácidas y asegura que aunque intenten detenerlo, su proyecto seguirá favoreciendo la circulación de música, films, programas de TV y libros de forma gratuita. Entre madrugadas de informática y probables cervezas, una de las figuras más interesantes de la era digital reveló a Página/12 detalles sobre sus comienzos, blanqueó su postura política y se animó a dar un pronóstico sobre el futuro de las industrias culturales.
“¿Quieren saber dónde estoy? Vivo aquí en Estocolmo, en un pequeño departamento sin muebles, excepto por una cama rota y una silla”, asegura el entrevistado al presentarse. Los millones de usuarios que visitan diariamente The Pirate Bay han hecho de Anakata una especie de leyenda de la cual poco se sabe. Acaso tanto estoicismo sorprenda a los que le reconocen el mérito de haber inventado uno de los espacios más populares de la red, aunque el joven tiene su propia explicación. “Allá por 2003 –cuenta– yo era miembro activo del movimiento propirata de Suecia, que lleva a cabo un trabajo muy intenso. Por entonces los recursos para intercambiar material entre los usuarios no abundaban, y como tenía el conocimiento y los elementos necesarios, me pareció natural desarrollar una herramienta para que la usara toda la comunidad.”
El invento de Anakata –conjunción de las palabras griegas “ana” (arriba) y “kata” (abajo)– trascendió las fronteras de su país de origen, hasta convertirse en un hitazo. El suceso obedece a que la solución que ofrece La Bahía Pirata es tan sencilla como potente. En el caso de que algún internauta busque un producto cultural cualquiera, lo que el sistema hace es rastrear por todo el planeta a las computadoras conectadas que tengan ese material en sus discos rígidos. Con este método se pone en contacto a los “oferentes” de archivos con los “solicitantes”, mediante una tecnología llamada P2-P (sigla correspondiente a peer–to–peer, algo así como “entre pares” o “entre iguales”). Por si fuera poco, el servicio es gratuito.
Eso terminó de despertar a los mastines de la industria. El minibunker ubicado en los suburbios de una remota ciudad pasó a ser, con sus escritorios de oferta y sus decenas de servidores cableados con cinta aislante, un blanco clave en la batalla legal y mediática que se desarrolla alrededor del concepto de propiedad intelectual.
Anakata estaba justo en el centro de ese blanco.
La locomotora
tecnológica
“Las grandes corporaciones van a tener que adaptarse o morir”, teclea Svartholm desde su compu situada al otro lado del mundo. “Desgraciadamente para ellos –agrega–, el tren digital ya salió de la estación y muchos de estos señores están saludando desde el andén con una sola mano, mientras con la otra tratan de que no se caigan sus pesados expedientes judiciales.”
–El riesgo es que en ese intento de alcanzar el tren terminen destruyendo los rieles y todos los vagones...
–Claro... no tengo nada en contra de que la gente haga dinero a partir de la producción de música, películas o lo que sea. Me opongo, eso sí, a que las corporaciones usen la ley para sostener sus modelos de negocio fallidos, en lugar de ponerse al día con la maravilla de intercambio de información. Plantear este debate es necesario porque las soluciones que demos a estas tensiones van a prefigurar los grandes lineamientos que tendrán las sociedades de acá en adelante.
Como si fuera un Mac Allister con pelo, el sueco cuida su quintita pero sabe que es parte de un equipo más amplio. El reciente lanzamiento de la segunda parte del documental Steal this film (Robe este film, 2007) demostró que ya hay destacados académicos y artistas que tienen una postura muy clara respecto de lo que significan los nuevos fenómenos. “La propiedad intelectual es el petróleo del siglo XXI y sabemos que para el imperio petróleo es igual a guerra”, advierte en una de las entrevistas el cineasta Sebastian Lütgert, citando una frase del magnate inglés Mark Getty. Y lo dice porque sabe que en mayo de 2006 el conflicto pasó a una nueva etapa, cuando cincuenta policías entraron en el refugio de The Pirate Bay y confiscaron todos sus equipos. A propósito de la redada, verdadera novedad en un país donde la acción del Estado rara vez necesita pasar las barreras de lo meramente disuasorio, un internauta comentó: “¿Pero cuánto hacía que la policía sueca no usaba cincuenta personas para hacer algo...?”
El principal inconveniente para Gottfrid fue que en aquella volteada se esfumaron también los equipos de PRQ, la empresa proveedora de Internet de la que él y los suyos dicen obtener el dinero necesario para mantenerse. Por lo demás, los responsables del allanamiento se pusieron blancos como sus pantallas cuando tres días después del operativo tipearon la dirección del sitio y descubrieron que éste había vuelto a estar on line. Durante las semanas siguientes se conocerían detalles de una historia digna del agente 007: en una rápida reacción, el grupo había conseguido hacer base en algún lugar de los Países Bajos y reinició la actividad desde ahí. A partir de entonces, la descentralización ha sido una de las prioridades. El objetivo es imitar la estructura de Internet, que al haber sido concebida como un arma de la Guerra Fría está preparada para no desactivarse si destruyen cualquiera de las partes que la componen.
Después de cada ataque legal o mediático, la cantidad de ingresos en la página diseñada por Anakata aumenta debido a la publicidad indirecta que le reporta la aparición en las noticias. A pesar de eso, sus diez millones de usuarios registrados no impidieron que a fines de enero la Fiscalía sueca acusara formalmente de colaboración para la violación de la ley de derechos de autor a cuatro personas supuestamente responsables de The Pirate Bay. El caso puede involucrar una pena de hasta dos años de cárcel y una indemnización al Estado sueco de 127.000 euros, pero la defensa alega que esos cargos no son válidos, ya que los servidores que se utilizan en el proceso de conexión no contienen películas ni canciones, sino que simplemente coordinan el intercambio. Con la puja entrando en su etapa más caliente, entidades como la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI) y la Motion Pictures Association of America (MPAA) esperan anotarse un poroto clave en una partida que no quieren perder por nada.
En defensa
de la libre empresa
Acompañando las amenazas legales, un conjunto de operaciones mediáticas busca demoler la imagen de Svartholm a través de distintas versiones que lo vinculan alternativamente con la ultraderecha y la ultraizquierda. Los integrantes del colectivo han tenido que salir a aclarar que, a pesar de haber recibido la ayuda de empresas privadas, el proyecto no pretende imponer ninguna tendencia política, salvo la de compartir la libertad que ofrecen las nuevas tecnologías. No obstante, Wikipedia mostró por unos días una entrada sobre Svartholm en la que se decía que él se autodefinía como “neoliberal”, lo cual agregó todavía más confusión.
–¿Es verdad que se considera un “neoliberal”?
–Preferimos llamarnos “libertarios”, lo que no es lo mismo que “anarquistas”. Muchos de no- sotros estamos pensando en un microestado, que “haga las guardias durante la noche” y que tenga entre sus pocas funciones castigar a quienes atentan contra los derechos de los demás y defender las fronteras nacionales. El gobierno no debería restringir tus libertades individuales en la medida en que vos no restringís las de los demás. Estamos asimismo en contra de todas las leyes paternalistas que ponen a ciertas instituciones en el lugar de un tío que te educa. Eso significa que, en términos económicos, estamos en contra de toda restricción a la libre empresa.
–Hablando de libre empresa... ¿Que hay de quienes dicen que se está haciendo rico con las entradas que The Pirate Bay recibe por publicidad?
–Bueno, por favor tirame alguno de los megatrillones de dólares que supuestamente he recibido porque ahora mismo ando sin un centavo...
Se ame o se odie a Anakata, lo que no se puede negar es que la estructura rizomática de su organización y la pátina irónica con la que se defiende del establishment están haciendo del movimiento sueco un verdadero depósito de deseos asociados al porvenir. A veces esos sueños alcanzan tonos utópicos. En efecto, el año pasado se inició una colecta para comprar Sealand, una ex plataforma militar que se encuentra en alta mar –y por tanto, fuera de toda jurisdicción estatal–. La propuesta era fundar allí una nueva republiqueta donde no exista el copyright y se pueda distribuir material hacia todos los continentes. Los dueños del “principado” de Sealand, una manga de personajes que merecerían nota aparte, no aceptaron las ofertas. Sin embargo eso no desanimó a los autoproclamados piratas, que ya informaron que este año irán por una isla propia. ¿Chifladura? Cualquiera que tenga un gramo de sensatez consideraría que, viniendo de tipos como Svartholm, la línea entre lo que es posible e imposible termina por desdibujarse.
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