ALAN WEISMAN, AUTOR DEL LIBRO EL MUNDO SIN NOSOTROS
El profesor de la universidad de Arizona se pregunta, en su interesante trabajo, qué sucedería con la Tierra si el hombre desapareciera ahora mismo. Y plantea una advertencia: “se nos está acabando el tiempo”.
› Por Facundo García
Sorprende saber que cualquier estatua de bronce, de ésas que suelen bancarse una palomita incontinente sobre la cabeza, será reconocible dentro de diez millones de años. No puede decirse lo mismo de las pinturas u otras expresiones artísticas, que se esfumarán mucho antes. Ni hablar de esta página, que al igual que los ojos que la leen puede llegar a ser polvo en un día bastante más cercano. A la larga, todas las cosas que los humanos consideran parte de su cotidianidad volverán a la naturaleza. Esta es la premisa de El mundo sin no-sotros (Debate), un libro que se pregunta qué sucedería con la Tierra si el hombre desapareciera no dentro de millones de años o un siglo, sino ahora mismo. La incógnita es cómo seguirían nuestras mascotas, el campo y las ciudades si de repente le sacaran la roja al homo sapiens. Y el que conoce las pistas es Alan Weisman, periodista estadounidense que durante tres años se ocupó de recopilar datos para bocetar paisajes de lo que quizá nunca lleguemos a ver.
“Yo no soy un predicador del ambientalismo. Escribí desde la perspectiva de un cronista que quiere explicar cuáles serían las consecuencias de nuestra desaparición”, afirma Weisman, que tiene más de veinte años de experiencia en temas relacionados con la ecología y un castellano casi perfecto. “Había dos problemas –agrega–. Por un lado necesitaba información acerca del futuro, lo que me obligaba a trabajar con hipótesis incomprobables. Por otra parte, sabía que tal como está hoy la bibliografía sobre medio ambiente, muchas personas están cansadas de leer una y otra vez acerca del panorama desalentador. Tenía que encontrar una manera para que esos lectores no se desinteresaran.” La decisión para conquistarlos fue concentrarse en un temor universal: “todo el mundo le tiene miedo a la propia muerte, y entonces me dije ‘¿por qué no los liquido desde las primeras páginas y les cuento cuál sería el resultado?’”.
Quitando al hombre del ecosistema, el cuadro que queda hace patente el efecto que la especie tiene sobre el entorno. Para mostrar ese panorama el entrevistado utilizó una forma periodística que relata hechos del pasado y el presente, pero hace su apuesta más original cuando se anima a arriesgar escenarios del porvenir. El mundo sin nosotros arranca con una descripción del bosque de Bialowieza, en Polonia, uno de los pocos vestigios del manto biológico que alguna vez hizo de las ciudades de Europa meras islas rodeadas de un mar vegetal. “Empecé con eso porque al pensar en esos árboles gigantes muchos no sienten exotismo, sino una suerte de reconocimiento a nivel casi celular. Algo en nosotros se ha quedado allí y nos pide que volvamos –asegura el autor–. La idea de narrar la belleza con la que la vida sigue su curso sin nuestra presencia tiene que ver con invitar al lector a que se pregunte si acaso no le gustaría ser parte de ese equilibrio, en vez de seguir consumiendo recursos o utilizando elementos como el plástico.”
Después de entrevistar a científicos y artistas de varias regiones del planeta, una de las conclusiones es que no importa lo importante que cada cual se crea, tarde o temprano la naturaleza se ocupará de digerir sus pertenencias más preciadas. Ni siquiera resistirán las ciudades repletas de cemento. “Uno ve tan grande a Buenos Aires, que piensa que las plantas y los animales nunca podrán con ella –dice el norteamericano–. Sin embargo, si la dejáramos abandonada un par de siglos quedaría irreconocible.” De acuerdo con su hipótesis, bastarían unos trescientos años para que cualquier casa que hoy tenga una gotera se convierta en escombros, y el mismo lapso sería suficiente para que las ciudades que se encuentran cerca del delta de algún río fueran arrasadas por el agua (y no habría gobierno de la ciudad que saliera a lavarse las manos).
En tanto, algunos compañeros de ruta se adaptarían perfectamente a la ausencia del bípedo implume. De acuerdo con Weisman, los perros y sobre todo los gatos estarían chochos merodeando entre edificios con paredes llenas de humedad, o por una apocalíptica 9 de Julio agrietada a causa de las raíces de los árboles. A unas pocas cuadras de ahí, la estatua del General Roca podría seguir igual por los siglos de los siglos, ya que los “metales nobles” como el bronce tienen una vida útil larguísima. Algo muy distinto pasaría con los lienzos que se guardan en el Museo Nacional. Desprovistos del ambiente controlado de las salas y depósitos, durarían como mucho hasta mediados del milenio. Weisman centra su mirada en éstos y otros objetos, con una perspectiva que intenta situarse más allá de las escalas ordinarias. Eso no le quita cercanía, y no en vano El mundo... ha sido traducido a más de treinta lenguas y estuvo entre los libros más vendidos de Norteamérica el año pasado.
Hoy más de la mitad de los hombres y mujeres vive en ciudades, donde la relación con otros seres está altamente restringida, lo que trae consecuencias evidentes sobre la vida cultural. El autor reflexiona: “¿Cómo se las arregla el anciano de una tribu para compartir tradiciones con sus descendientes, si éstos habitan un ambiente completamente diferente al que tenían todos los ancestros? Es un cambio drástico. Encima, cada cuatro días nace un millón de seres humanos. De manera que yo no escribí porque nos vayamos a extinguir, sino para que, a partir de despejar el mundo de nuestra presencia mediante un juego de conjeturas, nos demos cuenta de quién más está aquí en la Tierra”.
En su camino, el investigador encontró tipos que cultivan las más extrañas corrientes de pensamiento. Conversó con Les Knight, fundador del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria (Vhemt, por sus siglas en inglés), que piensa que somos tan molestos que tendríamos que decidir borrarnos del mapa pacíficamente y por propia decisión. “Cuando ese hombre me contó cómo imaginaba el medioambiente una vez que nosotros no estuviéramos, me pintó una escena similar al paraíso. Era de verdad atractivo, aunque mientras lo escuchaba algo dentro de mí brincó y pensé en Mozart, en Gardel, en Atahualpa Yupanqui, en todas las maravillas que hemos traído –dice el escritor–. Decidí entonces que no haría un trabajo a favor de nuestra desaparición, sino que probaría una plegaria para que recuperemos el balance y nos propongamos controlar un poco las tasas de consumo y natalidad.”
Uno de los debates definitivos, entonces, tiene que ver con los motivos que justifican la permanencia del ser humano. En ese punto las razones se vuelven tan potentes como personales. En efecto, una de las entrevistas más emotivas incluidas en El mundo sin no-sotros fue la que dio el pintor canadiense Jon Lomberg, el hombre que en 1977 ideó junto a Carl Sagan y un comité de especialistas los discos con grabaciones e imágenes que se insertaron en las sondas Voyager 1 y 2. Weisman confiesa haberse quedado perplejo después de enterarse de que los materiales que esos aparatos están llevando fuera del Sistema Solar están preparados para durar por lo menos mil millones de años. “Ahí se guardaron emociones y sensaciones de más de cincuenta pueblos. Van a estar ahí cuando nosotros no seamos ni recuerdo, y aunque hayan sido otros los compositores o los intérpretes, no podamos evitar sentirnos parte de eso. No sé si el sentimiento que eso produce se puede expresar con palabras. Muchas veces pienso que cuando un periodista se enfrenta a ciertos misterios, su misión no es resolverlos sino tratar de que se vea lo profundos que son”, concluye.
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