Mié 19.03.2008
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GERMáN GARCíA AL RESCATE DE WITOLD GOMBROWICZ

Noticias de un extranjero lúcido

El escritor y psicoanalista partió del texto Contra los poetas para dar cuenta del espíritu provocador del autor polaco, que supo quebrantar diversas mistificaciones de la literatura argentina. Al final, ni Borges se salvó.

› Por Silvina Friera

A confesión de partes, relevo de pruebas. “Gombrowicz me cambió el humor. Cuando me encontré con sus libros, me tenía que bajar del colectivo porque no podía parar de reírme”, confesó el escritor y psicoanalista Germán García durante la conferencia “Contra los poetas” –panfleto publicado por el escritor polaco en la revista parisina Kultura en 1951– con la que inauguró el ciclo Pensamiento Incómodo, organizado por la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA). Fueron muchos los testigos que pudieron comprobar la filosa ironía del autor de la legendaria Nanina, novela que fue prohibida por la dictadura de Onganía. Y hasta más de uno opinó que este ataque contra los poetas conserva una vigencia asombrosa. Incómodo por lúcido y arrogante, Gombrowicz supo quebrantar algunas de nuestras más enclenques pero entronizadas mistificaciones. “Que me disculpen los poetas. Yo no los ataco para molestarlos y gustoso tributaré homenaje a los altos valores personales de muchos de ellos; sin embargo, ya se ha colmado el cáliz de sus pecados. Hay que abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar sus habitantes al aire fresco, hay que sacudir la pesada, majestuosa y rígida forma que los abruma”, advirtió el autor de Ferdydurke hace más de medio siglo, aunque aún se puede sentir la frescura de la frase, como si estuviera escrita ayer nomás.

El escritor polaco vivió en la Argentina entre 1939 y 1963 y escribió algunas de sus obras fundamentales en la periferia de la cultura de Buenos Aires, que por aquellos años tenía como insignia la revista Sur, de Victoria Ocampo. García, a tono con el personaje Gombrowicz, demolió, de entrada, algunas mistificaciones que no comparte. “Es costumbre decir que todo lo que leímos fue gracias a Sur, pero no estoy de acuerdo –planteó–. No me cae muy bien esta afirmación porque siempre me pareció mezquina la política de Sur, que no publicó a Proust, a Joyce o a Sartre.” Cuando Gombrowicz dio la conferencia, originalmente titulada “Contra la poesía”, en la librería Fray Mocho en 1947, el escritor polaco “era una especie de Tristan Tzara, un dadaísta solitario”, según lo comparó García. “En Cosmos explica que por la repetición se llega a la mitología –precisó el escritor y psicoanalista–. Gombrowicz practica un estilo basado en la repetición, una traslación del humor chaplinesco a la literatura.”

Asumiendo su condición de forastero que carece de autoridad, Gombrowicz afirmó en esa conferencia que su castellano era un niño de pocos años que apenas sabía hablar. “No puedo hacer frases potentes, ni ágiles, ni distinguidas, ni finas, pero ¿quién sabe si esta dieta obligatoria no resultará buena para la salud? A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces”. A pesar de que admitía que su tesis podría parecer “desesperadamente infantil”, subrayaba “que los versos no gustan a casi nadie y que el mundo de la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado”. García aseguró que en ese castellano de niño el escritor encontró los elementos que le permitieron situar la poesía fuera de lo que llamará “el mundo profesional de los poetas”, mediante una apelación de vanguardia: “El poeta no toma como punto de partida la sensibilidad del hombre común sino la de otro poeta”. Para el escritor y psicoanalista, Gombrowicz instituyó así el polo de la vida y del hombre común para descolocar la empresa intrapoética. “¿Por qué no me gusta la poesía pura? –se preguntaba Gombrowicz–. Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar ‘pura’. El azúcar encanta cuando lo tomamos junto con el café, pero nadie se comería un plato de azúcar: sería ya demasiado.”

Gombrowicz cuestionaba la mistificación de la misión del poeta. “Ningún poeta es exclusivamente poeta, sino que en cada uno de ellos existe también el no poeta, el que ni canta ni ama el canto. Ser hombre es algo más amplio que ser poeta”. El escritor polaco recupera por momentos el tono de su novela Ferdydurke, donde una lógica es puesta en contacto con el absurdo mediante secuencias de paradojas. “Otro aspecto, igualmente comprometedor, es el de la cantidad de poetas, el exceso de vates. Una abundancia ultrademocrática que mina desde dentro la orgullosa y aristocrática fortaleza de la poesía.”

García abrió el juego para que participara el público. El escritor Mario Goloboff le preguntó si hubo algún contacto entre Macedonio Fernández y Gombrowicz, si percibía similitudes entre las propuestas literarias. “Macedonio tiene una veta mística que Gombrowicz no tiene –respondió García–. Hay una frase de Macedonio que se puede agregar al panfleto: ‘No soy lector de soniditos’, decía burlándose de la poesía.” Alguien del público mencionó otras revistas que coexistieron con Sur. “Nos encanta profetizar el pasado; cuando uno ganó, buscamos argumentos para decir por qué ganó. Es evidente que hubo una dispersión de publicaciones y siempre se hace un recorte con lo que quedó visible. La revista Contorno no tuvo ninguna importancia mientras existió, después la inventaron en la universidad porque los chicos tienen que hacer tesis”, bromeó el escritor y psicoanalista, al mismo tiempo que demolía, a lo Gombrowicz, otra de las mistificaciones más recientes de la cultura argentina.

“Era un tipo provocador, no era políticamente correcto”, señaló el autor de Nanina. “Hay una carta muy divertida que Gombrowicz le mandó a Gómez, en la que le decía: ‘No se metan con Sabato que es mi agencia de publicidad en Buenos Aires”. Acaso respondiendo al eco lejano del “maten a Borges”, frase que dijo el escritor polaco antes de subirse al barco que lo llevaría de regreso a Europa, la poeta Mirta Rosemberg subrayó que “Borges no es un poeta, no tiene cabeza de poeta”. Silencio, primero; segundos después, murmullos acompañados con cabezas que asienten y otras que niegan, y el sonido de una ambulancia que parecía que venía a auxiliar a la poeta. “No estoy hablando mal de Borges –aclaró–, pero si tengo que hablar de poesía argentina, no lo tomo a Borges como paradigma.” Al final, las copas de vino apaciguaron los pensamientos incómodos.

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