XI FESTIVAL IBEROAMERICANO DE TEATRO DE BOGOTá
Más de dos millones de personas y 142 grupos teatrales hicieron de la capital colombiana un gigantesco escenario. Participaron figuras como Peter Brook, Olivier Pi, Lluís Pasqual y Jan Lauwers, entre otros.
› Por Winston Manrique Sabogal *
Desde Bogotá
Hasta los ángeles comulgaron con la parranda esta Semana Santa. Se dejaron ver por el centro de la ciudad cuando faltaban unos 300 metros para tocar la arena de la plaza de toros La Santamaría. Son los Caídos del Cielo, de la compañía brasileña Circo da Madrugada, dirigida por el francés Pierrot Bidon, que hicieron cumplir la leyenda de que cada 500 años los ángeles bajan a la Tierra para enseñar a volar a los seres humanos, aunque la verdad es que se trata sólo del pretexto para armar un jolgorio de dioses hasta el nuevo día.
Hasta ese momento se habían presentado, en el XI Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, ya más de las dos terceras partes de las 785 funciones previstas en 17 días. Participaron 142 compañías de 45 países en un centenar de salas, coliseos y estadios, y entre sus grandes figuras están Peter Brook, Olivier Pi, Lluís Pasqual o Jan Lauwers. España ha sido invitada con siete compañías, y las obras que más acogida de público han tenido, han sido Barroco, de Tomaz Pandur, del Centro Cultural de la Villa de Madrid, y Argelino servidor de dos amos, en versión de Andrés Lima y Alberto San Juan, del Teatro la Abadía y Animalario. Fue una fiesta a la que estuvo invitada gran parte de lo mejor y más futurista de las artes escénicas de los cinco continentes que, desde el 7 de marzo hasta ayer, confrontaron y compartieron allí sus propuestas más vitalistas, renovadoras y arriesgadas, para convertir a la Semana Santa en una parranda santa.
Y con la música como custodia. Con ella se abren paso por la ciudad. Desde las once de la mañana hasta la media noche, saltimbanquis, músicos y bandas anuncian representaciones de teatro, cuenteros, danza, performances, marionetas o circo. Ritmos de una custodia musical que conjura de miedos a los bogotanos, invoca alegrías y perdona vidas, al bajar los índices de violencia.
Incluso reconcilia a dichosos impenitentes como Fernando Vallejo, el escritor colombiano radicado en México y autor de La virgen de los sicarios. Confiesa que aunque no le gusta el teatro, está “muy contento en este festival pansexual que civiliza en la Semana Santa a Bogotá y la aleja, por lo menos durante estos días, de esa gran plaga de la Iglesia Católica y de Cristo, que ni siquiera existió”. En el limbo han quedado las condenas de la Iglesia colombiana cuando el festival empezó en 1988. Hoy en sus atrios también hay representaciones.
El primaveral Domingo de Ramos fue reemplazado por domingo de risas y aplausos. Los 85 espectáculos programados propiciaron peregrinaciones festivas por esta ciudad de siete millones de habitantes. Familias enteras con nietos y abuelos, parejas, grupos de amigos o amantes y curiosos solitarios en los cuatro puntos cardinales. Aunque siempre hubo una actuación en cualquier punto de la ciudad, la mayoría de los espectadores hizo un alto hacia las dos de la tarde para ver por televisión el concierto de Paz sin fronteras organizado por Juanes en uno de los puentes limítrofes entre Colombia y Venezuela.
“El festival se ha convertido en parte de la ciudad. Al de Rock al Parque vamos los jóvenes, pero a éste viene todo le mundo. Es que el teatro salió de la sala y tocó a todos por igual”, reflexiona Dani Granados, uno de los saltimbanquis que va por el Parque Nacional personificando la comunión del ser humano con los animales y la naturaleza. Fueron días de fervor por los cuenteros, la danza en los atrios, marionetas en las plazas, risas en escenarios improvisados y en las salas teatro clásico y renovado y una muestra de lo que parece ser el teatro de mañana. Con esta metamorfosis de Bogotá, dice Fanny Mikey, cofundadora y directora del festival, “se ha logrado, fundamentalmente, fortalecer la tradición teatral del país, y que la gente ame al teatro. Hemos logrado demostrar que arte y cultura están emparentadas con la fe, con cualquier fe”. Incluso, asegura el escenógrafo mexicano David Antón, que no se ha perdido ninguna de las 11 ediciones del festival “la violencia hace una tregua, porque en 20 años aquí nunca ha pasado nada malo”.
Artistas como las actrices japonesas Misako Yabuuchi y Seiko Ouchi, de la vanguardista compañía Dump Type, se mostraron sorprendidas de “tantos y tan variados países representados con obras de referencia”. Mientras para el canadiense Michel Limeux, de 4D Arrt, “lo mejor ha sido el público caluroso, en un festival donde el teatro no es elitista”. Llegaron eslovenos, mexicanos, chilenos, suizos, finlandeses, croatas, argentinos, británicos, guineanos y franceses, como la compañía Trense Express, que el pasado martes admiró a más de 20.000 espectadores con su obra Lluvia de violines. Hasta que llegó el miércoles, día de la llegada de los ángeles, con Los Caídos del Cielo, de Bidon, uno de los directores que ha contribuido a la reinvención del circo al revestirlo de dramaturgia. “Mis trabajos –asegura– tratan con todas las culturas y saco lo mejor de ellas para crear un espectáculo sin fronteras.”
Espectáculo en los escenarios y espectáculo en la calle y las butacas, este XI Festival Iberoamericano de Teatro se ha convertido, gracias a bogotanos y turistas, en el mejor santuario de las artes escénicas: ayer se reunieron millones de visitantes, que confirmaron a estos días como una verdadera semana de pasión teatral.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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