LA “ROAD MOVIE” DE MARIO VARGAS LLOSA Y SUS AMIGOS EN LAS CALLES PORTEñAS
El autor de La ciudad y los perros exaltó la figura de Borges y disertó sobre libros en la Biblioteca Miguel Cané y en el Café Margot. Fue escoltado por Mauricio Macri y funcionarios de Cultura de la Ciudad.
› Por Silvina Friera
En esta ciudad, tan adicta a las novedades, se está imponiendo un nuevo fenómeno: la road movie protagonizada por escritores. Si en febrero pasado fue el inglés Julian Barnes, ahora llegó el turno de un escritor con antecedentes más Pro: el escritor peruano Mario Vargas Llosa, declarado visitante ilustre de Buenos Aires. Mañanita otoñal, tirando a cálida, en el ahora agitado barrio de Boedo. En la Biblioteca Miguel Cané, donde Borges trabajó durante nueve años, de 1937 a 1946, esperan, entre otros, Natu Poblet, la editora Julia Saltzmann y Augusto Di Marco, del grupo Santillana; Claudio Massetti, director del Centro Cultural Recoleta; Alejandra Ramírez, directora del Libro y la lectura, y Lidia Blanco del CCEBA (Centro Cultural de España en Buenos Aires). Hay seis cámaras que impiden el ingreso a la sala y mucha gente de pie. “Tienen que dejar pasar a Mario”, protesta Josefina Delgado, subsecretaria de Patrimonio Cultural. Sobre una mesa se despliegan los diez títulos del escritor peruano disponibles en la biblioteca: La ciudad y los perros (en dos ediciones, la de Seix Barral, y la más reciente de Punto de lectura), La tía Julia y el escribidor, Conversaciones en la catedral, Travesuras de la niña mala, El paraíso en la otra esquina, La fiesta del Chivo, Pantaleón y las visitadoras, El pez en el agua, Diario de Irak y Literatura y política. Llega el visitante más esperado, siempre de buen humor, y se acomoda en la mesa.
A la derecha de Vargas Llosa se sienta el secretario de Cultura de la ciudad, Hernán Lombardi, y a la izquierda, el jefe de Gobierno, Mauricio Macri. “Borges es una de esas figuras de la literatura que ha pasado la prueba del tiempo, es un autor que está firmemente arraigado en la cultura contemporánea”, señaló el escritor, que cumplirá 72 años el próximo viernes. “Se puede decir que ya es un clásico, a pesar de seguir siendo tan moderno”, le dijo Lombardi, en ese tono entre cómplice y canchero, tan típico del ministro de Cultura de la Ciudad. Macri, encargado de entregarle un diploma y una medalla al novelista, hizo un comentario sobre la presencia del escritor peruano en la Bombonera. “Espero que Mario haya gozado el ciento por ciento de la cancha de Boca el domingo de lo que yo gocé leyendo Pantaleón y las visitadoras”, bromeó el jefe de Gobierno.
El autor de La tía Julia y el escribidor contó que descubrió a Borges cuando era un estudiante de colegio y que desde entonces, como millones de personas en el mundo, no ha dejado de leerlo, de releerlo y de admirarlo cada vez más. “Me siento muy orgulloso al descubrir que el mundo entero, todas las lenguas y culturas, incorporan cada día más la obra de Borges a su memoria, a su formación, a sus sueños”, subrayó el escritor. Entusiasmado como si estuviera dictando una conferencia que preparó durante años, Vargas Llosa deshilvanaba sus recuerdos y sensaciones. “No creo exagerar si digo que donde he ido he encontrado siempre la presencia augusta de Borges, un autor que leen no sólo los lectores comunes y corrientes sino, sobre todo, los profesionales de la literatura; lo leen, lo admiran y lo imitan.”
La última vez que Vargas Llosa vio a Borges fue en Buenos Aires, en el departamento del autor de Ficciones, cuando lo entrevistó para un programa peruano, La torre de Babel. “Ya estaba muy viejecito, y prácticamente ciego –precisó–. Hablaba con dificultad, pero todo lo que decía resultaba siempre sorprendente, deslumbrante, inusitado por la enorme cantidad de conocimientos que revelaba, y al mismo tiempo por la ironía y ese humor tan personal con los que él rebajaba siempre su propia inteligencia y su cultura.”
Como si estuviera escribiendo los borradores de un ensayo sobre las ciudades y los escritores, Vargas Llosa opinó que “las ciudades sólo existen de verdad cuando la literatura deposita sobre ellas una pátina de leyendas y de mitos. En Buenos Aires tuvo la alegría de ver –según confesó–, la mejor puesta en escena que se haya hecho de una obra mía”, La señorita de Tacna, en 1981, con Norma Aleandro interpretando a Mamaé y dirección de Emilio Alfaro. “Fue aquí donde por primera vez un libro mío tuvo éxito, ante mi sorpresa, en los años ’60, La ciudad y los perros, que fue editado y reeditado. Desde entonces, para mí Buenos Aires ha sido una ciudad inseparable de la literatura. Para mí, ese olor maravilloso de la cultura y del espíritu es el olor de Buenos Aires”, agregó el escritor.
Los movileros de los programas de radio se pelean por conseguir una entrevista, pero ¿adivinen qué radio y periodista la obtuvo? “Los libros enriquecen nuestra vida de una manera extraordinaria”, le dijo el escritor a Oscar González Oro de Radio 10. Vargas Llosa se solidarizó con la situación de la neuróloga cubana Hilda Molina. Cruzado al aire con Molina, el escritor peruano admitió que esperaba que la neuróloga pudiera salir de Cuba para conocer a su familia. “Es un derecho elemental de todos los seres humanos sin distinción de creencias ni ideologías”, declaró. Encabezando el ranking de las rarezas, el matemático peruano nacionalizado argentino Miguel Angel Magan muestra orgulloso en la puerta de la Biblioteca Miguel Cané un libro de su autoría, Manual de Geometría del espacio, con la tinta aún fresquita de la firma de Vargas Llosa. “Al Margot”, grita el encargado de seguridad de la embajada peruana, y cada cual se sube al auto que le corresponde para rumbear hacia ese café tan encantador de Boedo esquina San Ignacio, donde Vargas Llosa, su mujer Patricia Llosa, Lombardi, Delgado y el resto de la comitiva de-sayunarán. Entre medialunas y cafés con leche Vargas Llosa recordó a Victoria Ocampo, “una mujer fuera de serie” y comentó sus impresiones sobre su paseo por El Calafate. “Los glaciares son extrañísimos, yo pensaba que eran pequeños, no sabía que eran esas moles inmensas.” El escritor reveló que tiene el decreto firmado por Albano Harguindeguy, el primer ministro del Interior de la dictadura, que prohibía su novela La tía Julia y el escribidor, libro que, según el decreto, “ofendía el ser nacional”. “La literatura no puede tener fronteras porque si tiene fronteras es folclore. La literatura se ocupa de lo humano”, señaló Vargas Llosa, antes de retirarse del café Margot para tratar de caminar por la ciudad como un turista más.
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