Sáb 05.04.2008
espectaculos

OPINIóN

Los ojos así

› Por Juan Sasturain

Me acuerdo de que unos meses antes de morir, en el ’89 –claro que el plazo y las circunstancias uno las pone ahora–, la homenajearon en el Festival de San Sebastián. Era una muñeca antigua, frágil y flaquísima metida en un vestidito negro, con el pelo blanco, la boca de tiburón con las comisuras caídas de las últimas décadas –Bette fue vieja muchos años– y los ojos así. Demasiados ojos, como siempre: enamorados o asombrados o aterrados o radiantes o amenazadores, pero siempre demasiados...

Desde el principio, en los años treinta, daba petisa y cabezona, no demasiado linda; pero a nadie le importaba, con esos ojos. Y con ese talento, sobre todo. Y esa polenta para plantarse ante personajes, directores, maridos, lo que le pusieran. Durante bastante tiempo creí –equivocadamente– que había sido el modelo vivo, la referencia de Betty Boop. Nada que ver. Nunca se apoyó en el físico, aunque podía dar vamp o ingenua. Qué actriz. Se bancó un contrato de trámite tumultuoso con la Warner durante casi dos décadas, con más de cincuenta películas... Y sobrevivió.

Pertenece, junto a Hepburn, Garbo, Crawford, Dietrich y alguna otra, a la generación que copó la pantalla a partir de los años de la Depresión e impuso –con sus variantes y dentro de los parámetros de Hollywood– un tipo de mujer independiente, de fuerte personalidad, que no necesariamente respondía a ningún parámetro de belleza o modelo femenino standard. Eran grandes minas: trágicas y cómicas dentro y fuera de la película. Exactamente eso.

Y ella lo fue con apenas veintipico años en los primeros melodramas de la Warner; lo fue en la madurez excepcional de los cincuenta cuando hizo All abouth Eve (La malvada para nosotros: nada mejor que su Margo Channing), de Joseph Mankiewicz, o, ya convertida en objeto de terror, en la década siguiente, con su nena prodigio devenida vieja psicópata en ¿Qué pasó con Baby Jane?, de Aldrich, junto a Crawford, tan vieja y sabiamente arruinada como ella.

Bette Davis tuvo y tiene eso que no se sabe qué es: magnetismo. Cualquier noche uno enciende la tele, pasa por TCM y ahí está. Gira, se da vuelta, te enfoca con esos ojos: de ingenua, de loca, de malísima. Y no te podés ir.

* Hoy se cumplen cien años del nacimiento de la gran Bette Davis.

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