CUANDO EL PASADO ESTá DOLOROSAMENTE PRESENTE
El documental dirigido por Chang Yung, hijo de inmigrantes chinos nacido en Canadá, se sumerge en la gigantesca represa del Yangtzé, que sepultó pueblos enteros. Y el film griego de Thanos Anastopoulos señala que el racismo sigue tan vivo como siempre.
› Por Horacio Bernades
En la edición anterior del Bafici se presentaron dos películas que el cineasta chino Jia Zhang-ke filmó al mismo tiempo. Tanto el film de ficción Still Life como el documental Dong tenían como marco una de esas monumentales obras de infraestructura con las que el tigre chino suele desperezarse cada tanto, generando una ola de temblores en cadena. Se trata de la represa de las Tres Gargantas, levantada en la zona homónima del río Yangtzé. Llamada a proveer de energía al gigante asiático, la erección de esa obra, iniciada dos años atrás, traerá como consecuencia la inundación de todos los pueblos costeros, por lo cual grandes masas humanas vienen siendo trasladadas a otros asentamientos. Estableciendo con aquéllas un diálogo inevitable, el documental Up the Yangtze, que se presenta por estos días en competencia oficial, vuelve a tener al fondo de la imagen ese desmesurado monumento a la construcción y destrucción. Al yin y el yang, si se prefiere.
Dirigida por Chang Yung, hijo de inmigrantes chinos nacido en Canadá, Up the Yangtze representa el regreso del realizador a casa de sus antepasados, algo que su voz en off se ocupa de señalar. El documental elige dos protagonistas: una chica de la zona, cuya paupérrima familia está por ser desalojada, y un joven urbano, de familia más acomodada. Ambos se conchaban, como ayudante de cocina y camarero, en un crucero de lujo que pasea a los turistas por las aguas del Yangtzé, que corren a lo largo de 200 km. El material es de gran riqueza. El conflicto de la chica con sus padres analfabetos (ella quiere ir a la universidad; ellos consideran que no se pueden permitir ese lujo) emblematiza con transparencia la oposición entre tradición y modernidad, todo un tema para la sociedad china. Esa misma oposición se reproduce allí afuera, con esa enorme masa de cemento erigiéndose por detrás de los campesinos que serán barridos por ella, y que parecerían vivir todavía en tiempos feudales.
Ese Gran Salto de lo arcaico a lo moderno se pone de manifiesto también en el interior del crucero. A los hijos de los campesinos, que trabajan allí como empleados, se les enseña el protocolo internacional y el idioma inglés, como a un ejército al que se prepara para acompañar el ingreso de su país al mundo del futuro. El despliegue de esta cadena de resonancias hace de Up the Yangtze un documental en el que lo grande y lo pequeño, lo gigantesco y lo mínimo, burbujean tan vivamente como en una olla de chow fan. Pero el cocinero parecería haber puesto demasiados platos al mismo tiempo y no puede controlarlos todos, con lo cual algunos desbordan y otros se queman. Up the Yangtze hubiera ganado eliminando la segunda historia, la del camarero, que no llega a desarrollarse adecuadamente. Y tal vez dejando también a un lado cierto componente de disfuncionalidad en la familia de la chica, que no entronca con el resto y distrae.
¿Estarán convirtiéndose las secuelas de la violencia en tema de época? Así lo hace pensar la llamativa vinculación entre dos films de competencia oficial: el estadounidense Ballast, del que ya se dio cuenta en estas páginas (ver también entrevista a su director en nota aparte), y el griego Diorthosi, que internacionalmente se conoce como Correction y por estos días inicia su andadura en el Bafici. Bastaría sumarles otro par de films recientes sobre el mismo tema –las asiáticas Eureka (2000) y Distance (2002)– para reforzar la sensación. Si Ballast narra el difícil acercamiento entre una mujer y su cuñado tras el suicidio del marido, Correction revuelve un poco más la herida, ya que el intento de reconciliación es en este caso entre un ex convicto y la esposa e hija del hombre al que asesinó. Convendrá no contar mucho más, ya que el film se cuida muy bien de medir qué cartas juega, y cuándo lo hace.
El espectador va armando muy de a poco la identidad e historia del protagonista, Yorgos (el duro Giorgos Symeonidis, justo al borde la afectación), desde el momento en que sale de prisión. Llevará más de la mitad de la película saber por qué fue Yorgos a parar allí. Será como un balde de agua helada sobre el espectador, que descubre que había venido acompañando a un personaje cuya monstruosidad ignoraba. Cualquiera puede ser un monstruo, parece decirle al espectador el film del ateniense Thanos Anastopoulos. Todo monstruo tiene derecho al arrepentimiento y la reparación, es el segundo término de la frase. Con tono grave y reconcentrado, propio de quien guarda luto, Anastopoulos señala, mediante una muy bien dosificada serie de comentarios y alusiones, que el racismo, germen del asesinato cometido durante un duelo de hinchadas (tras un partido entre Grecia y Albania), sigue tan vivo ahora como entonces.
Si quien cometió ese crimen funcionó como brazo armado del prejuicio social, por qué no habrá de aparecer otro en cualquier momento. En el próximo partido, por ejemplo. Una pregunta que debería resonar con fuerza en oídos locales.
* Up the Yangtze se verá hoy a las 20 y el lunes a las 12, en ambos casos en el Hoyts 9. Correction, hoy a las 17.15 en el Hoyts 6 y mañana a las 13.30 en el Atlas Santa Fe 2.
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