Sáb 12.04.2008
espectaculos

DéBIL ARRANQUE DE LA COMPETENCIA ARGENTINA

De la realidad al artificio

Construcción de una ciudad, de Néstor Frenkel, El sueño del perro, de Paulo Pécora, y Luego, de Carola Gliksberg, no consiguieron levantar la temperatura del termómetro Bafici.

› Por Diego Brodersen

La Selección Oficial Argentina (SOA según las siglas de la indispensable grilla festivalera) ya suma tres largometrajes locales presentados por primera vez al público y la prensa especializada, y ese termómetro informal que representan los comentarios de pasillo y las charlas de café indica que nada ha logrado todavía mover el nivel de mercurio más allá de algunos moderados impulsos momentáneos. Las temperaturas se acercan a cierta frigidez indiferente y no hay síntomas del esperado arranque febril que logre despabilar las proyecciones.

La encargada de abrir el juego el pasado miércoles, Construcción de una ciudad, volvió a mostrar algunas de las virtudes del cine de Néstor Frenkel, realizador que hace unos cuatro años presentaba dos largometrajes de particular prestancia: el documental Buscando a Reynols, centrado en la atípica banda de rock comandada por Miguel Tomasín, y el film de ficción Vida en Marte. En su tercer trabajo Frenkel –buscador de historias y personajes particulares– se acerca a la muerte y resurrección de un pueblo, el entrerriano Federación, derribado por completo a fines de los años ’70 ante la construcción de la represa de Salto Grande, sus habitantes trasladados a la reluciente Nueva Federación, erigida a algunos kilómetros de allí. Construcción de una ciudad sigue el derrotero de algunos de sus habitantes, cuyos hogares, recuerdos e historias quedaron sumergidos bajo el agua, a partir de una serie de relatos personales en tiempo presente.

“El agua se llevó todo y el agua nos lo devolvió”, repite como un mantra la guía turística de Nueva Federación, renacida de las cenizas luego del descubrimiento de una fuente de aguas termales. Los malos recuerdos de los años moribundos parecen ser cosa del pasado y el film se contagia de esa algarabía con un tono, por momentos, demasiado amable: hay retazos de melancolía e incluso oscuridad en los que Frenkel prefiere no meterse, como quien evita visitar los cimientos del pueblo viejo en busca de reliquias para no embarrarse los pies. No hay nada de malo en esa elección deliberada, pero no es menos cierto que el film va perdiendo de a poco su centro y, junto con él, la posibilidad de una película más compleja y rica en sus matices. Allí están, de todas formas, algunos personajes inolvidables por los cuales el realizador siente claramente una enorme empatía y varios momentos de un humor contagioso, además de una serie de rollos familiares en Súper-8, pequeño tesoro en busca de un comprador interesado.

De un tono y unas ambiciones marcadamente opuestas, la ópera prima del crítico de cine y periodista Paulo Pécora –quien se anima al largometraje luego de una interesante serie de cortos– transcurre entre la soledad del delta del Paraná y el aislamiento en la gran ciudad. Prescindiendo por completo de los diálogos, confiando en gran medida en el poder de las imágenes y entrelazando el relato con la lectura en off de un cuento, El sueño del perro narra la sencilla historia de un hombre que abandona Buenos Aires –fotografiada con una paleta de opresivos grises– para quitarse la vida en el ambiente natural que rodea a una rústica casita a la vera del riacho. Morir de a poco junto a los recuerdos de infancia y una serie de aprensivos sueños parece ser su único deseo, pero la aparición imprevista de un niño de la zona y un perro negro que merodea por los alrededores iniciarán una serie de giros en la vida del personaje. Más allá de la impactante belleza natural del lugar, Pécora elige para su película una estructura alejada de cualquier tendencia naturalista y utiliza imágenes y símbolos recurrentes para hacer avanzar la trama y revelar los cambios internos del personaje. Queda claro al tiempo de comenzada la proyección cuáles son los motivos y deseos expresivos de El sueño del perro, una película demasiado preocupada por crear y sostener sus rasgos de estilo y que, por ello mismo, se olvida de mantener durante todo su metraje la tensión del relato. En sus mejores momentos el film logra crear un halo misterioso, casi fantástico, donde lo concreto y lo onírico se entrecruzan y colisionan, pero esos logros se ven seriamente amenazados por esa afectación del estilo que Pécora no quiere o no puede evitar.

Resulta curiosa la presencia del tercer largometraje presentado hasta el momento en la competencia. De un nivel marcadamente inferior al de los dos films ya mencionados, Luego, dirigida por la debutante Carola Gliksberg, es lo más parecido a una serie de ejercicios de fin de año de un curso de estudiantes de teatro. Registrados por una cámara que no muestra ningún atisbo de puesta en escena, de inquisición o discusión sobre el espacio teatral o el cinematográfico, los tres relatos que la conforman –interpretados en casi todos los casos por actores jóvenes– no ofrecen mayor profundidad o interés que el simple hecho de ser expuestos al público. Como en esos entrenamientos actorales que forman parte de cualquier taller escénico, se trata simplemente de apreciar el grado de compromiso de los actores con los diálogos, tres esbozos dramáticos puestos al servicio de una narración inexistente.

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