OPINION
› Por Daniel Divinsky *
La cosa no empezó mal: la versión del Himno Nacional, con playback de quenas, sikus y bombos, fue una nota simpática. Los discursos acotaditos del presidente de la Fundación organizadora y el vice de la Nación tuvieron, entre otros, el mérito de la brevedad. Pero también se oyeron enunciaciones fuera de lugar y ya muy repetidas de supuestos logros de gestión o declaraciones programáticas. Y hasta hubo lugar para el dislate: se afirmó que en el Chaco no hay ninguna librería (hay al menos dos y media, una de ellas de las más fuertes y activas del interior) y en Misiones, una y media (hay tres). Aceptemos que esto lo saben los editores, y los funcionarios no tienen por qué consultarlos (¿o sí?).
De repente, un rayo nada misterioso hizo nido en la sala José Hernández: el rayo de la inteligencia potenciado por la lucidez, que no siempre coinciden. Cuando Ricardo Piglia tomó la palabra, partiendo del tema central de la feria, al que excedió rápidamente, parte del auditorio tuvo la rara sensación de asistir a la formación en tiempo real del pensamiento, seguida por su expresión precisa y clara. No intentaré reproducir lo que dijo –sería estupendo que se publicara íntegra la desgrabación de sus palabras–, pero no puedo dejar de señalar la fascinación que produce oír a quien está hablando sobre algo que, en líneas generales, tiene pensado, y que va redondeando cada idea al tiempo de enunciarla. Que Ricardo me mencionara entre los editores que hemos ido abriendo algunos caminos para la literatura me llenó de orgullo, pero mucho más que mi generación cuente con alguna gente como él, de pensamiento reflexivo, ideología coherente y expresión impecable.
* Editor.
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