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Lunes, 28 de abril de 2008

EL PúBLICO EN PRIVADO: RETRATOS DEL CONSUMIDOR CULTURAL

El ladrón de libros de la Feria

En esta última entrega de la serie de perfiles, toca el turno a un arquetipo que es posible detectar en los stands de la edición actual del evento, con su mochila o bolso cruzado, aire exageradamente relajado y habilidad para zigzaguear a los compradores.

 Por Julián Gorodischer

Se presenta con una máscara de luchador mexicano; viene caminando desde Plaza Italia; no se mueve muy lejos del área de influencia de la Feria del Libro. El apogeo del “ladrón de libros” se da durante este mes, cuando otra edición del evento literario los congrega como si se tratara del Congreso internacional de la profesión que comparten. Durante la Feria, el ladrón sale de su madriguera, y relega las actitudes que lo definen como espécimen urbano: esconderse y evitar las entrevistas.

La Feria revalida el orgullo de la comunidad, y entonces es cuando Néstor (como pide ser nombrado este integrante de la llamada “Joven Guardia”) decide dejar por un rato la actividad, cuyo conteo ya le otorgó el mérito de la superación de la decena diaria, y expone argumentos para justificar la práctica: “A uno le agarra un poco de resentimiento cuando ve a los extranjeros arrasando con los libros y los discos”.

El ladrón de libros no es un vulgar ratero sino un teórico concientizado sobre objetivos, pretensiones, peligros y limitaciones sociales de la tarea, que consiste en recorrer estantes en busca de piedras preciosas entre las novelas y los ensayos. Para Néstor, el “Manifiesto” autoimpuesto es una Biblia que se consulta antes y durante cada misión: “No robar a librerías chicas –dice–. Ni tampoco a editoriales independientes. Ni a autores argentinos”. En una única ocasión, la transgresión es vivida sin culpa: “La excepción son los autores que me caen un poco mal”. Entonces sí, mete decididamente entre la ropa o en la mochila.

El ladrón de libros sigue una coreografía pautada: mira uno y lo deja, mira otro y lo deja. Nunca el número de amagues debe superar a tres, porque activaría suspicacias dormidas. Hasta ahí es el modo de la adquisición. Simple: pose de embotamiento y nunca después del tercer intento. Pero después no hay mayor libertad para que se luzcan con estilos individuales: sigue el ceremonial. “Lo hago circular –dice Néstor–. Y no chequeo dónde van. Quiero formar, a mis amigos, a mi novia, para que vengan conmigo y empiecen a llevar.” Entonces, ¿dónde fue a parar el antiguo ladrón “simple”, lector voraz asalariado o cleptómano? El modelo 08 reivindica un discurso con cierta afinidad con los globalifóbicos: el hurto se dedica a la cadena transnacional de librerías (en sus variaciones de “local” y “stand”); el enemigo es el precio que castiga a las monedas devaluadas.

“En la Feria la técnica es la naturalidad –sigue Néstor–. Entrás al stand, te ponés a leer, no mirás a nadie alrededor. Estás muy relajado. Hay muy pocas alarmas. Es más peligrosa la otra gente que el vendedor. Si te empiezan a mirar, lo dejás. Un par de veces me sonó la alarma, y como si nada. La había tratado de despegar con una llave o, si no, con la mano. Hay que tener cuidado con un método nuevo, que la disimula en el encuadernado, metida en el lomo, indetectable.” Su status se evalúa de un modo bastante convencional, de acuerdo con la cantidad de piezas adquiridas. “Para no pecar de soberbio o de exagerado –propone Néstor–, diría que robé unos cien. Una sola vez transgredí la regla de no robar a libreros chiquitos: fue con El sociólogo marxista que murió de amor, de Jorge Asís; el librero no me daba bola, no me lo quería mostrar, y bueno...”. Pero eso fue hace tiempo, porque la especie tiene prevista la superación personal por la vía del entrenamiento. En esta visita a la Feria, el ladrón de libros ya está más viejo y más sabio: “Hay que saber que a veces te podés ir sin nada. Cuando aprendés a resignar, es mucho más fácil...”.

Observa a los novatos que se aprovechan de la menor cantidad de alarmas para llenar las mochilas y, a pesar de la bonanza de hoy, los compadece. Luego –predice– no tendrán herramientas para sobrevivir a los tiempos difíciles; cree, el ladrón, que en tanto la crisis económica se agrave empezarán a verse menos compradores en locales y stands y habrá menos escudos visuales y entonces volverá a depurarse la especie salvando a los más adaptados.

Como ejemplar seguro de sus talentos y virtudes, Néstor es más generoso que competitivo con los nuevos, y ofrece algunas pistas para un mapa de escenarios favoritos para “concretar”. “Cúspide, de Abasto, y Yenny son fáciles cuando hay mucha gente. Depende de la distribución de los anaqueles, si están paralelos o enfrentados o dan a una pared, se hace más fácil o difícil el que no te vean. El Ateneo Grand Splendid es una de las más complicadas porque te pueden ver desde los pisos de arriba, o de frente, de atrás, del otro lado. Cúspide de Village Recoleta tiene un café, y eso siempre es una facilidad, pero los vendedores son bastante despiertos, les gusta el laburo, te tratan bien, y entonces dan menos ganas de robarles. Siempre están ordenando libros y están muy presentes. Cúspide de Corrientes es complicada porque es muy abierta. Losada me da miedo, tiene alarmas y los vendedores tienen cara de malos; es muy abierta y no hay lugar para ocultarse.”

Se lo trae nuevamente “al tema” que –a juzgar por lo que anticipaba la teoría– debería monopolizar su pensamiento y la conversación (la Feria) y acepta referirse a su presente, pero el relato sale un poco más trabado. Dice que “los stands de Planeta, Alfaguara y Mondadori son gigantes, con un montón de gente y eso los hace muy tentadores. Una firma de ejemplares ayuda; me pasó cuando firmaba Felipe Pigna: había muchísima gente”. Antes de entusiasmarse “mundanamente” con el relato de sus habilidades, vuelve a la compostura anterior y aclara que pese a “lo regalada” de aquella firma de ejemplares, siguió de largo sin detenerse a mirar la pirámide de best sellers de historia. “Nunca –afirma– robo una cosa sólo porque sea fácil.”

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“Para no pecar de soberbio o de exagerado –admite Néstor–, diría que robé unos cien libros.”
Imagen: Gustavo Mujica
 
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