Dom 19.12.2010
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FOTOGRAFIA › ENTREVISTA AL FOTOGRAFO ROBERTO GRAZIANO

“Utilizo la cámara como si fuera un pincel”

En este diálogo con Miguel Rep, el artista que trabajó con Fellini, y que volvió al país después de 32 años en Italia, se define como “un cazador de imágenes, que persigue lo poético”.

› Por Miguel Rep

“No creo que exista una fotografía argentina, como no creo que exista una fotografía francesa”, dice Graziano.

El año pasado el notable fotógrafo porteño Roberto Graziano volvió a la Argentina tras 32 años de residencia en Roma. El artista, que expuso sus trabajos en Italia, Francia y España, entre otros países, y que se de-sempeñó como fotógrafo de escena en los estudios de Cinecittà, para Federico Fellini, está presentando en el Hall Central del Teatro Argentino de La Plata, hasta fin de año, la muestra gratuita Al Andalus: Convivencia de Tres Culturas.

–¿Cuándo comenzaste a ser fotógrafo? Porque ver, viste siempre. Ahora, una cosa es ver y otra cosa es poner el aparato ahí en el medio, entre vos y lo que ves.

–La primera relación que tuve con la fotografía fue a través de mi madre. No sé por qué me proponía siempre sacar fotos. En casa tenían una máquina muy antigua. Para un día de Reyes me regalaron una que todavía conservo. ¿Te acordás de esas Gevaert de Luxe, que eran como una cajita de plástico? Ese fue mi primer acercamiento a la fotografía.

–¿Qué fotografiabas en ese entonces?

–Los fines de semana íbamos al campo. Me gustaban los animales, los caballos, la gente que estaba trabajando, y ésos fueron mis primeros temas.

–¿Eran fotos en blanco y negro?

–Sí, eran blanco y negro.

–¿Cuándo empezaste con el color?

–A los 17 años tenía una novia, a la madre le apasionaba la fotografía y le regaló una Yashica, una máquina buenísima, yo la fotografiaba, tenía cabellos muy largos y le pedía que moviera su cabeza. En esa época ya estaba orientado hacia algo muy particular que era el movimiento.

–¿Y te empezaste a dedicar más a la fotografía? Y, mientras tanto, ¿qué hacías? ¿De qué vivías?

–Diseñaba telas y las estampaba. Vendía los diseños para hacer telas para decoración y para ropa.

–¿Cuál era tu ambiente de amistades?

–Yo tenía un estudio en Paraguay y Reconquista entonces, tenía todo un grupo de amigos, el Negro Santana que en aquel tiempo se llamaba Cacho, Guillermo Selzke, Federico P. Ramos, nos encontrábamos en el Bar Barbaro, que estaba por la calle Reconquista. También frecuentaba La Paz, y ahí había algunos fotógrafos. Uno era Tito La Penna, que sigue trabajando en fotografía, otro era Jorge Revsin y había un italiano del norte, un tal Alberto Funk, que trabajaba con una amiga modelo en el interior de una casa totalmente destruida y hacía unas fotografías en color que me fascinaban.

–¿Era una onda Hamilton?

–Sí, era la época de Hamilton.

–También era la época de Raota.

–Sí, claro. A Raota lo conocí en Pinamar, en la casa de Víctor Magariños D., pintor geométrico, un grandísimo artista, fue mi maestro, siempre me alentó en la fotografía.

–¿Y Raota qué te pareció?

–Me pareció un tipo interesante y me gustó siempre su fotografía. Recuerdo que le había hecho a Víctor un retrato muy bueno, a través de un vidrio. Algo que resultó muy interesante.

–¿Qué otros fotógrafos te gustaban? ¿Cuál era tu norte fotográfico?

–Es imposible que no fuera Cartier-Bresson; Doisneau siempre me gustó también, y de los fotógrafos argentinos me gustaban Raota y Coppola.

–Como fotógrafo, ¿cuáles son tus obsesiones?

–No le presto mucha atención a la mayor obsesión de los fotógrafos: la cosa técnica. Le doy prioridad fundamentalmente al encuadre. Durante algún período tuve una cosa obsesiva con la simetría, pero creo que la cosa más interesante fue el momento en que pude romper con ella.

–¿Tuviste tu época simétrica?

–Sí.

–¿Y cuándo empezaste a romper con la simetría?

–Una película de Sergei Eisenstein, llamada Los prados de Bezhin, me llamó poderosamente la atención. Una escena presentaba el encuadre de una figura muy pequeña que va avanzando por la parte izquierda del cuadro y donde hay toda una gran mole, una montaña sobre la derecha, y esa figura diminuta compensa toda esa enormidad. A partir de ese momento lo percibí claramente, esa escena contenía la figura humana y la compensación del encuadre, dos temas que para mí fueron muy significativos en una etapa inicial. Después, con el tiempo, ingresé en el campo de la abstracción. Rompí con el referente y en ese proceso mucho tuvo que ver mi encuentro con Fellini.

–Estuviste con Fellini?

–Sí. Un viejo sueño se concretó en un regalo de Navidad en el ’89 a través de Claudio Giocca, un actor que trabajaba con él. Fue muy importante. Viajamos hasta los castelli romani, exactamente a Roca de Papa, en las afueras de Roma. A partir del encuentro con Fellini se produjo un gran cambio. Sin duda, la ruptura con el referente y la búsqueda de la abstracción sucedió a partir de ese momento. Comencé a frecuentar Cinecittà y a trabajar como fotógrafo de escena, en varios teatros de Roma, y también hice el Anuario del Espectáculo Europeo, en París.

–Quedaba atrás la fotografía “tradicional”...

–Sentí que ya había incursionado bastante en la fotografía “tradicional”. Y comenzaba a aburrirme. La forma de ruptura con el referente se me presentó por azar, como siempre ocurre. Es allí donde comienzan los cambios. Eso sí, había que estar atento, si no se escapa. Todo comenzó en un antiguo teatro de Roma, en una escena de baile de tango. Cuando revelé la película, me encontré con dos fantasmas... no sé si yo los atrapé o ellos me atraparon. Pero sí sé que a partir de allí me puse a buscar... el alma. Al tiempo me encontré con Fernando Birri y tomando un café le conté de estas ideas. Y quedamos de acuerdo en hacer unas fotos. Así que caminando por Trastevere aparecieron los fantasmas y el alma. Fue poner a punto la máquina y esperar que los enanitos que se alojan dentro se pusieran a trabajar.

–¿Te fuiste a vivir a Roma en la dictadura?

–Sí, pero yo nunca dejé la Argentina. No la abandoné nunca... siempre seguí pensando en clave y en mi lengua argentina. Conservé mis amigos, escribía mucho y cuando no podía escribir grababa cintas. Nunca corté. Nunca quise ser otro. Nunca imposté la voz. Seguí hablando del mismo modo, viví 32 años en Italia donde me integré y tengo mi hijo, y por dos largos períodos en Francia y España sin abandonar nunca Roma.

–¿Cuándo y cómo decidiste volver acá?

–Siempre te pasa por la cabeza y está por ahí la idea de volver, sin duda tiene que ver con los tiempos de cada uno, creo que va madurando muy profundamente. En uno de los tantos viajes que hice a la Argentina, me encontré con una vieja amiga, que me dijo: “Roberto, hay un tiempo para irse pero también hay un tiempo para volver, y si no volvés en el momento justo, no se vuelve más”. Esa frase rondó mi cabeza y supe que era el tiempo de empezar a pensar en volver.

–¿En ese volver hay un cruce también con una decisión política?

–Sin duda. Tuve la sensación de que era un momento particular que estaba empezando a pasar en la Argentina y de alguna forma quería estar presente y quería participar de esto que se empezaba a vislumbrar. Esto habrá empezado más o menos, cuando volví a Buenos Aires para hacer dos Exposiciones en el año 2005.

–¿Dónde fueron esas muestras?

–En el Centro Cultural Recoleta y en la Galería 180 Grados (Miretti-Castagnino).

–¿Creés que hay una fotografía argentina, una fotografía reconocible, que tiene una tradición? ¿Qué es la fotografía en la Argentina?

–No creo que exista una fotografía argentina, como no creo que exista una fotografía francesa. Creo que tiene que ver con la condición humana, fundamentalmente con la poesía, con el ojo y la sensibilidad del que está detrás de la cámara; con lo que te sucede en el momento. Si en la fotografía yo no encuentro movimiento o algo en lo que pueda establecer una ruptura, me parece muy aburrida. Repetitiva. En la fotografía sé hacer lo mismo que en la pintura. Utilizar la cámara como si fuera un pincel para hacer una propuesta nueva. Y eso también tiene que ver con la posibilidad que te da hoy la tecnología: trabajar con distintos soportes, con elementos que no son los tradicionales del revelado de la fotografía. Eso siempre te va dando una posibilidad de acercarte a lo pictórico.

–Y a vos, ¿qué te pasa con el blanco y negro?

–El blanco y negro es absolutamente dramático. Tiene que ver con cierta cosa onírica... En mi trabajo de toros y toreros (que nada tiene que ver con la tauromaquia), me encontraba en Ibiza y vi en un kiosco esas postales horribles, kitsch, de los toros y toreros famosos. Pero detrás de toda esa cosa había algo que me atraía profundamente. Y pensé: si se pudiera abstraer todo esto y se pudiera tomar todo, en una sola imagen en movimiento... pero eso me lo imaginé en blanco y negro, nunca lo imaginé en color. Me desperté a la mañana mirando un ángulo del techo de la habitación, la imagen soñada estaba allí. Empecé a trabajar y trabajar y estuve un año y medio dedicado a eso. La muestra se llama A las Cinco de la Tarde.

–¿Dónde hiciste esa muestra?

–La presenté en el Centro Cultura Recoleta en el 2005, después la llevé al Instituto Cervantes de Viena, y en Sevilla, en la Casa de las Américas. Es una muestra que amo profundamente porque ahí sí que todo es movimiento.

–¿Cuál es la propuesta en la exposición de La Plata?

–Ese es un trabajo que realicé mientras hacía las fotografías para el libro La Herencia de Al Andalus. Recorrimos muchas ciudades: Granada, Málaga, Cádiz, Córdoba, Segovia, Toledo, Rabat, Marrakesch, Chefchauen, Fez... encontrando gente de diferentes costumbres y culturas. Aparecía detrás de cada esquina aquello que tiene que ver con lo que Cartier-Bresson llamó “el momento decisivo”, ahí sí uno tiene la capacidad o no de poder captar el momento, lo que en italiano se llama el attimo fugente, el momento que se escapa y la capacidad de poder anticipar eso que está llegando, estar preparado para poder capturarlo.

–Es la muestra de un cazador.

–De un cazador de imágenes, que persigue lo poético.

–Y en este sentido, ¿tu muestra en La Plata en dónde se inscribe?

–En una propuesta poética de la convivencia de tres culturas (judía, islámica y cristiana), que convivieron en la Península Ibérica durante 800 años.

–Hablemos del futuro y de las propuestas que te quedan para laburar.

–Una muestra que estamos viendo de actualizar y volver a armar: Fotos de Artistas y Compañía. Serían cincuenta artistas aproximadamente con tres fotos por cada uno: una hiperrealista, otra en movimiento, como lo interpreto yo, y una fotografía del artista dentro del hábitat. La primera sería un retrato tradicional, la otra en movimiento, que es lo que me divierte realmente, y la tercera sería en su estudio, donde el artista crea. Todavía estoy en tratativas para presentarlas. La otra tiene que ver con “El Gaucho, Mito y Mística”. Gran parte del material lo tengo. Son fotografías tomadas en Areco, Madariaga, Tapalqué. Falta darle forma. Porque la muestra también es como si fuera un film, hay que armarla.

–¿Dónde se va a montar la muestra gaucha?

–Hay un acuerdo hecho con la Secretaría de Cultura de la Nación y se va a hacer en el Palais de Glace en junio de 2011.

–Volviste al campo como cuando ibas de chico, los fines de semana...

–Qué le vamos a hacer... uno siempre está volviendo.

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