Martes, 29 de octubre de 2013 | Hoy
FOTOGRAFIA › ALEJANDRA MARíN Y LA FOTOGRAFíA ESTENOPEICA
En su muestra 1:366 propone lecturas filosóficas sobre el espacio, el tiempo, la luz y el yo: durante un año bisiesto se sacó un autorretrato por día, aunque por la naturaleza de la técnica en muchas ni se la ve. En el Espacio Ecléctico se ven quince de esas imágenes.
Por María Daniela Yaccar
Alejandra Marín ideó y desarrolló un experimento a la vez técnico, narrativo y estético del que solamente ella participó. Durante un año bisiesto, se sacó una foto por día empleando cámaras elaboradas con portarrollos de 35 milímetros. Su exposición es una reivindicación de la técnica más artesanal de todas, la estenopeica, que en la actualidad vive un momento de auge. “Me gusta porque recupera la idea de que la fotografía es una ceremonia. Cada foto se piensa y se reflexiona. Siempre habilita una postura crítica”, expresa Marín a Página/12. Su muestra puede verse en el Espacio Ecléctico (Humberto Primo 730). Aunque austera y sencilla, 1:366 propone lecturas filosóficas sobre el espacio, el tiempo, la luz y el yo.
De octubre de 2011 a octubre de 2012, Marín sacó 366 autorretratos con los tubos negros convertidos en cámaras gracias a un estenopo (orificio) de 0,15 milímetro por donde pasaba la luz. La imagen se proyectaba del lado opuesto, donde colocó el material sensible (el papel fotográfico). Llevaba su camarita a todos lados. En la muestra, claro, no cabía tal cantidad de imágenes, por eso es que la autora eligió quince bien representativas, que exhiben los alcances que tuvo esta experiencia. El material completo se plasmó en cuatro libros, a la manera de diario. El año pasado, la fotógrafa presentó una muestra de setenta imágenes. Y espera publicar otro libro que reúna unas treinta. El proyecto, que nació a partir de la consigna de un taller, fue adquiriendo múltiples maneras de presentación.
Las fotografías de distintos tamaños –Marín digitalizó la mayoría para agrandarlas–, colocadas en las blancas paredes del centro cultural de San Telmo, discuten la idea de retrato tal y como se entiende en la actualidad. Es que, en algunas de ellas, es hasta imposible distinguir el rostro de la fotógrafa. Cuando su cara aparece borrosa, se puede reconocer el entorno: los asientos del colectivo, edificios vistos desde una terraza, su gata. En otras se ven sus manos o sus pies, ubicados en primer plano. Todas las fotos son en blanco y negro. “Las tomas con estenopeica son más largas”, explica Marín. “El tiempo de exposición no es una fracción de segundo como en el caso de una cámara digital: varió entre los quince segundos y los veinticinco minutos.” Es decir que ella nunca sabía cuándo la cámara congelaría el momento. “Las caretas se caen. Está bueno jugar con los retratos porque no se puede mantener una postura”, analiza.
“Uno no sabe bien cómo va a salir porque estas cámaras no tienen visor. El encuadre es a ojo, intuitivo. Me interesaba ver cómo juegan la luz, las formas, las texturas. Por eso me enganché. No hago autorretratos en los que soy lo principal de la foto. En todas estoy, pero no posando. En algunas ni me encuentro”, recalca. Marín, que revelaba en el laboratorio una vez por semana, utilizó diez cámaras iguales. Ella las armó con portarrollos, pero las cámaras estenopeicas pueden realizarse con cualquier objeto estanco de luz, como “una camioneta, un tacho de basura o un bolso”. “Cualquier cosa funciona como cámara si podés hacer que no le entre luz. Hay un fotógrafo que se saca fotos con la boca. Y hay gente que ha sacado con calabazas”, cuenta Marín, que es la promotora del Día Mundial de la Fotografía Estenopeica en Buenos Aires, desde 2010.
La fotógrafa sostiene que en la actualidad hay un retorno de esta técnica artesanal. “Por suerte, hay cada vez más gente haciendo estenopeica. Pero muchos hacen fotos y no piensan en una unidad, en una muestra. La diferencia con el mundo digital es que, en lugar de sacar cien fotos por día, sacás una. Eso te lleva a pensarla más”, compara. Todo vuelve, porque es sabido que Aristóteles fue el primero que se refirió a esta manera de cazar imágenes, más de trescientos años antes de Cristo. Sin embargo, fue Da Vinci, en 1519, quien escribió las primeras notas sobre una caja oscura con un pequeño agujero en el extremo. “Las cámaras siempre tuvieron lente, porque así se aprovecha más la luz. Hay fotos estenopeicas de 1890, pero se utilizaban muy poco. Volvieron con el movimiento pictorialista. Y en 1960 se volvieron a utilizar como expresión artística”, repasa Marín.
Para esta muestra, Marín trabajó con su mundo íntimo, privado, su cotidianidad e incluso su feminidad; pero, por contraste, ella está de lo más inmersa en el mundo público y social. Hace catorce años brinda talleres de fotografía a los chicos de Ciudad Oculta. Y desde 2009 lo hace para mujeres del penal de Ezeiza, a través de la asociación civil Yo No Fui (que trabaja con proyectos productivos y artísticos con mujeres, tanto dentro como fuera de la cárcel). Para Marín, la técnica estenopeica es ideal para trabajar en contextos como éstos. Dice que llegó a esta modalidad por casualidad. En 2001, en plena crisis y sin fondos para comprar rollos, alguien le sugirió probar con la estenopeica en la Oculta. Y funcionó. “Aprendí con los chicos. Fue totalmente horizontal el proceso. Tenía mi título de fotógrafa profesional, pero no sabía bien de qué se trataba esto”, cuenta. “Y en la cárcel es una herramienta que va justa. Es ideal para trabajar en un espacio reducido, siempre en el mismo patio y con las mismas chicas. Cuando tuvimos la posibilidad de probar con la cámara digital, ellas mismas me dijeron que no”, agrega.
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