FERIA DEL LIBRO › PRESENTACIóN DE LOS CUENTOS COMPLETOS DE RODOLFO WALSH
La edición del libro fue la excusa ideal para que Ricardo Piglia, Jorge Lafforgue y Juan José Delaney reflexionaran con lucidez sobre la obra del autor de Variaciones en rojo. Hubo discrepancias sobre la tensión existente entre literatura y política.
› Por Silvina Friera
Un momento extraordinario, de esos en que los testigos repetirán “yo estuve ahí”, se vivió el sábado por la noche en La Rural. Si la feria es en sí misma una experiencia excepcional en los trayectos que año tras año bosqueja entre los lectores y los libros, la presentación de los Cuentos completos de Rodolfo Walsh, preparada y prologada por Ricardo Piglia, fue uno de los acontecimientos de esta 39ª edición que termina hoy. Pocas veces ocurre que el tiempo no alcanza. Lo dijo uno de los editores, Daniel Divinsky, cuando Juan José Delaney, Jorge Lafforgue y Piglia, en un intercambio de ideas de alto vuelo –no exento de alguna que otra discrepancia– debían entregar la Sala Javier Villafañe. Antes de zambullirse en la materia, conviene calibrar algunas cuestiones. El volumen presentado por Ediciones de la Flor incluye los cuentos publicados por Walsh entre 1950 y 1968. A Un kilo de oro, Los oficios terrestres, Variaciones en rojo, Cuento para tahúres y otros relatos policiales y Zugzwang/Un oscuro día de justicia, se suman muchos textos que aparecieron en revistas pero que no fueron nunca recogidos en un libro, como “Cosa juzgada”, y un relato inédito, “Quiromancia”, además de una carta a Donald Yates y dos entrevistas al autor, realizadas en la década del ’70. Este conjunto permite, como se indica en el prólogo, “seguir el itinerario de un escritor cuyas decisiones políticas han sido usadas muchas veces como marco demagógico de lecturas distorsionadas o triviales”.
La obra de Walsh es “excepcional”; varios hitos no dejan lugar a dudas sobre esta afirmación. “En el género policial, supo escribir notables cuentos en la órbita clásica, que Borges había llevado entre nosotros a su máxima expresión; luego, con la intromisión del comisario Laurenzi, produjo una serie de relatos que buscaban adaptar al territorio y las costumbres locales las rigurosas reglas del policial inglés; no obstante, al profundizar sus búsquedas, patea el tablero: Operación Masacre ha de constituirse en el antecedente más radical del género negro en estas orillas del Plata –planteó Lafforgue–. Pero este texto emblemático abre al menos otra vertiente en el campo literario: el periodismo de investigación, que él mismo supo alimentar luego con otros trabajos y que mostró un camino provechoso, el de las historias de vida o relatos testimoniales.” Los procedimientos del policial le brindan “un andamiaje de suspenso en curso y enigma a develar”, pero para La-fforgue el narrador también pone en juego “un cruce de géneros –policial y periodismo– que a la vez que los anula como exponentes puros, diseña una instancia superadora, que abre las compuertas a lo que se dio en llamar ‘nuevo periodismo’”.
Por si hiciera falta fundamentar más lo “excepcional”, hay dos extraordinarios libros de cuentos: Los oficios terrestres y Un kilo de oro, donde se hallan varios textos antológicos de la literatura argentina del siglo XX, como “Esa mujer”, “Nota al pie”, “Cartas” y “Fotos”; además de la serie de los irlandeses que se completa con Un oscuro día de justicia. “Su escritura no oscurece ni manda al olvido el reconocimiento de su militancia política”, subrayó Lafforgue. “En las huellas de los pasos que marcan los despliegues de su escritura, puede leerse la evolución ideológica de Walsh.” El crítico se detuvo, inicialmente, en el Walsh de la década del cincuenta, cuyas convicciones políticas “fluctuaban entre un antiperonismo moderado y un breve acercamiento al nacionalismo”. Que los vientos de la historia y su pensamiento lo llevaran hacia “un socialismo cada vez más acentuado” no implicó un “proceso lineal y sin contradicciones”. En esa lucha declarada y entrega sin medias tintas se suceden el semanario de la CGT de los Argentinos, el diario Noticias, la prensa clandestina y sus últimas cartas que señalan “pasos decisivos en la radicalización de su pensamiento, cuyo mayor compromiso se da en su militancia en las filas de Montoneros”. No se trata de leer esta última etapa, apuntó Lafforgue, enfrentando la militancia política con la escritura. “Sin duda Walsh se pronunció a favor de la acción revolucionaria, aunque sin abjurar para siempre de la palabra escrita. Las vacilaciones y ambigüedades que lo tensionaron a lo largo de toda su vida no se disolvieron durante el período de la lucha armada. Antes bien, afloraron al rojo vivo. Y si los renunciamientos de Walsh son duros e impiadosos es porque responden a un mandato ético. Toda elección supone abandono. Walsh elige las armas y abandona la máquina de escribir.” Pero como ningún escritor puede evadir su pasión más honda, él encontró en la máquina de escribir su arma más eficaz. “La moral nunca se juega en un solo frente. Y Walsh, escritor y militante, lo sabía.”
Piglia recogió el guante para postular que el estilo de Walsh “es uno de los grandes estilos de la literatura argentina”. No sólo en la ficción, sino también en sus textos políticos. “En muchos casos, su estilo se servía como crítica política a cierta retórica de la izquierda, a cierto exceso en el uso del lenguaje que suele ser tradicional en la cultura de izquierda. Walsh se asombraba con la idea de por qué tenemos que decir ‘proletarios del mundo, uníos’. El decía ‘proletarios del mundo, uníos por favor’ –recordó el autor de Blanco nocturno–. Al hacer una broma sobre ese clisé de la escritura de izquierda, estaba buscando un camino por el cual el lenguaje pudiera ayudarnos a establecer conexiones.” En los cuentos, agregó Piglia, es donde se percibe con mayor nitidez la capacidad de narrar una historia dejando el suspenso. “El escribe ‘Esa mujer’ y nunca nombra a Eva Perón. Yo enseñaba ese texto en Estados Unidos y tenía que explicar quién es Eva Perón porque ese relato se puede leer como el conflicto entre dos hombres por el recuerdo de una mujer. El relato insinúa el contexto político, pero la decisión estilística de Walsh es sustraerlo para que sea el lector quien construya el sentido –explica–. No es de esos narradores despóticos que le imponen al lector el mundo que está narrando sin vacilación.”
Piglia, generoso con sus lectores y con el público que lo escuchaba, amplió el horizonte de las interpretaciones. “Los cuentos de Walsh son el momento más alto de su escritura. En un sentido, creo que le pasó lo mismo que a Borges, pero al revés. Muchas veces las ideas políticas de Borges obstaculizaron su lectura. Hubo grandes debates en los años ’60 respecto de cómo hacer con este escritor, que tenía posiciones conservadoras, reaccionarias y por momentos racistas, para superar ese obstáculo y poder ver en sus textos posiciones políticas que no necesariamente eran la mismas que se estaban sosteniendo en la escena política. En el caso de Walsh, muchos van a leer sus cuentos esperando una poética del realismo socialista y se van a encontrar con un trabajo muy sutil de reconstrucción de los contextos sociales, la presencia de los mundos políticos, de las desigualdades sociales, de las situaciones de injusticia, pero narrados con la suficiente elegancia para que sea el lector el que termine por construir el sentido de lo que está leyendo –comparó–. Debemos reconocer en Walsh a alguien que fue capaz de llevar su compromiso político a la acción práctica, pero debemos reconocer que esa acción práctica no nos da el derecho a ver sus textos como si estuvieran ligados de un modo mecánico a esa posición política. Su intervención como militante estuvo siempre ligada a la no ficción. Como si hubiera pensado que comprometer la escritura suponía dejar la ficción de lado por su cualidad ambigua, y buscara por el lado de sus textos periodísticos, de sus investigaciones, un tipo de escritura que pudiera ser capaz de construir de una manera más directa el desciframiento.”
Un elemento clave de la obra de Walsh –precisó Piglia– es la tensión entre narración e información, “una de las grandes tensiones del mundo contemporáneo”. “Vivimos en una cultura donde la información es incesante y por lo tanto tenemos la sensación de estar mal informados, porque la circulación tiene tal velocidad y la manipulación tiene tal cualidad demoníaca que debemos buscar la información por otro lado; la información que está disponible es abusiva y difícil de descifrar como verdadera. La narración nos tranquiliza respecto de ese uso de la información. Leemos literatura porque encontramos el cierre de cierto tipo de historia.” Piglia invocó la teoría del cuento de Poe, en un momento en que el periodismo de masas empezaba a expandirse. El cuento –según Poe– debe mantener el suspenso y generar un tipo de interés por el cual el lector lo lea sin interrumpir. “Esto es justamente lo contrario de la información, que es una lectura salteada en la que nunca llega el desciframiento, sino la pausa para que luego la información continúe.” Desde el origen de la literatura moderna está esa tensión entre el mundo de la narración y de la información. “La información nos pone en un mundo lejano frente al cual no somos sino espectadores más o menos indignados o compasivos respecto de lo que estamos viendo, pero nunca podemos tener un tipo de intervención personal. Mientras que la literatura es todo lo contrario: funciona cuando el que lee un texto se siente convocado y lo que se está narrando es una experiencia que podría haber sido la suya.”
La literatura de Walsh –continuó Piglia– se juega en ese movimiento en el que interviene en el mundo de la información, tratando de reconstruir informaciones que alteren la manipulación, como en Operación Masacre. “Walsh se toma el trabajo de reconstruir muy cuidadosamente el modo en que esos fusilamientos son ilegales, y lucha contra toda la información que está circulando sobre quiénes son esos peronistas ejecutados y todas las campañas de prensa para convertir en subversivos a un grupo de personas que se ha reunido. Pero lo importante del libro, sin embargo, no es eso, sino la reconstrucción de la vida de esos individuos –aclaró–. Walsh es capaz de combinar el desciframiento de la información con la experiencia de esos obreros de Avellaneda que se juntaron para escuchar la pelea de Lausse.”
Lafforgue señaló que el trabajo de Walsh como narrador y periodista se canaliza a través de dos poéticas: la de la elipsis y la testimonial. “Estas dos vertientes no siempre son independientes, no siempre corren por canales paralelos. Muchas veces se cruzan, como en Operación Masacre o ¿Quién mató a Rosendo? Yo no estoy del todo de acuerdo con que el valor de Operación Masacre sean esas historias de vida que dan cuerpo y crean un clima extraordinario. Está eso y está la verdad que busca y deja al descubierto: el asesinato de esos militantes en el régimen de la Libertadora.” Piglia registró esta objeción y aseguró que la experiencia se transmite de un modo elíptico. “Nunca las cosas se dicen de una manera directa como muchas veces el periodismo se ilusiona que se puede decir. La ficción tiene una lógica propia; es como si Walsh hubiera dicho: ‘Si uno quiere hacer literatura política, tiene que hacer no ficción’. Tiene que ir a la realidad, investigar, traer los problemas, conectarse con la gente, escucharla hablar. De qué sirve una denuncia directa convertida en una novela, si luego se estetiza y su efecto está mediado. Si Walsh hacía una novela con esos materiales de las investigaciones, no hubiera tenido ninguna eficacia.”
Lafforgue destacó la importancia de la carta de Walsh a Donald Yates, catedrático norteamericano que se dedicó al género policial en América latina, que figura en el apéndice de los Cuentos completos. “Me llamó poderosamente la atención cuando hace el elogio de Macedonio Fernández y cómo incita a Yates a venir a la Argentina para estudiar a uno de los grandes escritores semiocultos.” Delaney recordó que en esa carta está insinuado “su enorme desprecio por Sabato, a quien veía como un héroe impuesto”. Piglia aseguró que en ese tiempo, en el año ’64, veía a Walsh con frecuencia. “Iba diez días al Tigre y volvía con media página escrita y para mí era una lección. Los escritores argentinos son muy apurados.”
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