FERIA DEL LIBRO › RECORRIDO DE FIN DE SEMANA POR LOS STANDS
En el stand de la Ciudad de México, la invitada de esta 41ª edición, no podía faltar el tequila. Crece también el interés por la cultura rusa. Y la gente clama por más ofertas.
› Por Silvina Friera
El libro es un mundo por el que se puede viajar. El mundo es un libro que se puede leer. Ese viaje, esa peripecia textual, postulada desde un nosotros inclusivo y diverso, es un punto de partida para trazar posibles conjeturas o imaginarios que se ponen en juego con cada edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En el predio de La Rural todo puede ser traducido o condensado en frases, que tal vez contribuyan a la comprensión del luminoso enigma de la lectura. Uno de los tanques editoriales, Penguin Random House, ostenta un curioso letrero: “Un día sin leer es un día perdido”. Cuatro días han pasado desde que se abrió el predio de La Rural. Pensar en términos de ganancia y pérdida quizá no sea el mejor itinerario para tirar del hilo de tan compleja cuestión. No hay que expulsar del “paraíso” a quienes “pierden” el tiempo tocando la guitarra o el piano, bailando o cantando. “Somos criaturas lectoras, ingerimos palabras, estamos hechos de palabras, sabemos que las palabras son nuestro medio de estar en el mundo”, se lee en un libro altamente recomendable, que será como una especie de faro, mientras se transita los coloridos pabellones: El viajero, la torre y la larva (FCE), de Alberto Manguel.
En el stand de la Ciudad de México, la ciudad invitada de esta 41ª edición, no podía faltar el tequila, la bebida más representativa del país. De pronto se tiene la impresión de estar en un cuadrilátero rodeado por libros y cajas que tienen los rostros de los escritores mexicanos, como si se pudiera pedir, acodado a la barra, un vino cosecha Octavio Paz, Emilio Pacheco, Elena Garro, Alfonso Reyes, Juan Rulfo y Gerardo Deniz, entre otros. Hay sofás y sillones mullidos para descontracturarse, ideales para leer, hojear revistas, folletos, catálogos. “El espacio está pensado para que sea una especie de microcosmos que refleje lo que es la Ciudad de México. Las cajas tienen las caras de los escritores más importantes de las letras mexicanas. En las pantallas hay exposiciones de fotografía, exposiciones digitales y videos de gente como Azucena Losana, una artista mexicana que vive en Buenos Aires. El papel picado color fucsia, que es el color oficial de la ciudad, se utiliza mucho en celebraciones nacionales como el Día de la Independencia o el Día de los Muertos”, cuenta Adrián Román del stand. “Hay interés de los argentinos, vienen mucho a preguntar y les gusta el stand. Sólo hemos tenido falta de asistencia a las actividades programas en las salas, quizá por falta de difusión. Los libros son la muestra del trabajo editorial que se hace en la ciudad, sobre todo hay editoriales independientes como Sexto Piso, Ediciones Sin Nombre, El Tucán de Virginia, Almadía y Cal y Arena”, enumera Adrián y recuerda narradores y poetas que participarán en presentaciones de libros, diálogos y lecturas, como Margo Glantz, Carmen Boullosa, Guadalupe Nettel, Paco Ignacio Taibo II, Alvaro Enrigue, Gonzalo Celorio y Alberto Chimal, entre otros.
La amabilidad, la hospitalidad, tiene acento mexicano. Es la primera vez que Adrián viene a la feria, un ámbito que le parece “muy grande, con muchos libros” dice, amplificando los carbones de su mirada.
–¿Preguntan por los estudiantes secuestrados y asesinados en Ayotzinapa?
–Sí, los 43 estudiantes de Ayotzinapa es uno de los temas que más conmueve acá.
La soberana libertad de las lectoras y lectores se traduce en revolver stands, agacharse y revisar hasta la última fila, no sea cosa que ahí en el fondo, debajo de todo, medio escondido, esté justo el libro que terminará en sus manos primero, para aterrizar después en su biblioteca. Puede hojear de atrás hacia adelante las páginas, revisar el índice, picotear unos fragmentos por aquí y por allá. Una feria –esta feria– es como un mercado común de editores y libreros que se monta hasta el 11 de mayo para comerciar novelas, cuentos, ensayos, poesía, teatro, crónicas y biografías. Bajo la advocación del santo patrón del libro de oferta o de saldo –un santito que debería recibir más estímulos, ¿o el precio no importa y no deviene muralla de exclusión para muchos bolsillos?–, hay un stand en el que se puede hacer una escala prolongada. “¡Rematamos todo! ¡Grandes ofertas!”, se lee en el stand de Edicol (Editorial Cooperativa de Libreros), en el pabellón Amarillo. En una de las mesas se despliega la primera tentación: un libro 40 pesos o 3 libros por 100. En este rubro se puede optar por tres títulos: El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sabato; Kafka y su padre, de Carlos Correas, y El sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares. Otra de las ofertas es un libro por 60 pesos o 3 por 150: Los bohemios, de Anne Gédéon Lafitte, marqués de Pelleport; Testigo de raza. Un negro en la Alemania nazi, de Hans J. Massaquoi, y Por la boca muere el pez, de Andrea Camilleri y Carlo Lucarelli.
Fernando Petz, encargado del stand de Edicol –que está en la Rural desde 2008–, tiene una remera negra diseñada especialmente para una de las ediciones de la feria. En la parte delantera dice: “Yo no vivo del libro”. Cuando se pone de espalda, se lee: “El libro vive de mí”. Aunque la cantidad de gente que está revolviendo y comprando impresiona –verlos a todos juntos es un festín para la vista–, Fernando se toma unos minutos de descanso para hablar con Página/12. “La feria tiene fuerza, si tenemos en cuenta la altura del mes; después del 15 o del 20, todos estamos con menos dinero.”
–¿Qué expectativas tienen este año: van a vender más o el techo de ventas lo alcanzaron el año pasado, cuando la feria cumplió 40 años?
–Sí, vamos a vender más y en nuestro caso en particular cambiamos de sector; pasamos del pabellón Azul al Amarillo, que tiene muchísimo tránsito.
El libro de Manguel viene a la mente a cada paso que se da por los pabellones. Los adolescentes encuentran algún rincón donde se tiran a leer, a pesar del murmullo ambiente. “Avanzamos por un texto como lo hacemos por el mundo, pasamos de la primera página a la última a través del paisaje que se despliega; a veces empezamos a medio capítulo, otras no llegamos al final –plantea Manguel en El viajero, la torre y la larva–. La experiencia intelectual de atravesar las páginas mientras leemos se vuelve una experiencia física, que llama a todo el cuerpo a entrar en acción: las manos dan vuelta a las páginas o los dedos se desplazan por el texto, las piernas prestan soporte al cuerpo receptivo, los ojos miran en busca de significado, los oídos vueltos al sonido de las palabras en nuestra mente. (...) Todo lector es un Crusoe de sillón”. En Fondo de Cultura Económica hay ofertas para aprovechar y recomendar como El escritor y la tradición, de Jorge Fornet (83 pesos); Esáu y Jacob, de Joaquim Machado de Assis (77 pesos); el último libro de la socióloga y antropóloga francesa Michèle Petit, Leer el mundo (155 pesos), y el libro de Manguel (110 pesos).
Muchos poetas latinos compararon el oficio de la escritura con la navegación. Ahora, cuando la idea de aventura es menos amplia, del escritor o lector como navegante se pega el salto interior al paladeo o saboreo íntimo. La Escuela de Ruso despliega un pequeño espacio en el pabellón Amarillo que invita a una “degustación de ruso”: próxima clase 18.40. En primer plano se exhibe una foto en la que están Cristina Fernández de Kirchner y Vladimir Putin. Bulgun derrocha simpatía y trata de convencer a esta cronista de que se anime a tomar la clase. “A partir del año pasado creció el interés por el idioma ruso; hay muchos más politólogos y sociólogos que lo empiezan a estudiar”, revela esta joven de frente ancha y ojos levemente rasgados, que responde más al estereotipo “asiático”. Bulgun es rusa, pero parece china. Ella suelta una sonora carcajada y comenta que nació en Kalmukia, una república que queda cerca del Mar Caspio y del Cáucaso. “Los calmucos llegaron de Mongolia hace cuatro siglos a un territorio que entonces no era Rusia”, explica Bulgun mientras entrega su tarjeta personal y vuelve a insistir que hay una clase de la lengua madre de Leon Tolstoi, Anton Chejov y Fiodor Dostoievski a punto de empezar.
Cuando los pabellones se van animando con más personas caminando y hurgando entre los libros, algún pesimista incorregible balbuceará la máxima de Pascal: “Las desgracias del mundo se deben a que la gente no es capaz de permanecer veinticuatro horas seguidas en una habitación”. Los optimistas, en cambio, leen por el gusto de leer, para moverse de texto en texto, de página en página, sin un destino pautado de antemano. Los Siete Logos es un stand colectivo integrado por siete sellos independientes: Adriana Hidalgo, Eterna Cadencia, Entropía, Mardulce, Katz, Caja Negra y Beatriz Viterbo. “La feria viene bien, proporcionalmente igual al año pasado en ventas y asistencia de gente”, subraya el poeta y traductor Cristian De Nápoli, encargado del stand. A pesar de que este es el primer fin de semana, hay algunos títulos que van en punta, como El libro de la almohada, de Sei Shônagon (Adriana Hidalgo), y Generación hip-hop, de Jeff Chang, uno de los caballitos de batalla más vendidos de Caja Negra, también Volverse público de Boris Groys. 222 patitos, de Federico Falco, es uno los más requeridos del catálogo de Eterna Cadencia; los de Werner Herzog, Del caminar sobre hielo y Conquista de lo inútil, editados por Entropía; Erotismo de autoayuda. Cincuenta sombras de Grey y el nuevo orden romántico, de Eva Illouz, publicado por Katz.
“El perfil de los que compran libros de Caja Negra es tribal, es esa gente que cuando se agota un libro hace una página en Facebook para que lo vuelvan a editar, para que vuelvan a editar Jackonismo, por ejemplo. Es la tribu de lectores más exótica, gente del cine y de la música. Al que viene a buscar libros de Caja Negra te das cuenta por la pilcha; es más moderno, puede estar teñido y tiene un tipo particular de anteojos. Hay diseño y producción –define De Nápoli–. Los libros de Beatriz Viterbo son para estudiantes y egresados de la carrera de Letras. Katz tiene más el perfil del egresado de economía y sociología. Eterna y Adriana Hidalgo ya no se puede decir que sean editoriales chicas y medianas, sino que están en la línea de editoriales argentinas casi grandes como Ediciones de la Flor o Colihue”. De Nápoli cree que hay un perfil general de lectores que van a buscar libros a Los Siete Logos. Son aquellos que buscan novedades y traducciones de narrativa y ensayo. “Me llama la atención que la gente que viene a la feria paga una entrada. Es absurdo”, confiesa el encargado del stand. Debería ser como antes, que pagabas la entrada y comprabas un libro y te descontaban la entrada. La feria es una marca instalada, un evento que construimos y sostenemos todos los porteños”.
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