Domingo, 10 de mayo de 2015 | Hoy
FERIA DEL LIBRO › GUADALUPE NETTEL Y DESPUES DEL INVIERNO, SU NUEVA NOVELA
La notable escritora mexicana da pistas sobre su libro más reciente, ganador del Premio Herralde de Novela en 2014. “El hecho de que haya pasado tantos años de escritura me permitió que también los personajes se fueran humanizando”, detalla.
Por Silvina Friera
El inventario de la verdad se esconde en lo cotidiano. “Vivimos lo habitual sin nunca interrogarnos acerca de él y de la información que pudiera aportarnos”, afirma Cecilia, una estudiante mexicana que vive en París, una ciudad que se vuelve menos hostil gracias a la biblioteca de su vecino Tom, que padece una complicada enfermedad HAP (Hipertensión Arterial Pulmonar), de quien ella se terminará enamorando de un modo obsesivo. Claudio, un cubano que sobrevive en Nueva York y trata de surfear el pantano sentimental de su compleja relación con Ruth, quince años mayor que él, conoce a Cecilia en un viaje a París y se enamora perdidamente de su “mujer ideal”. En Después del invierno (Anagrama), Premio Herralde de Novela 2014, Guadalupe Nettel vuelve a sumergirse en un tema que es su marca registrada: “Poner a la luz el loco que somos”, iluminar esas zonas anómalas, extrañas, inclasificables y escamoteadas, que suelen producir una identificación extraordinaria en sus lectores. Sólo una narradora inclasificable como la escritora mexicana –que presentó la novela en la Feria del Libro– puede explorar los itinerarios amorosos empujando y trasgrediendo los límites mentales con el eco una frase del peruano Julio Ramón Ribeyro resonando en los oídos de los personajes: “Seres imperfectos viviendo en un mundo imperfecto, estamos condenados a encontrar sólo migajas de felicidad”.
“Las primeras páginas son el principio de la novela”, cuenta Nettel a Página/12. “La empecé a escribir cuando todavía vivía en París hace mucho tiempo, más de diez años. Era el proyecto al que siempre volvía, lo interrumpí para escribir El matrimonio de los peces rojos y El cuerpo en que nací y siempre regresaba y era cómodo porque tenía algo que estaba haciendo. Ahora me siento desubicada porque no tengo nada empezado. Durante muchos años, tenía algo que iba avanzando lentamente. Tenía ganas de escribir sobre un personaje misógino y muy machista, tenía muchas ganas de burlarme en primera persona de ese tipo de hombres”, reconoce la autora de Pétalos y otras historias incómodas y El huésped. “Claudio es un cubano atípico porque es muy intelectual. El tono lo encontré leyendo los aforismos tan misóginos de (Arthur) Schopenhauer sobre el amor, las mujeres y la muerte. Cuando Claudio habla de la mujer ideal, empecé a imaginarme cómo sería esa contraparte y ahí empezó poco a poco a surgir Cecilia. Me fue más fácil escribir sobre Cecilia muchos años después porque era como escribir sobre mí misma, sobre aquella que había sido a los 27 años mientras vivía en París. No quería escribir sobre la que era en ese momento y de hecho nunca había escrito acerca de mí misma todavía. No había escrito El cuerpo en que nací ni nada que fuera medianamente autobiográfico.”
–Cecilia tiene muchas de las vivencias de Guadalupe Nettel en París, ¿no?
–Sí, a esa edad era muy neurótica, muy radical y bastante oscura y depresiva (risas).
–¿Por qué los personajes de esta novela, no sólo Cecilia, son tan oscuros?
–Supongo que es lo que conocía. En esa época me gustaba todo lo que fuera oscuro y neurótico. No sé si me identificaba, pero es posible... Cuando pienso en las lecturas de esos años, era normal que fuera depresiva, si solamente me llenaba la cabeza con esas cosas (risas). Me acuerdo de que durante un tiempo mi película favorita era Happiness, de Todd Solondz, que es ultra ácida, con personajes entre suicidas y drogadictos y obsesivos sexuales. También leía mucho a Kenzaburo Oé, me acuerdo que me encantaron Dinos cómo sobrevivir nuestra locura, El grito silencioso y Una cuestión personal. El hecho de que haya pasado tantos años de escritura me permitió que también los personajes se fueran humanizando, que fueran perdiendo tantas expectativas acerca de ellos mismos, tanta megalomanía, sobre todo Claudio. Y que fueran encontrando más humildad, más humanidad humilde en la vida, porque creo que es lo que me pasó a mí también.
–Los personajes de Después del invierno atraviesan pérdidas sentimentales, familiares, muertes... ¿Fue deliberado trabajar con la cuestión de las pérdidas?
–Sí, la vida se va haciendo con cada una de nuestras pérdidas. No hay nadie que escape a esos golpes, que nos van volviendo más humanos y menos ambiciosos. Y que nos permite tener más perspectiva sobre nuestra condición finita y también darnos cuenta de que necesitamos de los demás, por más solipsistas y aislados que seamos. Siempre en los momentos de pérdida necesitamos por lo menos una persona que nos acompañe. La novela habla de las pérdidas y de cómo esas situaciones dolorosas nos permiten acercarnos a los otros y establecer un lazo, algún vínculo muy íntimo que quizá no habíamos tenido antes. En Cecilia se da con su amiga cubana Haydée y en Claudio más con Ruth que con Cecilia, a quien idolatraba. Hay una yuxtaposición de las relaciones ideales, de aquellos que idealizamos y con quienes creeríamos que seríamos felices, y de las personas con las que verdaderamente contamos, que muchas veces no son las que más respetamos, lamentablemente. Todo el tiempo estamos perdiendo cosas, ¿no? Durante el proceso final de la escritura de la novela, mi padre enfermó y murió de cáncer. Siempre pasa algo raro al final de la escritura de mis libros: o me nace un hijo o se muere alguien.
–Hay una mirada sobre lo que es vivir en París muy crítica. ¿Le pareció una ciudad tan hostil como manifiesta en la novela?
–Sí, durante los primeros años lo viví así y creo que es algo generalizado. No es una sociedad en la que uno entre fácilmente, sobre todo en el invierno. Los parisienses son muy hostiles. Todo lo que describe Cecilia está consignado en mis diarios, utilicé apuntes de mis diarios en la novela. Tal vez París fue una fiesta en el pasado, pero no creo que sea la parte dominante ahora, sobre todo el día a día es muy pesado; es una ciudad cara, los espacios son muy reducidos y es muy difícil encontrar departamentos para alquilar. Cualquier estudiante de posgrado de cualquier nacionalidad generalmente la pasa mal los primeros años porque las clases para posgrado siempre son muy reducidas y no es que entables amistad con la gente. No es como los primeros años de la universidad, ya cada quien tiene su vida muy hecha y no socializan. Al principio, llegar a París es muy brutal.
–Sorprende que a Cecilia y Tom les guste no sólo pasear por los cementerios, sino vivir frente al cementerio Père-Lachaise. ¿Comparte ese gusto por los cementerios?
–Sí, viví en un departamento frente al cementerio y paseaba bastante por ahí. Alguna vez busqué la tumba de (César) Vallejo. Con retazos, con pedacitos de vida, vas haciendo una trama de ficción que no corresponde exactamente a tu vida, pero utilizas muchas de tus experiencias. Creo que todos los escritores usamos más o menos nuestras vivencias.
–Los personajes de su narrativa suelen ser criaturas fronterizas más que anómalas. Si hay una línea casi invisible que divide el hecho de estar sano o enfermo, parecen estar con un pie a cada lado, ¿no?
–Sí, pero creo que todos somos fronterizos vistos de cerca. Solamente a quienes no conocemos no nos parecen así. Toda la gente que conozco bien tiene alguna neurosis fuerte o se salieron de los rieles en algún momento de sus vidas, o vivieron situaciones de mucho estrés en que una persona que parece muy estable se puede desestabilizar, como le pasa a Claudio. Yo pongo el reflector en eso: mis personajes son personas comunes y corrientes, pero si las describieras de otra manera no parecerían fronterizas. Me gusta siempre alumbrar los claroscuros, los huéspedes que todos tenemos dentro, porque siento que es un poco falso no hacerlo cuando estás escribiendo a un personaje y tratas de dar con todas sus dimensiones. No hablar de su dimensión más oculta, menos visible, me parece falso. Como dice el epígrafe de El huésped, que es de Jean Paulhan, hay que poner a la luz el loco que somos. Es importante por varias razones: le das más cuerpo a un relato si hablas de eso y creo que los lectores se van a identificar más con el lado sombrío de los personajes. A veces me pasa que los lectores se me acercan y me dicen: “Yo me identifiqué con Cecilia”. O con Claudio o con el personaje que se arranca el pelo... Gente que nunca te hubieras imaginado te hace esas confesiones. Y me parece genial porque entonces le estoy hablando a una parte muy íntima y es muy enriquecedor para mí sentir que se establece una conexión entre el texto y la intimidad del lector.
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