FERIA DEL LIBRO › FERIA HORACIO GONZáLEZ PRESENTó TOMAR LAS ARMAS, SU TERCERA NOVELA
El sociólogo y escritor mostró su nuevo trabajo ficcional en la sala Roberto Arlt, en una presentación de la que también participaron Jorge Consiglio, María Pía López y Eduardo Rinesi. “Horacio escribe su obra en los bordes”, señaló la socióloga y escritora.
› Por Silvina Friera
“El tiempo es precisamente lo inaprensible, el éxodo de mí y la posibilidad de encontrarme en el futuro con un pequeño deseo insatisfecho”. No es una pirueta retórica esta definición certera del profesor de historia apodado Echeverría, el narrador y uno de los protagonistas de Tomar las armas (Colihue), la tercera novela de Horacio González que fue presentada el sábado a la noche en la sala Roberto Arlt de 42 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, junto con Jorge Consiglio, María Pía López y Eduardo Rinesi. “Al comienzo Echeverría, que vive solo en una casa acechado por arañas y hormigas, solicita los servicios de un fumigador, Sebastopol, para librarse de las plagas. Mientras el hombre trabaja, alguien golpea la puerta; es una catequista, una testigo de Jehová. Estos tres personajes serán clave para hablar del pasado que se irá desplegando con su movimiento arácnido hasta impregnar el presente, hasta darle otra identidad, hasta provocar el reconocimiento que será la cifra de la novela”, dijo Consiglio. Dos cuestiones le llamaron la atención de la novela de González: la factura compleja de los personajes, que son pura dimensión simbólica, “parecidos a los personajes caídos en escena de (Samuel) Beckett”; y la dialéctica del texto. “Los temas se van encadenando unos con otros y los eslabones de unión, nunca cerrados, siempre porosos, son amigables con los titubeos y el silencio. Es una música que se propaga, podríamos llamarlo ‘el sonido González’, una melodía envolvente que se desarrolla y que por momentos se entretiene en el espejo de agua de un loopeo”, explicó el autor de Hospital Posadas.
“El lector no se asombra cuando los escritos del narrador, de Echeverría, son leídos por el mismísimo Perón y como al general le gustan, el protagonista de la novela es llamado a incorporarse a ‘nuestras filas’. De un momento para el otro, el narrador parte para los talleres San Martín, un antiguo playón de reparación de locomotoras. El viaje en tren hacia ese destino es uno de los varios momentos altísimos de la novela y el tono recuerda al Adán Buenosayres”. ¿En qué consiste “el sonido González” al que refiere Consiglio? “Se trata de una prosa que seduce a partir de un movimiento ensortijado: avanza retrocediendo, es decir va para atrás, retoma el tema y continúa. Es un sistema de pensamiento, es rumiar las ideas –ponderó el escritor–. La lengua de González es singularísima; en ella tiene lugar una figura que a falta de un mejor nombre llamo oxímoron: conjuga la vacilación con una enorme seguridad. Su enorme potencia me recuerda a Ricardo Zelarayán en La piel de caballo. González escribe desde la torrencialidad; su flujo discursivo es de largo aliento, de silabeo furibundo y animoso, de poesía precisa y contenida. Consigue lo que nadie: articula en su discurso un aparato erudito sorprendente con una pasión desenfrenada”.
Rinesi advirtió que las tres novelas de González –las anteriores son Besar a la muerta (2014) y Redacciones cautivas (2015)– piensan la historia argentina “bajo la forma de un recuerdo en el presente”, estimulado por un diálogo entre protagonistas de un capítulo anterior a esa historia. “La lucha armada es un tema grave del que González habla a través del artilugio de citar un texto de (Esteban) Echeverría sobre los mártires de otra época, de otro siglo, de otra juventud para hablar de los mártires de su época, de su siglo, de su juventud. Pero la toma de las armas tiene también un carácter absurdo, disparatado, payasesco, carnavalesco. Hay una suelta de volantes ridículos para lo cual en una clase de estrategia militar se enseña los mapas de la red ferroviaria argentina, para ver en qué punto del entramado había que tirar unos volantes que al día siguiente aparecen como una noticia menor en los diarios –ejemplificó el filósofo y politólogo–. Esa es la toma de las armas para que el protagonista de la novela se prepara y prepara a otros, hasta que su corresponsal epistolar, el viejo, le informa que está afuera”. En un viejo artículo publicado en la revista Unidos, el ex director de la Biblioteca Nacional discutía los modos de entender el malentendido de las juventudes en los años 70. “‘Entendimos mal, sí, porque entender mal es una manera de izquierda de entender’ –apuntó Rinesi una frase de ese artículo–. Esta tesis sobre el malentendido está en el corazón del pensamiento de Horacio sobre la política, sobre el peronismo, sobre qué es lo que hizo la izquierda peronista de los 70 con el discurso de Perón. En la novela aparece como respuesta a la misma pregunta. ¿Estábamos equivocados? ‘Sí, pero éramos necesarios en sus esquemas de procedimiento; entonces al estar equivocados, estábamos acertados’”.
María Pía López señaló que la sucesión temporal está abolida en Tomar las armas. “Lo que pone Horacio en juego en esta novela es la idea de la coexistencia del tiempo. Cuando decimos pasado, presente y futuro, estamos hablando de distintas hebras que están todas en el mismo plano. Si hay un régimen en el que queda abolida la idea de sucesión temporal es en el sueño”, expresó la socióloga y escritora. “Para pensar algo tan directo como tomar las armas, construye un pliegue fantasmático y esa ensoñación que al mismo tiempo permite pensar esa situación con humor. Si aceptamos la temporalidad sucesiva, es decir la temporalidad que habitamos, cuando hablamos de tomar las armas, hablamos de muertos, de personas respecto de las que tenemos una memoria dolida, hablamos de hechos que son absolutamente irreversibles. Anular la sucesión temporal permite que podamos reír ante el mismo episodio de tomar las armas porque no se juega allí nada del orden de lo irreversible, aunque sepamos que se está jugando”. La ex directora del Museo del Libro y de la Lengua afirmó que al narrador de la novela de González le interesan “aquellos que toman las armas no por una vocación militar, no por profesionalismo, sino porque están llamados por la época al martirio –decía el Echeverría de 1837–, porque la existencia de un tirano los obliga a dejar las profesiones a las que estaban destinados y dedicarse a otra cosa”. “Carlos Olmedo, que era un filósofo que discutía en las revistas de la época con Oscar Terán, en lugar de seguir el camino de la filosofía o de las ciencias sociales, escucha el llamado de la revolución que lo va a convertir en un mártir. La pregunta de la novela es qué es lo que convierte a alguien en un hombre armado”. Otra pregunta más que pertinente lanzó López al auditorio de la sala Roberto Arlt: ¿Por qué hablar de los años 70 en un país como Argentina, hablando de Echeverría, y no de (Georg) Luckács? “Horacio escribe su obra en los bordes, es decir siendo solicitado por aquello que no podríamos ver si creemos que hay un modo de ver que es poniéndonos de frente a las cosas”, sugirió la autora de las novelas No tengo tiempo y Habla Clara, entre otros títulos.
González reconoció que tuvo el atrevimiento de citar a Juan Bautista Alberdi junto con Piotr Kropotkin. “Alberdi es lo más que dio la Argentina en materia de pensar el ferrocarril del mismo modo que Kropotkin. Pero la desgracia de la Argentina es que no hubo nadie interesante que no haya sido capitalista, y a veces muy capitalista, como el caso de Alberdi”, agregó el escritor y ensayista que dedicó su tercera novela a su compañera Liliana Herrero y a su abuelo ferroviario. “Me gusta participar del equívoco de qué es lo que hace uno cuando hace algo. Ese equívoco me llevó a cruzar dos líneas, como si fueran dos líneas férreas que chocan, cuando en la realidad no lo hacen: la tradición echeverriana y la tradición nacional popular. Hace muchos años que creo que solo la tradición nacional popular no sirve para darle un camino a las cosas; no está en condiciones de resolver todos los problemas. Tampoco la tradición echeverriana, que tiene muchas deficiencias, pero tiene ese lado del martirologio, sin ser de derecha porque la tradición martirológica fue más nacionalista. Echeverría es una suerte de cosmopolita saintsimoniano con un lado martirológico muy fuerte, melancólico, fracasado, que dejó cierta descendencia. Uno fue (José) Ingenieros, que cuando percibe su fracaso se hace echeverriano y dice: ‘Voy a frotar la lámpara de Echeverría’. Después (Tulio) Halperin Donghi, que el primer libro que escribió se llamaba Echeverría. Otro echeverriano fue Héctor P. Agosti, que escribió sobre Echeverría para hacer dos cosas: acercarse al peronismo y rechazarlo”.
“Venir a la feria no lo considero fácil. Hay una orientación de las lecturas que tiene que ver con una sustracción gigantesca que hubo en el país. Se sustrajo al país de su autoexplicación. Quizá ciertas colas que hay acá tengan algo que ver. O quizá sea muy injusto y deba limitarme a festejar que estemos hoy presentes como un síntoma reconstructivo importantísimo –reflexionó González–. Hay que rescatar un país no de los otros sino de buena parte de nosotros mismos. Eso nos obliga a repensar lo que hicimos. Hay responsabilidades evidentes en esta pérdida gigantesca que ha tenido el país porque sus mejores momentos de escritura y de lucha también fueron en nombre de modernizaciones y procesos muchas veces represivos”.
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