FERIA DEL LIBRO › EL ESPAÑOL LORENZO SILVA PRESENTO SU NOVELA MUSICA PARA FEOS
El autor de La marca del meridiano aborda el tema de la intervención española en Afganistán, pero introduce una historia de amor. “Me sirve para humanizar la historia de guerra”, señala Silva, quien considera que las “invasiones neoimperialistas están mal concebidas.”
› Por Silvina Friera
El alma humana es un amasijo de contradicciones. Los mismos ojos que se empañan de lágrimas se acostumbran a fijar el blanco a través de la mira de un fusil. Mónica, una joven periodista al borde de los treinta años que sobrevive como productora de un programa de telebasura, se enamora de Ramón Sánchez, quien al principio se obstina en mantener en secreto que es militar. No es fácil digerir para ella el relato de Jaime Redondo, militar y poeta amigo de Ramón, quien le cuenta lo que hicieron en misiones compartidas en Afganistán. Son “tiradores de precisión” o francotiradores, especialistas en disparar a mucha distancia sin ser vistos. El título Música para feos (Destino), la novela que Lorenzo Silva presentó en la 42 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, viene de la adaptación libre de un verso de “Chelsea Hotel # 2”: “We are ugly, but we have the music” (Somos feos, pero tenemos la música), canción de Leonard Cohen que integra la banda sentimental del libro. “Yo quería que la parte de Afganistán funcionara un poco como el iceberg: ves la décima parte y la otra está sumergida y la tienes que intuir. El personaje de Ramón me interesa dejarlo en un espacio de misterio mayor”, cuenta el escritor español a Página/12.
Silva (Madrid, 1966) es conocido especialmente por sus novelas policiales protagonizadas por la pareja de investigadores de la Guardia Civil formada por Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro. Por El alquimista impaciente –la segunda de la saga que hasta ahora incluye 9 títulos– ganó el premio Nadal en 2000; con La marca del meridiano, la séptima de la serie, obtuvo el Premio Planeta en 2012. “Me parece muy interesante hacer el ejercicio de adoptar voces distintas. Cuanto más distintas, mejor. Mónica es una periodista que ha dejado de serlo y la historia con Ramón le devuelve la sensación de que hay que contar historias incómodas, con paradojas, que te dejan un desasosiego. El periodismo está para eso y no para aturdir a la gente”, plantea el escritor español, también editor de Playa de Akaba, un sello que creó hace cuatro años, en el que publica poesía, clásicos, narrativa y literatura infantil y juvenil.
–¿Música para feos es una historia de amor o un relato sobre el amasijo de contradicciones del alma humana?
–Lo que pasa es que son dos novelas: una va en la superficie y la otra de contrabando. La que va de contrabando hace mucha contradicción con la historia de amor porque en el fondo es una historia bélica. Afganistán está a 6000 mil kilómetros de España, ¿qué hacen los soldados españoles tan lejos? Me interesaba la historia de amor como forma de añadirle una dimensión a lo que son las historias de guerra, que tienden a dar una visión épica y falsa en la que se silencia el miedo y el dolor. La historia de amor me sirve para humanizar la historia de guerra.
–¿Estuvo en Afganistán?
–Sí, de hecho empecé a escribir ahí la novela. Lo que te llega por los medios es una visión epidérmica de lo que es la guerra. La primera noche que llegué y me fui a cenar me encontré a una chica con los ojos rojos, una militar española muy joven. Venía de hablar por Skype con su hijo de un año. Esto te trastorna completamente el relato de la guerra contemporánea, que es una guerra conectada permanentemente, pero que de repente en Afganistán se vuelve medieval. Todo eso si no lo tocas, si no lo hueles, no lo puedes contar.
–¿Habló con un francotirador que haga lo mismo que hacen Ramón o Jaime en la novela?
–Sí, pero curiosamente eso no lo hice en Afganistán. Fue a mi vuelta en España cuando entrevisté a varios tiradores que habían estado en Irak y Afganistán. Para mí saber lo que hace Ramón no es tan importante. El misterio de este hombre es que ha matado gente. Hay una gran diferencia entre llevar un uniforme y un arma y tener conciencia de que le has quitado la vida a otra persona.
–A Mónica no termina de convencerla el argumento de Jaime de que alguien tiene que hacer lo que hacen los francotiradores. ¿Qué cree usted?
–Me pasa un poco como a ella. Yo no sería francotirador, habiendo muchos otros oficios disponibles, pero entiendo que hay situaciones en que alguien debe estar entrenado para hacerlo. Las personas a las que he conocido, que afortunadamente no eran psicópatas, asumen esa responsabilidad no como un privilegio o un deleite –que es lo que aparece en la película de Clint Eastwood–, sino como una carga que les toca llevar en nombre de otros. La alternativa a ellos es un dron que lo maneja tranquilamente alguien que está en una habitación, que mira por las cámaras y dispara un misil: muere el objetivo peligroso y a lo mejor mueren veinte niños también. El francotirador le da a quien le tiene que dar. Y a nadie más. “Yo veo la cara de la persona a la que voy a matar”, me dijo uno. Por eso no me gusta la película de Clint Eastwood, porque banaliza lo que es la figura del tirador de precisión convirtiéndolo en una especie de héroe de feria.
–Cuando Mónica está en Afganistán, al final de la novela, se refiere a la presencia española en la zona con la primera persona del plural: “somos intrusos”, dice. ¿Música para feos alentó algún tipo de debate sobre la intervención de España en Afganistán?
–En Afganistán todos son intrusos; fueron intrusos los rusos, los británicos, los americanos y todos sus aliados, entre los que estamos los españoles. Ha habido muy poca reflexión sobre el hecho de tener tropas en un lugar en conflicto, donde lo que se producen son episodios bélicos. En Afganistán hay un enemigo que no se quiere dejar reconstruir, que son los talibanes, que siguen dominando el 80 por ciento del territorio. Afganistán es un país que funciona con respiración asistida de la OTAN. Si la OTAN se retira y deja al frágil gobierno afgano, el país caería entero en manos de los talibanes. España no debería haber ido de la forma en que fue. Cuando tú hablas con afganos que estudian y quieren salir adelante y apartarse de la inercia casi medieval del país, ellos te dicen que la presencia de los extranjeros es absolutamente vital. Y eso te hace dudar. Pero no dudo de que todas estas invasiones neo imperialistas están mal concebidas.
–En la novela, Jaime es un francotirador que escribe poesía. ¿Eso es una invención de Lorenzo Silva?
–No. Hay un libro de poesía escrito por un sargento español en Afganistán, Guillermo de Jorge. Mi personaje se inspira en él. Vivimos en un mundo en donde las ideas preconcebidas fracasan estrepitosamente. Tú no piensas en un militar profesional poeta. Sin embargo, los hay.
–¿Por qué alguien que escribe poesía trabaja como militar, un oficio que está más cerca de la muerte que de la vida?
–El ejército moderno no consiste en arrasar, aunque naturalmente tiene recursos para destruirlo todo. Precisamente porque no consiste en eso, le sobran los Rambos y los francotiradores tipo Kyle. Ese personaje de la película de Clint Eastwood me parece muy emblemático como ejemplo de lo que no se debe hacer. El mensaje que da esa película es que el militar americano es una especie de vaquero que va a cazar apaches a Irak. Los apaches son los iraquíes. Por cada apache que mata ese francotirador, le salen 500 apaches nuevos. Conviene tener gente más serena y con mayor capacidad de no usar la violencia, porque si tienes gente violenta lo que tienes son creadores de problemas.
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