FERIA DEL LIBRO › ALACRAN O LA CEREMONIA EN TIMBRE 4
› Por Paula Sabatés
En escena hay un sólo cuerpo pero varias corporalidades. Es que el español José Antonio Lucía se transforma, en la taberna que le da marco a la obra, de personaje en personaje. El que guía el relato es Alacrán –que además da nombre a la obra: Alacrán o la ceremonia–, un “perdedor en una lucha urgente para que todo cambie”, según lo define el también dramaturgo de la pieza. Algo solitario y muy melancólico, el sujeto recorrerá distintas historias, entre las cuales tendrá especial relevancia una de (des)amor. En ese ambiente de bares y copas se desarrolla este unipersonal, que se verá durante todo mayo, los domingos a las 21.30 en Timbre 4, México 3554.
Surgida de unos ejercicios de improvisación que el teatrista radicado en Badajoz realizó durante un tiempo en el emblemático Odin Theatre de Dinamarca, la obra es sin embargo dirigida por el argentino Román Podolsky, a quien Lucía convocó especialmente. Había visto un trabajo suyo en un viaje a Buenos Aires y le había parecido “fascinante”, por lo que decidió escribirle y mandarle el texto. “Antes de que me diera cuenta estaba entrando a su casa para nuestro primer ensayo”, relata a Página/12 el español, que se encuentra en Buenos Aires haciendo la segunda temporada del espectáculo.
“La obra es la historia de un conocedor de mundos. La escribí pensando en una maleta, en un viajero errante, en varias culturas. También con la idea de transmitir algo de la cultura gitana, del flamenco”, cuenta Lucía, que dice que al principio tenía miedo de que el director no entendiera esa mundo, de que fuera algo “muy propio”. “Por suerte el territorio imaginario se hizo presente y de a poco todo se materializó. Más allá de lo específicamente cultural, hay algo de universal en la obra. Alacrán podría ser un tanguero que entra a un bar. El típico canchero que se dice a sí mismo lo guapo que es y que luego se enamora perdidamente y no sabe qué hacer. Román entendió eso enseguida”, asegura el director, que se confiesa “enamorado” del teatro porteño.
–Dice que Alacrán es muy propio. ¿Hay algo de autobiográfico en el personaje?
–Alacrán no tiene algo directamente mío pero sí de mucho de lo que me rodeó en España. La música, lo bien español, la picaresca. Todo eso que te envuelve de tu cultura y que te es cercano, cuando creas un personaje se ve. Sí quizás me reconozco en su forma de seguir para adelante. No hay nada que lo pare a este tío. Está loco de amor, extraña a esa mujer, pero sigue. Y eso sí que lo tengo y lo terminé de aprender con él. Uno tiene que seguir.
–¿Por qué decidió sumar otros personajes, además de Alacrán, pero no otros actores?
–Porque era un reto personal. Quería estar al frente de la narración y abarcar distintos personajes, defenderlos y que el público pudiera individualizarlos. Suelo trabajar con monólogos y hago stand up, pero esto es diferente, nunca había hecho un unipersonal tan teatral. Y es fascinante. Es una aparente soledad, pero en realidad es una invitación a compartir todo, a compartir una taberna y una historia como la de Alacrán.
–¿Qué opina del teatro argentino y en qué lo ve distinto al español?
–Primero, me sigue sorprendiendo gratamente cómo me tratan aquí y el respeto que hay por mi profesión. Luego, me llama mucho la atención lo original de las propuestas de acá. Se materializan cosas que son impresionantes y además hay un talento brutal. Por otro lado, me llama la atención la manera de producir. Hay una idea, y por más de que sea un poco abstracta o de que no haya dinero, los actores ya se juntan a ensayar. Eso de que el motor surja del hacer me encanta, porque allá en España el punto de partida suelen ser los textos, la dramaturgia. Pero esto te pone a prueba de otra manera. Y me pregunto cómo lo hacen, cómo siguen adelante.
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