Lunes, 27 de enero de 2014 | Hoy
SERIES › SERIES EL PANORAMA DE THE WALKING DEAD EN LA REAPERTURA DE TEMPORADA
El final de la mid season de la serie sobre el apocalipsis zombie fue un verdadero bombazo que borró toda presunción de aburguesamiento; a esta altura, una marca de fábrica de la cadena AMC, que viene vulnerando toda una colección de reglas de la tevé.
Por Eduardo Fabregat
“Don’t look back. Keep walking.”
“No mires atrás. Seguí caminando.” La orden del sheriff Rick Grimes a su hijo Carl fue casi lo último que se escuchó en el mid season finale (final de mitad de temporada) de The Walking Dead, una de las series más sorprendentes de los últimos tiempos en la tevé estadounidense. No porque su temática sea precisamente original –el apocalipsis zombie es atractivo desde los tiempos de George Romero–, sino por el modo en que coronó una apuesta con más para perder que para ganar. Cierto que contaba con un valioso material original en el comic de Robert Kirkman y Tony Moore (luego reemplazado por Charlie Adlard), pero más de uno dudó de la idea de convertir en serie televisiva un tema generalmente reservado al cine de culto.
El primer episodio de The Walking Dead tuvo 5,4 millones de espectadores. “Too far gone”, el capítulo que cerró la primera tanda de ocho de la cuarta temporada, cosechó 12,4 millones. El debut de esa misma temporada, “30 days without an accident”, llegó a un record de 16,4 millones de personas, marca que superó nada menos que al programa dominguero de fútbol americano. Todo ello, además, sin pasteurizar nada: con el aporte del mago de FX y maquillaje Greg Nicotero, la serie es uno de los espectáculos más gore que se hayan visto en la pequeña pantalla, con walkers devorando con todo detalle a seres humanos, muertes de niños y otros tópicos supuestamente prohibidos. Y, vulnerando todas las reglas aconsejables de la lógica televisiva, no ha tenido ningún empacho en liquidar a personajes supuestamente centrales, queridos por el público o que parecían claves para el desarrollo posterior de la serie.
(Llamado de atención al lector: en lo que sigue hay detalles del final de la mid season. Pero si en enero 2014 aún no vio ese episodio, probablemente no esté tan interesado en la serie como para preocuparse porque le revelen detalles de la trama.)
En “Too far gone”, precisamente, el showrunner Scott Gimple dio nuevas muestras de esa curiosa filosofía. Cuando más de uno temía que la historia se estuviera aburguesando demasiado con los días del grupo en la prisión, los productores decidieron hacer saltar todo por los aires. Literalmente: el siniestro Gobernador al fin consumó su venganza atacando el lugar con un tanque, generando una horda de caminantes atraídos por el ruido a la prisión y decapitando –y luego acuchillando– al mismísimo Hershel, en uno de varios momentos sobrecogedores del episodio. No corrió mejor suerte el mismo villano, que a pesar de tener todos los números para seguir siendo némesis recurrente de Rick, terminó atravesado por la katana de Michonne y rematado por su propia amante. En un típico cierre de “barajar y dar de nuevo”, los integrantes principales del elenco –Rick y su hijo Carl, Michonne, Beth y Daryl, Tyreese, Glenn, Maggie, Carol– quedaron desperdigados, librados a su suerte individual. Así los encuentra el trailer que la cadena AMC acaba de revelar en su sitio oficial, cada uno por su lado frente a otra tanda de ocho episodios ahora impredecibles, que comenzará el 9 de febrero en Estados Unidos y el lunes 10 en la pantalla argentina, a través de la cadena Fox. Todo indica que, cerrada la etapa de la prisión y el Gobernador, la segunda parte abarcará varios arcos argumentales.
El recurso, que jamás hubiera sido posible en otra época televisiva, funciona. En ese sentido, AMC viene haciendo escuela, dándole más de una lección a cadenas más experimentadas. Lanzada en 1984 como una señal dedicada a pasar películas clásicas (de allí la sigla American Movie Classics), la cadena empezó a emitir series propias y dio el gran salto en 2007 con otra anomalía catódica: una serie en blanco y negro, situada en el mundo publicitario de los ’60 y con actores que –horror– se la pasan fumando y bebiendo whisky en pantalla. Mad Men se convirtió en uno de los éxitos más resonantes del nuevo siglo, pero AMC tenía otro as en la manga. Al año siguiente, en la misma pantalla pudo empezar a verse la transición de Walter White, un apocado profesor de química enfermo de cáncer, en Heisenberg, el despiadado rey de la metanfetamina.
Breaking Bad terminó el año pasado, en un altísimo pico de calidad narrativa, de imagen y actoral: Bryan “Heisenberg” Cranston, Aaron Paul (Jesse Pinkman), Bob Odenkirk (el inefable abogado Saul Goodman, que tendrá su propia serie, Better Call Saul, a fines de este año), Anna Gunn (Skyler), Dean Norris (Hank Schrader) y Giancarlo Esposito (Gus Fring) encabezaron el equipo que convirtió a BB en el segundo tiro al ángulo de AMC: el episodio debut tuvo 1,5 millón de espectadores, el final marcó 10,3 millones (y 24 mil tuits por minuto durante su emisión). Para ello se puso en práctica otra estrategia deforme: entre el final de la mid season de su quinta temporada y los ocho episodios finales medió casi un año de espera. El boca a boca y el consumo en DVD y por vías piratas de temporadas anteriores en todo ese tiempo produjo un salto de rating que dio la razón a los ejecutivos de la cadena. Y así, acaba de anunciarse que la séptima y última temporada de Mad Men se dividirá también en dos partes, siete episodios, a emitirse en Estados Unidos entre el 13 de abril y el 25 de mayo, y otros siete que se verán recién en 2015. Lo que en otro momento hubiera sonado a suicidio televisivo hoy posee el respaldo de los números.
Pero volviendo al apocalipsis zombie: ¿qué puede esperarse de una serie donde cualquier cosa puede suceder? El mismo Kirkman encendió hace poco todas las luces de alarma, al repetir que “siempre decimos que nadie está a salvo en esta serie, y yo no descartaría ver la muerte de Rick en casi cualquier punto. Nos gusta mantener a la gente en vilo, y sin duda podrían ver algunas historias interesantes que vienen a raíz de esto”. Andrew Lincoln, que interpreta a Rick, aseguró en una reciente gira de promoción por Singapur que “mi personaje puede morir, es inevitable en la serie... pero mientras la historia continúe, voy a ir con él”. Consciente del revuelo que semejante declaración podía levantar, el actor aclaró que “por supuesto que por el momento no me quiero ir. Estos próximos ocho episodios tendrán un tono y ritmo muy diferentes... Habrá una realidad diferente, pero Rick tiene un par de años por delante”. Aun así, habrá que seguir la regla de oro de The Walking Dead: no encariñarse demasiado con ningún personaje. A la hora de seguir haciendo historia televisiva, sus responsables cumplen al pie de la letra la orden del sheriff a su hijo. No miran atrás. Y siguen caminando.
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