Lun 09.03.2015
espectaculos

SERIES › ESTRENAN UNBREAKABLE KIMMY SCHMIDT Y BLOODLINE

Llantos y risas en la web

El último estreno y la próxima novedad de Netflix indican que su abanico genérico se va ampliando y formalizando. La comedia cuenta con producción de Tina Fey, mientras que el drama se inserta en las aguas oscuras de una tragedia familiar.

› Por Federico Lisica

Una screwball para los tiempos que corren y un dramón familiar. Los nuevos contenidos originales de Netflix, en materia de series, se codean con géneros y formatos probados de la tevé. La comedia Unbreakable Kimmy Schmidt (sus trece episodios pueden verse desde el pasado viernes) y la aún inédita Bloodline (estrena el viernes 20 de marzo) son tan disímiles en sus temáticas como asimilables para el espectador. ¿Estará la plataforma audiovisual web probando con el clasicismo? ¿Señal de comodidad creativa? ¿O es lo que demanda el usuario? En cuanto a concepto y narración, estas dos producciones parecen haber sido confeccionadas más para la pantalla chica que para el On Demand. Y no hay ningún problema en ello. De hecho, en el primer caso fue exactamente así. El proyecto tuvo a la NBC como gestor, y cuando hubo señales de que lo frizaban, fue derivado a Netflix.

Unbreakable Kimmy Schmidt (con segunda temporada confirmada) tiene como protagonista a Ellie Kemper. La actriz interpreta a una joven que vivió en un bunker bajo tierra durante quince años. El líder de una secta le había hecho creer a ella y tres mujeres más que el mundo había sufrido el apocalipsis. Es una simple excusa argumental que dura poco más de un minuto, ya que lo importante es otra cosa. Tras ser liberada, Schmidt anda a sus anchas por Nueva York. Hay algo despreocupadamente anacrónico de esta creación de Tina Fey y Robert Carlock (30 Rock). Asumiéndose como una reversión de todos esos largometrajes en los que un pajuerano llega a la Gran Manzana o en los que un puber queda atrapado en el cuerpo de un adulto. Y Schmidt se tendrá que valer por sí sola en la urbe por excelencia, con sus zapatillas lumínicas y su mochila Jansport. A sus 29 años es capaz de soltar con desparpajo y candor frases como “no tengo reloj desde que se murió mi Tamagochi” o “en la secta había sexo del raro”.

La intérprete dijo sentirse conectada con el rol, porque Schmidt se da maña para sobrellevar los golpes, pero siempre con una “gran sonrisa como una luna”. Kemper, que tuvo papeles secundarios en The Office y Damas en Guerra, imanta con su docilidad y cierta chispa sexual. “Soy muy normal, sólo me han pasado cosas anormales”, se define su personaje, que todavía anda con la cabeza un poco lavada. Gran parte del humor proviene de esa dislocación entre cuerpo y mente, y de su desconocimiento de lo que pasó en los últimos tres lustros. “Vas a cantar en una ceremonia junto a Michael Jackson y Whitney Houston”, le suelta a su cínico compañero de cuarto, un negro, calvo y gay que pasó toda su vida presentándose a castings de obras musicales sin suerte alguna. Otro personaje fundamental es el de Jane Krakowski como la empleadora de Schmidt; una millonaria desaprensiva y emocionalmente devastada por la ausencia de su marido. Kimmy estará loca pero al menos lo acepta, ese es su plafón para ir por la vida sin problemas. La perversidad y cierto gusto por la humillación quedan para los demás. Y especialmente para la dupla que diseñó el proyecto. La marca Fey-Carlock (quienes se conocieron escribiendo guiones en Saturday Night Live) es decisiva. Los que vieron 30 Rock reconocerán el timming, la mordacidad en diálogos, la ridiculez pop, junto a la misantropía de sus criaturas. Siempre dentro de los márgenes que imponía el formato televisivo, claro. Fey, quien además fue la última presentadora de los Globos de Oro, dijo que le llevará un tiempo a esta ficción ubicarse en el nuevo modelo de producción para la web. “Dudo de que abramos la segunda temporada con una larga y gráfica escena de sexo”, bromeó sobre la provocación de las series actuales. Por ahora, Kimmy Schmidt puede cantar y bailar tranquila en Times Square, mientras la jungla de cemento le entrega su nervio.

Bloodline, por su parte, es una de las grandes apuestas adultas de Netflix para este año. Es una tragedia de ribetes shakespeareanos, pero con ecos de Los Benvenuto. Hacía tiempo que una entrega de ficción no se refugiaba tanto en la idea de que “lo primero es la familia”. El eje pasa por Los Rayburn, uno de los clanes más reconocidos en Los Cayos de la Florida por el próspero club turístico que regentean. El padre y la madre organizan una gran celebración y el desastre andante que es Danny, el mayor de los cuatro hijos, vuelve a casa para corroborar todo lo que se piensa de él. En ese sentido, Bloodline interpela una y otra vez sobre la filiación. Como mochila, apellido, escudo o sangre, siempre es una cuestión pesada. Quien tenía que hacerse cargo de la casta resultó ser la oveja negra (Ben Mendelsohn) y, peor aún, tiene intenciones de quedarse en su antiguo hogar. Hay que ver cómo acaba el primer episodio con un violentísimo e inesperado giro en el argumento. La narrativa juega a dos desastres, el que originó todo y el que se avecina. También se anima con el thriller.

Los creadores de Bloodline no escatiman recursos a la hora de sumergirse en la oscuridad de una prole muy pendiente del “qué dirán”. Diálogos, frases con gancho, subjetivas y simbologías van desnudando a esa idílica casta como lo que verdaderamente es. Un rejunte de hipócritas, viciosos, altaneros y demás cualidades negativas. “No somos gente mala, sólo que hicimos algo malo”, dice John (Kyle Chandler) y es difícil creerle. El relato incorpora la voz en off de quien parece ser el más cerebral, serio y ubicado de los cuatro hijos, hasta que abandone el lugar que le habían asignado en la mesa.

Entre los puntos más altos debe destacarse la puesta en escena que aprovecha al máximo lo luminoso y los pantanos de esa geografía. Y sobre todo, la actuación de Sam Shepard y Sissy Spacek, que se cargan a los progenitores. Los dos intérpretes logran algo singular: lucen como una pareja totémica, dentro y fuera de la historia, imponiendo el peso de su obra. Como lo que hacen los padres con sus hijos.

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