Lun 19.01.2015
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CINE ONLINE › EL DESENCANTO, NOTABLE DOCUMENTAL DEL ESPAÑOL JAIME CHAVARRI

Familia ganada por el veneno

El primer film del realizador de Las cosas del querer recorre las oscuras, tortuosas vidas de los integrantes de la familia Panero, que dio grandes literatos, pero también una colección de resquemores internos que pueblan un documental digno de ser rastreado en la web.

› Por Horacio Bernades

“Lo nuestro es un fin de raza”, afirma Juan Luis Panero, a mediados de los años ’70. “Sí, pero no un fin de raza wagneriano sino a la medida del pueblito de Astorga”, contesta su hermano José Moisés, conocido como Michi. Unas escenas más tarde, Michi, por entonces un muchacho de veintipico, se muestra convencido de que ni él ni sus dos hermanos (Juan Luis y Leopoldo María) vayan a tener hijos jamás. El tiempo le dio la razón. Ya murieron todos, tronchando nomás el linaje de los Panero. Tal como parecen habérselo propuesto. El peso de la memoria del padre, Leopoldo Panero, poeta oficial y funcionario del franquismo hasta su muerte, parece haber sido demasiado para los tres hermanos. Juan Luis coqueteó de joven con el PC, y después siguió un destino de dandy. Murió en 2013, a los 71. El último en irse fue Leopoldo María Panero, que pasó la vida entre cárceles y manicomios, fue el poeta más reconocido de los tres y después de coquetear varias veces con el suicidio (una costumbre familiar), falleció en marzo del año pasado. El más joven y único de los tres hermanos que nunca publicó libros, Michi, enfermo, fue el primero en cumplir con el deseo fraterno. Tras sufrir de cirrosis y con dificultades de movilidad, el cáncer le dio una mano hace diez años, cuando tenía apenas 53.

Los Panero –los tres hermanos y la madre, Felicidad Blanc– son los protagonistas de El desencanto, legendario documental filmado en 1974, en tiempos de Franco, y estrenado dos años más tarde, cuando el Caudillo había muerto. Una edición en Blu-Ray lanzada en España a mediados del año pasado le hace honor, incluyendo además, como extra, el segundo documental que tiene por protagonistas a los hermanos (la madre había muerto a esa altura). Se trata de Tantos años después, de 1994. Ninguno de ambos documentales se estrenó jamás en la Argentina, aunque sí pudieron verse en retrospectivas. Los dos fueron dirigidos por realizadores reconocidos, si bien no precisamente como documentalistas. Producida por el legendario Elías Querejeta (nombre clave de los ’70, que impulsó entre otras las primeras películas de Carlos Saura y Víctor Erice), El desencanto es la ópera prima de Jaime Chávarri, conocido más tarde por films como Las bicicletas son para el verano y, sobre todo, por ese exitazo que fue Las cosas del querer. El realizador de Tantos años después fue Ricardo Franco, cuyo film más conocido es Pascual Duarte (1976). A falta de ediciones locales en DVD, ambas pueden bajarse de Internet. O, si se prefiere, verse completas en YouTube.

En consonancia con el destino de los Panero, tanto como con el resto de la filmografía de su realizador, Tantos años después es la más fúnebre de las dos, casi escatológica en su gozoso registro de la autodestrucción. En El desencanto, en cambio, esa vocación familiar más que pregonada es puesta en escena. Hasta el punto de poder considerársela, en sus pullas, discusiones y pases de factura entre los hermanos y la mamá, un precedente negro (o sea: español) de los reality shows familiares, al estilo de Los Osbourne. Los Panero eran gente culta y disfuncional. Al padre, considerado uno de los grandes poetas de la generación del ’36, parecen haberle importado más el alcohol y los amigos que la esposa y los hijos. En la película de Chávarri, filmada doce años después de su muerte, Juan Luis, el hijo mayor, dice no recordarlo.

En Tantos años después, Juan Luis vuelve a la carga, diciendo que más que la muerte del padre guarda recuerdo de la abuela, con la que se crió. “De lo que debería hablar esta película es de Leopoldo (N. de R.: el hermano del medio), que evidentemente es el personaje molesto”, afirma Michi en El desencanto. En la única escena en la que no aparece solo, Leopoldo María le reprocha a la madre que un día lo internó en un manicomio, porque descubrieron que había fumado algo de hierba. De allí en más, Leopoldo deambuló entre cárceles y loqueros, y hasta terminó eligiendo voluntariamente el último en que estuvo y donde terminó muriendo, en marzo del año pasado. El más loco y brillante de los tres hermanos, Leopoldo María Panero tiene una obra inmensa. Sobre todo de poesía, pero también novelas, publicadas en las más prestigiosas editoriales españolas, de Cátedra y Tusquets para abajo.

Cuando Leopoldo la acusa en cámara, la señora Felicidad, dama de buena cuna que en su juventud fue una belleza (dicen que Neruda, que odiaba a su marido, supo echarle el ojo experto), se disculpa, como si en lugar de condenar a su hijo para siempre a la vida manicomial, hubiera cometido un pequeño error de contabilidad. Para completar el panorama, con la misma desconcertante naturalidad, la señora Blanc de Panero reconoce que a la muerte del marido “lo reemplazó” con Juan Luis, el hijo mayor. “Era mi nuevo marido”, dice la señora, como si nada. “Salíamos todas las noches, íbamos al cine o al teatro, lo pasábamos muy bien.” “Te convertiste en el jefe de familia”, reafirma Michi, que es algo así como una bolsa de veneno.

En Tantos años después, la bolsa reventó. Corren ahora mediados de los ’90, Michi tiene poco más de 50, no puede tenerse en pie y habla de sí mismo –con voz tan pastosa como jamás se haya oído en un documental– como anciano decadente, destinado a derruirse y morir. Como personajes de Poe, los Panero no sólo están obsesionados con la locura, la decadencia y la muerte sino que se imaginan a sí mismos con mucha más edad de la que tienen en realidad. Es asombroso que esos dandies de vuelta de todo de El de-sencanto, que imitan a Borges, quisieran ser como Scott Fitzgerald y escupen sobre la ruina familiar con un odio calmo de gentlemen hispanos, tengan apenas veintipico. Parecen haber vivido varias vidas, y es como si todas ellas les pesaran como lápidas.

¿Un placer morboso, el que proporciona El desencanto? No exactamente. Lo notable que tiene el documental de Chávarri, y que incluso en el campo de lo real en el cine se ve raramente, es esa sensación de “vivo”, de que lo verdadero está ocurriendo en ese momento. A su vez, lo que sucede parece ficción. Los Panero no hacen otra cosa que actuar, posar de dandies decadentes, disfrazarse, decir las cosas más hirientes como forma de provocación adolescente, jugar a los poetas malditos. Son, al mismo tiempo, todo eso que parecen sólo actuar. Desacostumbrados al trabajo, a la muerte del padre –que era el que traía la plata a casa con sus puestos oficiales–, a lo único que atinaron fue a venderlo todo: los muebles antiguos, los objetos de decoración, la vieja residencia familiar (a la que se asoman en ruinas) y, finalmente, los originales de papá. Hasta quedarse sin nada.

Leopoldo, con su pose de poeta maldito, fue un poeta maldito, como cualquiera puede comprobar leyendo un par de sus poemas. En su momento y de modo inevitable, El desencanto fue vista como alegoría de la España franquista, con el padre que muere y los hijos que no saben qué hacer con el peso de esa muerte y, sobre todo, esa vida. El tema es que esa alegoría no tiene nada de ficción. O tal vez sí.

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