Sábado, 16 de enero de 2016 | Hoy
CINE ONLINE › THE WOLFPACK ESTA DISPONIBLE EN NETFLIX
El documental de Crystal Moselle se mete en la casa neoyorquina de los Angulo, siete hermanos que apenas conocen el exterior debido a la excentricidad de su padre, quien les puso nombres hindúes, nunca trabajó y siempre fue el único autorizado a salir a hacer compras.
Por Horacio Bernades
El cine conoce más de una alegoría sobre el encierro, desde El ángel exterminador hasta Perros de la calle. En dos ocasiones, esas alegorías trataron el encierro familiar, impulsado en ambos casos por patriarcas empeñados en mantener la pureza del clan frente a los peligros de contaminación del exterior. Una fue El castillo de la pureza, que el notorio claustrofílico Arturo Ripstein filmó en 1973. La otra, la griega Canino (Kynodontas, 2009), donde la endogamia familiar adoptaba la forma de un lenguaje en el que las palabras tenían sentidos distintos a los que se les da en el mundo exterior. Lo que nunca había sucedido, hasta ahora al menos, era que esa familia de puertas adentro no fuera protagonista de una alegoría, sino de un documental. Es el caso de The Wolfpack (traducción literal: “la manada de lobos”), ganadora del Gran Premio del Jurado al Mejor Documental en el Festival de Sundance, casi un año atrás, que la plataforma Netflix incluye desde poco tiempo atrás en su programación.
“En la mitología hindú, el dios Krishna tiene diez hijos con cada una de sus mujeres. Eso es lo que quiso hacer mi papá, que por ese entonces estaba muy metido en el tema. Tuvo siete. Los tres que le faltaron no los pudo tener porque mi mamá ya era grande.” El que habla es uno de los seis varones Angulo, hijos de un inmigrante peruano y una mujer estadounidense, que lo conoció cuando trabajaba de guía en Machu Picchu. Producto del cope de su padre con el hinduismo, los muchachos –todos parecidísimos entre sí– se llaman Bhagavan, Jagadisa, Govinda, Mukunda, Narayana y Krsna, mientras que el nombre de Visnu quedó para la única hija mujer. Los nombres no son ni por lejos la mayor muestra de excentricidad por parte del padre, que desde pequeños inculcó a sus hijos la conveniencia de no salir jamás a la calle, incluyendo escuela en casa para todos. El único autorizado a salir para hacer las compras era él, que por otra parte toda la vida se negó a trabajar, amparado en su rechazo por la sociedad tal cual la conocemos. Los nueve integrantes de la familia viven, en el momento de iniciarse la película, de la asistencia pública.
“Las veces que salimos varían según el año del que se trate”, rememora Mukunda, el mayor y más locuaz de los hermanos. Las edades de estos oscilan, en el momento de filmarse el documental, entre la pre y la post adolescencia. “Hubo algún año que salimos una sola vez, algún otro nueve veces, y hubo uno que no salimos nunca.” Alentados a tocar música por un padre que hubiera querido vivir de eso, los Angulo –que siguen viviendo con sus padres, en el mismo departamento del Lower East Side de Nueva York– conocen dos clases de alimento, que reiteran sin cesar. Uno son las lasagnas, que comen casi todos los días. El otro, las películas. No vistas en el cine, por supuesto, sino en VHS primero y DVD más tarde. Dueños de un catálogo de 5 mil películas, los hermanos no se limitan a verlas: las actúan, en el living del departamento, y con vestuario y utilería ad hoc.
La película favorita de los hermanos es Perros de la calle. Por ese motivo, a lo largo del documental suele verse a los seis varones (la hermana, que es la menor, no participa de sus actividades) con trajes negros, camisas blancas, corbata negra y anteojos de sol, apuntándose entre sí con pistolas hechas con papel y cartón, y repitiendo, al milímetro, las líneas de diálogo escritas por Quentin Tarantino. Es que uno de ellos (siempre Mukunda, que evidentemente es el líder) pasa a máquina (de escribir, ya que no saben usar computadora) todos los diálogos de sus películas favoritas, del primero al último. “Si hubieras filmado este documental hace un año, no hubiéramos hablado una palabra”, le dice otro de los hermanos Angulo a Crystal Moselle, realizadora de The Wolfpack y primera invitada “del mundo exterior” a casa de la familia. Teniendo en cuenta su aislamiento y el miedo que todos confiesan tener o haber tenido por la especie humana en general, sorprende la gentileza y predisposición al diálogo de todos ellos. Así como sorprende que más o menos a la media hora aparezca la mamá, ya que Moselle, que nunca brinda otra información que no sea la de los propios hechos, no había dado indicios, hasta ese momento, de que los muchachos vivieran con sus padres.
La mamá, que no muestra el menor indicio de agorafobia, justifica como le sale el no haber mandado a los hijos a la escuela, y no puede evitar quebrarse cuando confiesa que hubiera querido que crecieran, como ella, en el campo. El papá también está en casa, pero siempre encerrado en su habitación. “No le gusta mucho hablar con extraños”, explica uno de los Angulo. Según cuentan, cuando eran chicos el hombre se creía tan superior al resto de la humanidad que decía ser Dios. Utilizando mucho metraje familiar filmado en video, durante su primera mitad The Wolfpack narra el encierro de esos hermanos como si fuera inquebrantable. Pero de a poco va aflorando el resentimiento de todos por el padre –que además de creerse Dios se emborracha seguido, castigando con frecuencia a la mamá–, así como Mukunda cuenta la vez que escapó de casa, escondido bajo una máscara. Como la máscara era la de Michael Myers, personaje protagónico de Noche de brujas, su excursión por el barrio causó cierto revuelo, terminando internado por un tiempo en un centro de salud mental.
Después Mukunda volvió a casa y desde ese momento una terapeuta atiende a él y sus hermanos. “La tipa no tiene idea de nada”, dice uno de ellos. “Yo le digo a todo que sí.” De a poco, los Angulo se animan a salir, apoyados por mamá y ante la indiferencia del padre, que parece resignado a lo peor. Memorable la escena en que salen por primera vez de noche y van por primera vez al cine, todos vestidos como Mr. Pink, Mr. Orange y demás perros de la calle, mirando hacia atrás, convencidos de que alguien los sigue y no con las mejores intenciones. “Parece el bosque de Fangorn, en la Tierra Media”, había dicho poco antes Mukunda, cuando visitan por primera vez un parque público.
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