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Viernes, 19 de agosto de 2016

CINE ONLINE › (T)ERROR, PREMIADA EN EL FESTIVAL DE SUNDANCE, POR NETFLIX

Lindo mozo para compañero de pieza

Desde el 11 de septiembre, en los Estados Unidos se produjeron 158 arrestos por la acción de informantes del FBI, que serían unos quince mil. La mitad de esos arrestos fueron con cargos falsos. Y de uno de esos casos trata el documental de Lyric Cabral y David Stucliffe.

 Por Horacio Bernades

Making a Murderer (“Construyendo un asesino”) es el nombre de una maratónica serie documental de diez episodios en total, que la plataforma Netflix incorporó meses atrás y fue reseñada el 18 de julio pasado en esta misma sección. (T)ERROR, producción que a comienzos de 2015 ganó en el Festival de Sundance el Premio Especial para Opera Prima, y que la misma plataforma acaba de sumar a su catálogo, podría llamarse Making a Terrorist. En ella, un agente del FBI contacta por pedido de sus superiores a un ciudadano islámico estadounidense, potencialmente sospechoso de terrorismo y lo sirve en bandeja a las autoridades del FBI… aunque nada pruebe, ni por lejos, su presunta condición de terrorista. Sumado a lo apasionante del caso en sí –que da tanta tela para cortar como toda la que se comercializa en el barrio del Once a lo largo de un año– lo que termina de volver fascinante este documental codirigido por la debutante Lyric R. Cabral (que es periodista gráfica) y David Felix Stucliffe (que ya tenía un documental de 2011 sobre el mismo tema, llamado Adama) es que se trata del primero en toda la historia en que una investigación del FBI es seguida en vivo, gracias al permiso concedido por el informante. Algo así como la vieja serie “El FBI en acción”, pero en serio.

Abramos aquí un paréntesis. Supongamos que usted tiene un vecino espía. “P. O. I.”, en jerga del FBI: “Personal Operative Informant”. Es lo que le ocurrió a Lyric Cabral, que vivía en el piso de arriba de un tal Shariff, cuyo verdadero nombre es Saeed Torres. Lyric y Saeed se hicieron amigos en 2002, sin segundas intenciones. Mal podría tenerlas Lyric, que hasta el momento suponía que su vecino trabajaba en una Sociedad de Ayuda Legal. De pronto, tres años después de conocerse e intercambiarse visitas, cenas y sobremesas, Shariff desapareció. Un tiempo más tarde, Lyric lo buscó y lo encontró en Pittsburgh. Allí, Shariff le confesó el motivo de su desaparición: desde hacía un tiempo venía siguiendo a un objetivo marcado por el FBI y al dar con él se vio obligado a salir a la luz, por lo cual tuvo que volver a “guardarse” ahí en Pittsburgh, porque la comunidad musulmana había declarado una fatwa contra él.

Se ve que Shariff le había tomado confianza a su ex vecina. Le contó que el tipo al que marcó, además de su amigo, era conocido en los ambientes del jazz. Se trataba de Tarik Shah, contrabajista acústico con una foja que no cualquiera: tocó entre otros con Betty Carter, Ahmad Jamal, Abbey Lincoln y Art Taylor. Como consecuencia de la intervención de Shariff, en 2005 Shah fue arrestado bajo cargo de conspiración, con presuntas conexiones con Al Qaeda y sentenciado a quince años de prisión. El caso trajo controversias, justamente por develar el modo en que actúan los informantes del FBI, presionando a sus “objetivos”. Aquí conviene traer a colación un dato: desde la caída de las Torres Gemelas se produjeron 158 arrestos, como consecuencia de la acción de informantes del FBI, cuyo número asciende, según se estima, a quince mil. La mitad de esos arrestos se probaron falsos.

Ahora volvemos a la película, cuya acción empieza en 2011, después de que Shariff (o Saeed Torres, para llamarlo por su nombre real) vuelve a asomar la cabeza en Pittsburgh, con el nuevo caso entre manos y la autorización dada a Lyric R. Cabral y David Felix Sutcliffe para filmar el asunto, sobre todo por iniciativa de este último. Olvídese de todo lo que vio en materia de look espía, desde James Bond hasta la serie Homeland, pasando por las películas basadas en John Le Carré, la saga Bourne y la serie The Americans. Saeed Torres no se parece a nada de todo eso. Afroamericano de sesenta y pico de años, bajito y de hablar pausado, el documental lo muestra siempre en su casa, desempeñando tareas domésticas –sobre todo la de repostero, a la cual es aficionado–, generalmente en compañía de su rottweiler (único signo de peligro, si se quiere) y fumando abundantes porros. Shariff tiene más pinta de jazzman que de espía. Para más datos, en los 60 el hombre fue black panther. ¿Por qué trabaja para el FBI? Por plata, dice. Porque le da lo mismo trabajar para el FBI que de cualquier otra cosa, podría aventurarse.

El nuevo objetivo de Shariff, al que seguirá durante el desarrollo de la película (cuya duración el sitio online imdb fija en 93 minutos y a la que Netfix le atribuye nueve minutos menos), es un musulmán blanco, nativo estadounidense, llamado Kahlifah Al-Akili, que también resulta vivir en la vecindad (¡!). La misión de Shariff consiste en trabar relación con Khalifah Al-Akili, ganar su confianza y presentarle a un contacto (“FHC”, en la jerga: “fuente humana confidencial”) supuestamente llamado Mohammed, que deberá ofrecerle reclutamiento en la jihad. Aquí, ambos documentalistas operan con máxima astucia: se ponen en contacto con Khalifah y le solicitan filmar lo que ocurre, sin informarle que están haciendo lo propio con Torres. Una suerte de Cosecha roja en versión documental.

Shariff y el presunto Mohammed se manejan con torpeza, Khalifah sospecha de ellos, descubre sus verdaderos nombres e identidades (¡googleándolos!) y los desenmascara como agentes del FBI. Se pone en contacto con un representante de una organización de defensa de las libertades civiles llamadas “Proyecto Salam”, quien para visibilizar la situación decide organizar una conferencia de prensa. En casos como éste, el FBI recurre a lo que llaman “recusación prioritaria”, consistente en buscar un antecedente cualquiera que permita llevar a la cárcel a un objetivo. En el caso de Khalifah, descubrieron que en el pasado había sido arrestado por posesión de armas, lo cual le impedía estar en contacto con armas. Y le descubrieron una foto portando una en su página de Facebook. Lo arrestaron el día antes de la conferencia de prensa y recibió una condena de ocho años. ¿Y su presunta condición de terrorista? Ah, no, de eso no volvió a hablarse.

De modo atípico para lo que suele suceder con los documentales “urgentes”, (T)ERROR está filmada con gran estilo. La sucesión de planos, y cada uno de ellos internamente, mantienen un tempo sostenido y sin urgencias. Los encuadres son entrecortados, en consonancia con el punto de vista de un individuo en relación con esa madeja indiscernible que es el mundo del espionaje. El hincapié no está puesto en el suspenso de la resolución, en ninguna incógnita, sino en la posibilidad de conocer, de primera mano, de qué modo funcionan lo que podrían llamarse “los arrabales” del alto espionaje internacional, en un tema tan álgido como lo es el terrorismo árabe. La captación del terrorismo, si se quiere ser mordaz. El otro elemento sorprendente de (T)ERROR es el menos sorprendente de todos: la banalidad del espionaje, el hecho de que un tipo cualquiera (o la versión paranoica de la misma idea: cualquier tipo) puede ser espía. La versión Le Carré del espía: el oficinista, el tinterillo, el burócrata, da aquí un paso más y llega hasta acá mismo, donde el espía se roza con nosotros, es ya nuestro vecino.

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Kahlifah Al-Akili, un musulmán blanco de Pittsburgh, denunciado falsamente por el FBI.
 
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