MUSICA › EL CENTENARIO DEL TEATRO COLóN, UN DíA CON MUY POCO PARA FESTEJAR
Con el teatro cerrado y un horizonte poco auspicioso, las autoridades de la ciudad intentan disimular con una “gala lírica” –un recital de arias en el Opera, con acceso limitado– que no hace más que profundizar el sentimiento de vacío.
› Por Diego Fischerman
Varios directores del Colón soñaron, en los últimos años, con llegar a este momento. De haber sabido cómo sería, no lo habrían hecho. Mañana será la fecha más esperada de la liturgia operística argentina. La sala que se convirtió en símbolo no sólo de ese género sino de la excelencia en general y, sobre todo, de la ciudad de Buenos Aires y su cultura –también de sus contradicciones, es claro–, cumplirá 100 años. El 25 de mayo de 1908, el Teatro Colón abrió sus puertas con una representación de Aída, de Verdi. Y el 25 de mayo de 2008 esas puertas estarán cerradas y de la ópera sólo quedará el nombre del teatro donde, a las cinco de la tarde, tendrá lugar un recital de arias al que pomposamente las autoridades bautizaron “gala lírica”.
El concierto, del que participarán orquestas y coros del teatro y numerosos cantantes y directores, tendrá entrada restringida: el público sólo podrá acceder a las localidades altas. El resto de las conmemoraciones incluye otro recital –cerrado al público– a cargo del tenor Luis Lima y la soprano retirada Ana María González, acompañados al piano por su marido, el director Enrique Ricci; una conferencia del director del teatro, el pedagogo Horacio Sanguinetti, una exposición de fotos y varias actividades de esas que antes ocupaban el Salón Dorado y ahora se presentan como la gran fiesta del Centenario. De la sala cerrada no se les puede echar la culpa a los actuales gobernantes, obviamente. Sí, en cambio, es responsabilidad de quienes tienen en sus manos la administración y programación del Colón la falta de imaginación y la innegable medianía de la fiesta diseñada nada menos que para homenajear, en ausencia, a la sala más importante de la ciudad –y la que más presupuesto le demanda ya que, cerrada y todo, cuesta 50.000.000 de pesos, sin contar lo que salgan las obras de refacción faltantes–.
No se trata ya de reclamar el estreno de obras argentinas actuales, la sorpresa de títulos y puestas capaces de desafiar el lugar común, la formación de nuevos repertorios y públicos o la asunción de su función como gestor de políticas culturales de Estado. Habría alcanzado con la Misa de Gloria de Puccini en la Catedral de Buenos Aires. O con una Aída “de emergencia”, en cualquier sala con foso para orquesta grande. O con algún título fundante de la lírica local, como El matrero, de Felipe Boero. O, aunque más no fuera, que la pobre “gala lírica” hubiera tenido como escenario el Obelisco que se le supo regalar a Luis Palau, permitiéndole al público que sostiene el Colón algo más que las magras localidades “altas” del Opera. Podrá argumentarse, desde una posición purista, que los conciertos al aire libre no cuentan con la acústica necesaria para festejar al teatro que hizo de la acústica su emblema. Pero las condiciones en el superpullman del Opera son aún peores.
Con un criterio más cercano a la necesidad de conformar a muchos cantantes que a una posible unidad del espectáculo, por el concierto transitarán, a un aria por persona, cantantes de sólidas trayectorias, como Graciela Oddone, Eliana Bayón, Víctor Torres, Cecilia Díaz, Paula Almerares, Laura Rizzo, Gustavo Ginbert, Omar Carrión, Luis Gaeta, Darío Volonté y Enrique Folger, y un buen número de directores de mérito: Carlos Vieu, actual conductor de la Orquesta Estable, Mario Perusso, Guillermo Brizzio y Guillermo Scarabino, entre ellos. El repertorio abarca desde obras maestras de Verdi, Cilea, Puccini, Tchaikovsky y Leoncavallo hasta piezas olvidables de Ponchielli y Mascagni.
El edificio del Colón cumple cien años. Habrá que esperar los doscientos de un gobierno nacional autónomo, dentro de dos, para tener ocasión de mejorar la puntería. Podría pensarse que en este caso se trató de una cuestión de austeridad. El Gobierno de la Ciudad, o la Dirección del Colón, que lo ha embarcado en este de-saguisado, podría decir “hemos recibido un teatro en ruinas; nada tenemos para festejar”. Sería discutible pero sería una toma de posición. Pero no. Se intenta hacer pasar los sandwichitos de ayer y el jugo de pomelo instantáneo, caliente y en vasos de papel, como un gran festejo. Los gigantescos carteles en la calle anunciando el centenario e invitando a hacer una recorrida por el foyer del teatro y a ver una exposición de fotos releva, casi, de cualquier comentario. La austeridad, en todo caso, parece ser involuntaria. Tal vez el jefe de Gobierno no entienda mucho de cultura. No tiene por qué hacerlo. Ni De la Rúa, ni Ibarra, ni antes Francisco Rabanal, el brigadier Cacciatore o Saúl Bouer sabían mucho del tema. Pero quienes lo asesoran en el área deberían advertir –y advertirle– que el Colón, más allá de las obras demoradas y de la discusión acerca de su autarquía, está entrando en un cono de sombra de inédita negrura. Y que lo que se destruye con relativa facilidad puede llegar a ser imposible de reconstruir.
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