MUSICA › JOSS STONE Y UNA CEREMONIA DE RITMOS NEGROS EN EL LUNA PARK
Ante un auditorio lleno que mostró toda clase de perfiles de edad y look, la cantante inglesa recreó canciones de sus tres discos y dejó bien claro que es mucho más que una cara bonita.
› Por Facundo García
Cinco metros cuadrados del Luna Park reunían a la rellenita de boina “que hace teatro”; los adolescentes rumiando chicles y la pareja de metaleros maduros que rescataron del placard sus trajes de terciopelo. Alrededor, grupitos aislados entonan “Ohh, vamo’ Joss Stone...”, emulando el tono de cancha que se impone en visitas de los Rolling. La protagonista de la noche, sin embargo, es de otro palo: el primer concierto en Argentina de la cantante británica (habrá otro el 21) tuvo brillo propio y satisfizo por igual a melómanos y ratoneados. Rubia de nuevo, descalza y con las piernas apenas cubiertas por un vestidito, la muchacha se plantó ante la multitud mediante un combo de canciones que siguió el orden y la cadencia fluida de Introducing Joss Stone, su tercer disco. En “Girl they won’t believe it” pareció burlarse de quienes dudaron de que una soulera nacida en Devon (Reino Unido) pudiera vender siete millones y medio de discos en el planeta. Pegadito siguió “Headturner”, donde empezó a exhibir la soltura de cualquier chica de pelo enredado que se pone a bailar en un fogón de playa. Ese cross inicial le hubiera dejado la mandíbula en el suelo a Ringo Bonavena.
Después se fue al fondo para pedirle al tecladista que le tradujera, y volvió intentando el castellano. “Grecias (sic) por tenerme aquí. Son tan dulces”, probó. Suficiente para que desde la platea dos o tres fans se acercaran con regalos y cartitas, disimulando su aparatosidad. Ahí estaba ella, menos delgada que en los afiches –efectos del marketing–, sosteniendo una flor y el micrófono. Cuando sonrió no era descabellado preguntarse qué se sentirá tener veintiuno, estar mostrando esa voz descomunal y ser así de bella sin necesidad de parafernalia. Una posible respuesta vino con “Tell me what we’re gonna do now”, que según la artista se refiere a “las emociones que surgen al enamorarse por primera vez”. La siguiente estación fue “Super Duper”: los que andaban con ganas de participar se prendieron, acicateados por intermezzos hiphoperos como la visita a “Rapper’s Delight”, aquel hit de Sugarhill Gang que luego sirvió de base para el hoy olvidado “Aserejé” de Las Ketchup. Stone –que, como las españolas, también supo transitar el mundo de los realities adolescentes– dejó en claro que tras presentarse en The Soul Sessions, afirmarse en Body, Mind and Soul y ganar identidad en Introducing..., ya no entra en hormas prefabricadas. Caminando sobre alfombras mientras tomaba algo en una tacita blanca, fue de un extremo al otro con esa mezcla de apuro y equilibrio que invade a las mujeres que corren en vestido y sin zapatos; pero nunca dejó que su despliegue opacara el núcleo de la propuesta, un cóctel de rhythm & blues, soul y funk de buena cepa.
“Ok, si me dejan –dijo– voy a volver a una canción que hice a los dieciséis, en mi primer show.” Así echó a rodar “Chokin’ Kind”, capullo de penas popularizado por Waylon Jennings que se fue deshojando con una madurez sorprendente. “¿Saben? Yo en realidad he encontrado el amor más indestructible, el más poderoso, el que más te devuelve mientras más le das”, explicó, pícara. “Lo llamo música.” Y se largó con “Music”. Siguió la conocida “Fell in love with a boy”, que recordó la vigencia de los White Stripes y se amesetó en un aire de dub para que agitara varias veces, al grito de “quiero que cada alma cante esta mierda bien fuerte”. “Big ol’ Game”, una que habla de los amigos y la familia, fue la previa para que Joss se hiciera la inocente y anticipara que se tenía que ir a la cama porque su mamá la iba a retar. Si en ese momento se hubiera hecho una radiografía del espectador masculino promedio, le habrían encontrado en el interior del cráneo dos hamsters corriendo en rueditas de alambre.
De todas formas, Stone timonea con sutileza eso que genera. Saludó con cuatro dedos haciendo puchero, y eso no le impidió sacar una versión impecable de “Less is more”. Por supuesto, nunca falta el desorbitado que sólo atina a dar alaridos cada vez que hay un silencio, a lo que la estrella respondió en un español cómico: “Sí, yo tamién te quero” (sic).
El éxito “You had me” y “Tell me bout’ it” sirvieron para que se luciera la banda, otro ejemplo de buen criterio. Tres coristas, saxo, trompeta, guitarra, bajo, dos teclados y batería complementaron a la voz principal con cierto aire dandy y un leve virtuosismo que no llegaba a distraer. A las diez se fueron todos y la masa quería bises. “¿Un poquito más?”, sugirió la joven. Y llegó “Right to be wrong”, que en uno de sus versos dice “so just leave me alone”, “entonces sólo dejame sola”. Stone jugó con esa frasecita porque todos sabían que si la completaba no habría vuelta atrás. “So just leave me...”, se frenó. Angustia generalizada. “¡Es que tengo que decirlo, si no vamos a estar acá para siempre!”, coqueteó. La respuesta fue más vehemencia de los presentes, que se sentían únicos y no querían soltar el hueso. A las diez y veinte finalmente pronunció la palabra “alone”, se acabó el tema y sólo quedaron algunos acordes de “No woman no cry”, de Marley. Fue imposible no ir corriendo a YouTube y fijarse a cuántos les había hecho el cruel jueguito del “sólo dejame sola” interrumpido antes de partir. Qué golpe al corazón ver que en Lisboa, Nueva York y Amsterdam la doncella se había despedido de manera muy parecida. ¿Tanto idilio, sólo una ficción? No hay derecho.
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