Domingo, 20 de julio de 2008 | Hoy
MUSICA › GUSTAVO DUDAMEL, A LOS 27 AÑOS, ES EL FAVORITO DE BARENBOIM
Recién designado como titular de la Filarmónica de Los Angeles, el notable director venezolano es un artista atípico dentro del ambiente académico. Su tercer disco para Deutsche Grammophone se llama Fiesta, y es una invitación al disfrute.
Por Diego Fischerman
Daniel Barenboim no dudó. En una encuesta realizada por la revista inglesa Gramophone, tal vez la más influyente entre las especializadas en música clásica, dijo “Gustavo Dudamel”. La consulta tenía que ver con las nuevas grandes estrellas y, en ese sentido, el gran director nacido en Buenos Aires coincidía con Claudio Abbado y Sir Simon Rattle, otros de los que han sucumbido al impacto producido por este venezolano de 27 años, que comenzó tocando salsa y se formó dentro de “El Sistema”, el notable plan de orquestas juveniles e infantiles de su país, y que ya tiene al mercado a sus pies, empezando por el sello Deutsche Grammophone, donde acaba de editar su tercer disco al frente de la Orquesta Juvenil Simón Bolívar. Los anteriores habían presentado lecturas de las Sinfonías Nº 5 y Nº 7 de Beethoven y de la Quinta de Mahler. Este, bautizado Fiesta, está
dedicado a música compuesta en América, desde Silvestre Revueltas a Leonard Bernstein y Alberto Ginastera.
Recién designado como titular de la Filarmónica de Los Angeles, en reemplazo del genial Esa-Pekka Salonen, que se dedicará exclusivamente a la composición, Dudamel fue condecorado el año pasado por el Presidente Hugo Chávez, quien además lo designó padrino de la Misión Música que busca incorporar un millón de niños y jóvenes al Sistema de Orquestas Juveniles de Venezuela. “El arte, la música, tienen que ver con el disfrute, ésa es la esperanza”, dice a PáginaI12 en una conversación telefónica desde un auto que lo lleva a Gotemburgo, de cuya orquesta también es director principal. “Y cuando hablo de disfrute no me refiero, desde ya, a que deba ser música alegre. La música despierta gran cantidad de emociones en nosotros y el placer tiene que ver con cómo esas emociones, aunque sean tristes, afloran.” Dudamel dirigía, de chico, a los discos. “Aída, de Verdi, me la sabía de memoria, de tanto que la ponía en el tocadiscos”, cuenta. Quería tocar el trombón, como el padre, pero el instrumento era demasiado grande y, a los diez años, comenzó con el violín. A los doce, el director de la orquesta faltó al ensayo y Dudamel se propuso para reemplazarlo. “Es que me sabía las obras”, dice. “Todo comenzó como un juego; dirigí la Quinta de Beethoven y los Brandeburgueses de Bach sin haber estudiado aún nada de dirección. En esa época iba a todos los conciertos que podía y me dedicaba a mirar al director. Empecé como director asistente con estudios absolutamente informales y a los quince años comencé a estudiar con Abreu.”
Antonio Abreu es ni más ni menos que el fundador del programa de orquestas juveniles venezolanas, del que la orquesta Simón Bolívar es uno de los frutos más visibles. Iniciadas como programa social, que incluía la participación de niños y jóvenes de poblaciones marginales, estas orquestas cobraron un peso considerable y fueron apoyadas por distintos gobiernos, más allá de las distinciones partidarias y de las convulsiones políticas. Dudamel dice: “Todo se lo debo a estas orquestas. Y claro, también a la música que escuché de niño y a un pueblo como el venezolano, para el que la música es parte de la vida”. Y es que el director tiene algo que en el ambiente de la música clásica no suele abundar. Además de sus condiciones excepcionales –dirigió en Berlín, a los dieciséis años, la segunda de Mahler, por ejemplo– transmite, a la orquesta y al público, una inmensa felicidad por hacer música. Un ejemplo lo tuvieron los porteños en la inauguración del Festival Argerich, en 2005, cuando luego de acompañar de manera impecable a la creadora de aquel festival y a Sergio Tiempo, la orquesta consiguió, en los bises, tocar parada y bailando, además de revoleando trompetas y baquetas por el aire, lo que la mayoría no logra hacer sentada: versiones del Malambo del ballet Estancia, de Alberto Ginastera, y del Mambo de West Side Story, de Bernstein, donde a la perfección técnica y a un ajuste fenomenal se unió un sentido de celebración y un impulso rítmico fenomenales.
Ganador en 2004 del primer premio en la Competencia de dirección Gustav Mahler, realizado en Bamberg, Dudamel dirigió por primera vez la Orquesta Filarmónica de Viena en el Festival de Lucerna del año pasado. El solista era nada menos que Barenboim, el Concierto Nº 1 de Bartók. “Al principio sentí un poco de miedo. Estaba algo intimidado de pensar que debía dirigir a alguien que es, además, un gran director. Pero la experiencia fue maravillosa. El, como Zukerman u otros grandes solistas a los que he dirigido, me han enseñado con gran generosidad. No me ha sucedido jamás que se planteara una competencia acerca del enfoque de la obra o que hubiera un desacuerdo. Todo lo contrario. Para mí dirigir a solistas, junto a la orquesta, se trata de estar al frente de un trabajo conjunto. Se es el organizador de ese encuentro, nada más. Se trata de trabajar a la par de todos ellos para allanar el camino y para buscar la conexión. Para mí, el trabajo del director es lograr que los músicos la pasen bien y tengan experiencias importantes mientras tocan la música. Obviamente, si a mí la música no me diera placer, tampoco podría lograr que otros junto a mí lo sintieran. Y entonces no habría música. Habría sólo notas.”
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