Domingo, 31 de agosto de 2008 | Hoy
MUSICA › EL BOOM DE LOS DOBLES DE ABBA DESPUES DEL FILM MAMMA MIA!
Por Julián Gorodischer
Hace instantes dijeron que ser “tributo” no lastima el ego de un artista ni le impide brillar con luz propia. La irrupción es imponente: entran los cuatro sonrientes y pálidos a la pequeña oficina de la calle Viamonte que funciona como agencia de su manager, Jaime, con sus camperas azul eléctrico, sus dentaduras blanquísimas. El líder de ABBAMANIA, Luciano Pletener, fundamenta su fanatismo en “circunstancias personales de los dos matrimonios” que él también vivió. “Me sentía identificado con el pianista, obvio”, dice. “Era el marido de Agnetha, estudié toda la biografía desde que nacieron: yo viví la misma crisis matrimonial, que ahora está más tranquila. Un ‘Dancing Queen’ es una boludez hablando en criollo, pero le veo más profundidad a esa historia de desengaño amoroso o a ‘Gracias por la música’.” Carla Krevey, la rubia cual mamushka, inspiración libre en Agnetha, fue interceptada en plena peatonal limeña para firmar el autógrafo que debería decir Agnetha. Pero por respeto a su nombre propio ella siempre escribe: Carla. Y si hay decepción en el otro, mala suerte.
Fábula del “tocado por la suerte”: la pelean desde 2003, cuando Jaime Kass aceptó la propuesta de Luciano Pletener e incluyó a ABBAMANNIA en el staff de su agencia de representados, donde también brillaron las hermanas Maggi, una morocha y una rubia que cantaban en Monumental Moria en los primeros ’80. Las Maggi abandonaron el show cuando la madre enfermó y se dedicaron a darle acompañamiento al hijo Javier, ventrílocuo manejado por Jaime, que trabaja con el mismo muñeco del padre (la carta póstuma dejada al hijo decía: Te dejo mi instrumento para que vos puedas hacer tu vida, querido Javier...). Los books ofrecen, entre otros, al heredero, Javier, y a su muñeco Jaimito, a los que a veces (por esa ley de la fraternidad entre distintos miembros de una agencia) Fernando Goldini (Björn en ABBAMANIA) les sigue haciendo coros y acompañamiento musical en números vivos en fiestas privadas. Hace un rato, bromeando, Fernando sugirió ser la voz del muñeco. Pero era un chiste.
El desafío es versionar lo que ya de por sí es la imitación estilística de un pasado prestigioso y la opción de ABBAMANNIA podría estar cumpliendo las indicaciones de las Notas sobre el camp de Susan Sontag, si alguno hubiera leído aquel brillante ensayo. Intuitivamente, sin embargo, siguen a rajatabla la “exacerbación de lo artificial y lo desmesurado”: vestuario chillón, escenografía como de anacrónico programa ómnibus, las cuatro cabecitas intentando asomar detrás de un muro, ahora mismo, para la producción de PáginaI12. Lo que se ve entre ellos es de una continua y almibarada afectividad que pauta manos agarradas en las chicas y los varones apoyando la mejilla sobre los hombros de ellas. En algunas fotos están detrás del “órgano de cola”, guitarra muda siempre colgada del hombro, rasgada con esa displicencia que acompaña a una ocupación menor resuelta a media máquina. “Yo le prometí a mi viejo antes de morir que un día iba a ser ABBA. Es lo máximo, junto con Roxette, que dio la cultura sueca”, concluye Luciano, y alguien debería estar musicalizándolo con “Chiquitita”.
Desde esta modesta oficina de la calle Viamonte, donde antes se planificaban detalladamente actuaciones en casinos, hoteles, fiestas privadas (a 1200 pesos el número del ventrílocuo y sin la participación del devenido megastar Fernando que todavía enrojece los ojos cuando escucha los primeros acordes de “Fernando”) se piensa ahora en “el gran teatro, todavía sin fecha pero antes de fin de año”. Los ABBAMANNIA son fieles a esa mitología que rige para homenajeado y grupos tributo que se basa en una vida emocional intensa, al borde de un éxtasis casto y precursor de la autoayuda, como cuando cantan sus líneas de texto favoritas como ¡gracias por la música! O ¡tú puedes bailar! y lloran o se miran como atribulados, las manos a veces tomadas, la mirada al cielo cuando agradecen estar tocados por “el don de una buena voz”.
La morocha Mercedes Sayous no explicaría el sostenido éxito de ABBA ni su revival global post Phyllida Lloyd, por ductilidad para la identificación emocional. “Es pura alegría, es para bailar”, opina la versión argenta de Anni Frid. “Poco angloparlante”, resume la criolla Anni Frid la demanda de canciones traducidas. La conversación, como relleno para hilar canciones que lideran los rankings de temas en karaokes porteños (según un relevamiento casero). “... yo podía escuchar esos tambores –completamente ida–, con un solo redoblar.”
El sueco Luciano es puro orgullo nacional, cuando recuerda el ascenso desde la nada hasta el furor por Mamma mia! El tano Fernando empezó tocando en los colectivos “como un juglar” y dice que el pasaje le pronosticaba un futuro triunfante en Europa. “Hemos hecho peñas, he viajado a Punta del Este a tocar, hice un quinteto de música latina –sigue–. Después, como toco la armónica, quise hacerle tributo a León Gieco y con eso también estuve dando vueltas. Conozco al baterista de León, uno flaquito, con anteojos, menudito. Después empecé a salir por las fiestas privadas con Javier y Jaimito. Y acá estoy...”.
No haber visto la película y omitir la canción “Mamma mía!” de sus favoritas es una forma de reivindicar la continuidad desde el ’03, la maniobra utilizada para no pasar por oportunistas post éxito en Hollywood. La carta de la embajadora sueca Madeleine Stroje Wilkens está fechada en 2005 y dice: “He aceptado la invitación de ser madrina del conjunto musical ABBAMANIA” (omitió una N para nombrarlos en su prestigiosa carta, que fotocopiada da la vuelta al mundo y les habilita recepciones con saladitos en consulados de Latinoamérica).
Para un ranking personal de la ubicación de ABBAMANNIA entre los tributadores del mundo (hoy que es tan necesaria la división entre los anteriores y posteriores a Mamma mia!, para medir la vocación y las motivaciones artísticas y comerciales a la hora de las contrataciones) ellos manifiestan sinceridad para autodefinirse y medirse en una tabla de posiciones: los mejores de Latinoamérica pero no tan buenos como algunos grupos australianos que “tienen muuuucha calidad”.
–Hay algo de ese engendro cinematográfico que tiene encanto –se los provoca–, esa manera de cantar como en un karaoke desafinado en una superproducción de Hollywood, y de no preocuparse por aplicarles Photoshop a las voces, por cuidar las formas. Y está Meryl Streep, que desmantela los preconceptos sobre su physique dramático y sacude las extensiones al viento, y sube saltimbanqueando la montaña a los 60 y largos.
–No vimos la película –repite Luciano.
–Tal vez la película Mamma mia! y ABBAMANNIA tengan en común esa convicción de que para homenajear a un icono de culto hay que darle al asunto un aire amateur, un compromiso a priori de que no sólo es imposible hacerlo igual sino que hay que recargar los vicios de la interpretación y la gestualidad, ser inverosímiles en la dramatización, no aspirar a estar ni siquiera cerca de “los astros”.
–ABBA es alegría –corta Mercedes Sayous– y aun las circunstancias dramáticas las abordan desde un lugar festivo. Hay una cosa interna que nos potencia la forma interpretativa. Bailamos disco, hacemos coreo para “Dame dame”.... ‘Quiero dar las gracias por las canciones, que transmiten emociones... por lo que me hacen sentir, debo admitir, que con la música vale vivir. Por eso quiero dar las gracias por ese don en mí...” (con rara naturalidad para quebrarse hacia el canto: racionalidad privada que los habilita ponerse a cantar sin que medien peticiones).
–¿Lo que ABBA toca valoriza?
–No –corrige Luciano–. Es lo que toca a ABBA.
Tienen en común con otros géneros del tributo, como los dobles de Elvis y de Sandro, el hecho de que si se parecen a los “astros” es por casualidad de la genética, pero nunca una morocha como Mercedes Sayous sería negada a la posibilidad de interpretar a Anni Frid sólo porque nada de la morocha argentina lleva a pensar ni siquiera en algún atributo en particular de la blonda sueca. Tampoco es regla que deban ser la antítesis: algo en Luciano, en su raya al medio, en el bulto que le arma la campera azul Francia sobre los hombros, en la insistencia para mencionar la ascendencia sueca hace pensar en que hace unos 20 años alguien pudo haberlo confundido con un primo lejano de Benny Andersson.
–¡Apuren el show antes de que llegue a Buenos Aires la comedia Mamma mia!!
–Ya me asesoré –dice Jaime, el manager–. No llega en todo 2009. Una de las versiones que me dieron es que se lo asocia mucho a la dictadura, por los problemas que hubo acá en el ’77, en el ’78. Y por eso no se la quiere traer.
–¿Los sigue una mayoría de señoras?
–Nada que ver. 18 años tenían cuando fuimos a la disco Kheops, en Córdoba –recuerda Luciano–. Pueden vernos a nosotros como antes iban a ver a los A-Teens.
Si las versiones que dio el cine como El casamiento de Muriel o Mamma mia!, así como la vulgata en torno de hits como “Dancing Queen” o “Chiquitita” tendieron a ligar los temas de ABBA a toda clase de minorías, sexuales, a un orgullo de marginados, ellos son en discurso “una escalera al cielo” con clímax heroicos como la vez en que pelearon y consiguieron ir a los 30 segundos de fama de Tinelli como invitados especiales y no como participantes. El segundo momento de gloria se vive ahora, cuando la agenda de actuaciones engorda al ritmo del record de taquilla universal de Mamma mia! “Te aseguro –dice el manager– que cuando bajan no van a saludar a Agnetha y a Ani Frid sino a Mercedes y a Carla.” “Llegó un tipo con unas muletas –recuerda Luciano– y me dijo que lo hicimos llorar. ¡Vuelvo a vivir!, me dijo. Y esa satisfacción no tiene precio.”
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