MUSICA › LEON GIECO PRESENTO “POR FAVOR, PERDON Y GRACIAS”
Emoción y compromiso
En un teatro Opera colmado, el músico de Cañada Rosquín ofreció tres recitales notables marcados por el fervor y la militancia. Este viernes y sábado habrá nuevas funciones.
Por Cristian Vitale
Generó tantas emociones, que el recital podría comenzarse a contar de mil maneras. Por las imágenes incógnitas de ese rebelde anticorriente uruguayo llamado Eduardo Mateo, mientras León las sazonaba con Príncipe azul; o por la sabia pervivencia –en Chacareros de Dragones– de aquel cantautor sustancial de la música popular americana con nombre y apellido de cobre –Víctor Jara– que Pinochet asesinó. Por la impecable versión de Ojo con los Orozco; o por la vuelta en clave de carnavalito “antiestereotipo” que el santafesino y su banda le encontraron a Sólo le pido a Dios. También por el debut de Kubero Díaz en guitarra o por la presencia de seis madres de Plaza de Mayo en las primeras filas. De todas estas formas –y de muchas más– se podría arrancar a contar lo que ocurrió en una de las tres noches –la del sábado–, en las que el teatro Opera lució completo, lúcido y contento para receptar Por favor, perdón y gracias.
Pero lo más lógico es cohesionar el cuento como merece. Porque fueron 34 canciones, todas graficadas con videoclips. Detrás de la banda –Dragón Moglia, Luis Gurevich, Aníbal Forcada, ese Kuberito de La Cofradía a quien Miguel Abuelo le hizo un tema, y Marcelo García– se dispuso una pantalla gigante que, durante tres horas, hizo confluir música e imágenes en un todo homogéneo y disparador. Un todo cuyo medio logró su fin último: detonar el inconsciente colectivo de una generación dolida. El efecto “bloques” que León pergeñó para hilvanar el relato global coincidió con lo que buscaba: remover ese imaginario. Y habrá que empezar por ahí.
- Bloque uno (Eramos tan hippies): Hay una añoranza que León lleva a todos lados: la primera vez que pisó Capital Federal, epilogando los ’60. Esa que logró plasmar cuando compuso Del mismo barro en 1992. Con ella empezó esta vez. A este tema se le pegaron imágenes de los ’70. Iconos que anudan dos campos que, en términos gieconianos, se funden en uno: música y militancia. Entonces, es natural que suenen El fantasma de Canterville, Si ves a mi padre, La mamá de Jimmy, En el país de la libertad, entre otros, y en la pantalla aparezcan imágenes de Spinetta época Almendra con escenas del Cordobazo; banderas guerrilleras de FAP, FAR y Montoneros con retazos fotográficos de Los Gatos; las caras de Pappo y Javier Martínez pegadas a la del Che; el ajusticiamiento de Aramburu junto a uno de los primeros shows filmados de Moris; la asunción de Cámpora, la masacre de Ezeiza, Perón, y Edelmiro Molinari tocando la guitarra. Collage de claroscuros setentistas con música en vivo que opera –porque los shows siguen viernes y sábado que viene– como una eficaz clase de historia reciente.
- Bloque dos (Idolos del quemado): De los tantos que admira, el natural de Cañada Rosquín rescató cinco personajes y les ofrendó un tema. A Choquevilca, malogrado poeta jujeño, el magistral y bellísimo mantra Ruta del Coya. A Eduardo Mateo, Príncipe Azul. A Sixto Palavecino, el chamamé que le compusieron junto a Santaolalla en De Ushuaia a La Quiaca. A Víctor Jara, Chacareros de Dragones, hecha en 1977. Y a Yupanqui, un tema que no podría llamarse de otra manera: La guitarra. Dos momentos: Gieco contando una anécdota de Don Sixto. “Una vez le preguntaron si le parecía bien que Madonna hiciera de Evita y él, concreto, le respondió ‘Y... si puede...’”. E imágenes de Jara rodeado de chilenitos pobres, con cara de creer que un nuevo Chile podía ser posible estando Pinochet. Alto bloque. Maximalista.
- Bloque tres (Por favor, perdón...): Pasó lo previsto. De los dos temas que lo tuvieron a maltraer durante el año, Gieco tocó solo uno: Santa Tejerina. El otro –Un minuto– lo omitió. Hubo quien se lo pidió, pero la decisión estaba tomada. De todos modos, se dio el gusto de cantar “Vamos a bailar / que yo ya te perdoné / aunque nos quemen en la hoguera / como fue una vez”. Epílogo de un segmento de origen balsámico, introspectivo, con cuarteto de cuerdas al pedir de Horal, La noche se abre a la luna y Ve la luna. Entre medio, dos canciones de las mejores que se oyeron en la noche. Ambas del último disco: La carnada y Familia rodante.
- Bloque cuatro (Y gracias): Cómo no agradecer que miles de personas puedan gritar “Yo pido que tu empresa se vaya de mi país / y así será de igual a igual”. Luego Gieco presentó el bloque más largo: De igual a igual y el efecto independentista de siempre; Bandidos rurales, con video impecable; Idolo de los quemados, con gente vilipendiando a Menem y Videla; El imbécil, versión power con video filmado en la Villa 31; Los Salieris de Charly, Pensar en nada, Ojo con los Orozco y tres historias del último cd, que ya tienen su correlato visual. Una es Guardianes de Mugica: pequeño fresco de una murga que mantiene en tierra aquella alma revolucionaria que la Triple A intentó matar. ¡Civilizados... esas almas no se matan! Otra es Yo soy Juan, dedicado al chico nacido en la ESMA. Y la tercera, El ángel de la bicicleta, una hermosa canción en homenaje a Pocho Lepratti, asesinado por la policía el 20 de diciembre de 2001.
- Bloque cinco (¿Cuál de los dos es?): El bis empieza por el principio. El primer registro visual de Gieco es aquel en el que aparece cantando Hombres de hierro durante Rock hasta que ponga el sol. Pero ahora, más de 30 años después, le dio por encimar esa imagen ¡y cantó sobre sí mismo! Después, una aguda versión a capella de Cinco siglos igual; Alas de tango y una reinterpretación de Sólo le pido a Dios, de las mejores que se escucharon en los últimos diez años. Tres palabras para sintetizar tres noches: sincronización, pasión y compromiso: santa alianza pagana.