Jue 16.10.2008
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MUSICA › TRIBUTO A WALTER MALOSETTI EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ

“Me estimula transmitir lo que sé”

La proyección del documental biográfico Solo de guitarra, un concierto del contrabajista Mariano Otero y un recital del propio maestro componen un homenaje en varias etapas que se prolongará hasta el próximo domingo.

› Por Santiago Giordano

Se define como un tipo ansioso, muy disperso y poco ordenado, por lo que, él mismo asegura, no podría haber sido sino músico de jazz. Guitarrista, compositor, maestro, a los 77 años Walter Malosetti es el patriarca de la guitarra jazz en la Argentina, una de esas figuras que con swing, talento y discreción fueron capaces de prolongar un época, o para decirlo de otro modo, atravesar el tiempo con la línea del propio estilo. El Festival Internacional de Jazz de Buenos Aires –que comenzó anoche con la actuación del sexteto de Randy Weston– le rendirá un homenaje en varias etapas. Hoy a las 18 en el microcine del Centro Cultural Recoleta se proyectará Solo de guitarra, un documental sobre la vida de Malosetti realizado por Daniel Gagliano; mañana a las 21, en el teatro IFT, el contrabajista, compositor y arreglador Mariano Otero mostrará una serie de temas del guitarrista arreglados para su noneto, y el domingo él mismo actuará con su trío en el Centro Cultural Recoleta. “Será porque creen que me estoy poniendo viejo”, bromea Malosetti al tratar de explicarse el porqué de tanta celebración.

Como si tuviese que advertir de dónde viene, antes de hablar de él prefiere mencionar a otros guitarristas, los que lo marcaron. Cuenta que en su casa, su padre, ferroviario jefe de estación, tocaba valses, y que heredó su primera guitarra de su hermano Raúl, que además fue luthier. A los 10 años comenzó a tocar, pero el flechazo llegó poco después, cuando escuchó por primera vez a Oscar Alemán en vivo. “Fue el que más me impresionó. Nosotros vivíamos en Palomar y cada vez que venía a tocar por la zona, me ponía los pantalones largos de mi hermano y me iba a escucharlo. Me volvía loco –recuerda–. Es que el tipo era un showman: bailaba, saltaba, transmitía una vitalidad atroz y tocaba con un swing extraordinario.” Más tarde comenzaría con sus primeras bandas, tocando en el Astoria, una confitería de Ciudad Jardín de Palomar. “El tiempo me dio la oportunidad de conocer a Alemán personalmente –cuenta–. La primera vez que lo vi fue en el Teatro Santa María del Buen Aire, que viernes, sábado y domingo tenía mucho jazz. Yo tocaba con Swing 39 y Alemán con su quinteto. Toqué con él en numerosas oportunidades y también grabé. Fui varias veces a su casa a ensayar, porque él no anotaba nada, hacía todo de oreja y había que practicar.”

“Mirá eso”, dice de pronto Malosetti, apuntando los ojos azules y redondos hacia la pared. Entre otras cosas hay enmarcadas unas fotos de Jim Hall (“Otro capo que con pocas notas dice todo”) junto a un pequeño volante escrito de puño y letra del guitarrista norteamericano. “Un día un amigo fue a escucharlo en Estados Unidos, cuando terminó el concierto se le acercó y le dijo que era de Buenos Aires y que era amigo mío. Enseguida Jim agarró la birome y me escribió un mensaje en un papelito: ‘Hola Walter, a ver cuándo nos vemos’. ¡Como si viviese acá a la vuelta! Hall ya había estado en la Argentina y me había dedicado un tema, ‘Waltz for Walter’”, cuenta entusiasmado.

En una genealogía de la guitarra jazz en la Argentina, muchos podrían pensar que en la descendencia de Oscar Alemán el primero que aparece es Walter Malosetti. Sin embargo, él mismo lo objeta. “Hay uno que por ahí no tocó tanto jazz como yo, pero es el más grande guitarrista argentino: Horacio Malvicino. En los ’60 él formó parte del Bop Club y tocaba jazz moderno”, advierte.

–¿Cómo reaccionó cuando escuchó bebop por primera vez?

–La verdad es que no me emocionaba mucho. Pero me gustaba muchísimo cuando el bebop se fusionaba con el swing; eso sí que era hermoso y me marcó muchísimo.

–Como Charlie Christian...

–¡Claro! Ese era otro genio, sus frases eran absolutamente originales, tocaba distinto de todos. Haciendo swing tradicional con Benny Goodman y tocando bebop en los locales nocturnos mostró un estilo que aún hoy tiene el fraseo de mañana.

–¿Cómo fue su formación musical?

–Yo ya tocaba jazz y decidí comenzar a estudiar con Irma Constanzo, para dar los exámenes y poder enseñar. Poder transmitir a otro lo que uno sabe es una de las cosas más estimulantes para mí.

–¿Tocar guitarra clásica no lo alejó del jazz?

–La locura del jazz es una enfermedad aparte, de eso no te curás más. El placer que te produce improvisar no se compara con nada en el mundo, es impagable. Siempre fui muy amplio en mis gustos musicales. Toco jazz y me gusta lo clásico, de la misma manera que me encanta tocar algo de Falú o de Yupanqui.

–¿Qué momentos de su carrera de músico recuerda como los más importantes?

–Como trabajo, si bien también me dio muchas satisfacciones artísticas, la etapa de Swing 39, en los ’60, porque viajamos por todo el país. Pero nunca aprendí tanto como cuando estuve al lado de Baby López Furst, que era un capo, tenía la oreja total, además de ser un tipazo.

–¿Qué disco le gustaría grabar?

–No lo sé. Lo que sé es que quiero grabar con trío, porque me permite una mayor libertad. Casi nunca quedo del todo conforme con el resultado, pero a lo mejor lo escucho cinco años después y me encanta. Los discos me ponen tan ansioso... Es que uno aspira a poner en ellos lo mejor de lo mejor, pero apenas logra retratar un momento.

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