Dom 07.12.2008
espectaculos

MUSICA › LA PRESENTACION DE LILA DOWNS EN EL TEATRO GRAN REX

Una contracara de Madonna

Morena, indígena y no tan buena bailarina, la artista de Oaxaca dio lecciones de otra clase de música, en la que convive lo moderno con los sones ancestrales de su sangre. La excusa fue el material de Ojo de culebra, pero hubo pie para más.

› Por Luis Paz

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LILA DOWNS

Presentación de
Shake Awa/Ojo de Culebra.

Músicos: Lila Downs (mexicana, voces, guitarra y percusiones), Paul Cohen (estadounidense, vientos), Celso Duarte (paraguayo, cuerdas), Yayo Serka (chileno, batería), Rob Curto (mexicano, acordeón), Juancho Herrera (mexicano, guitarra), Samuel Torres (colombiano, percusiones), Carlos Henderson (afroamericano, bajo).
Público: 2600 personas.
Duración: 90 minutos.
Jueves 4, Teatro Gran Rex.

La primera visita de Lila Downs a Buenos Aires podrá quedar en el anecdotario como la contrapartida del nuevo desembarco de Madonna. En el noroeste de la ciudad, la Diva del Pop: rubia, caucásica y atlética. En el este, la Antidiva de la canción popular mexicana: morena, indígena y no tan buena bailarina. Pero lo de Lila Downs en el Gran Rex no deberá quedar sólo en el anecdotario: su show presentación de Ojo de culebra (más la obligada lista de highlights de su carrera) fue una lnhi, según definiría un zapoteca. El recurso a la lengua mesoamericana –que más allá de ser hablada por 800 mil nativos de Oaxaca, entre ellos Lila, está menguando– no sólo sirve para decir fiesta sin caer en el lugar común. También es útil como anclaje de una hermosa imposibilidad: la de esta antidiva por separarse de su origen sanguíneo, geográfico, cultural e histórico. Es que el arte de esta sirena morena es el tola’ale (canto) del yetzi (pueblo) zapoteca.

Lila aparece sobre el escenario entre relámpagos. Sus ropas típicas homenajean a su tierra, emplazada entre Veracruz, Chiapas y Puebla. Sus medias de red, a su madre, cantante de cabaret. Los tacos de sus zapatos, tal vez a su abuela paterna, madre del profesor de cine mitad irlandés mitad estadounidense que enamoró a Anita y concibió a Lila. Y “El relámpago”, a las mujeres curanderas que sanan la tristeza. La línea argumental de la canción se liga con la ranchera “Traigo penas”.

Las proyecciones que apuntalan “Agua de rosas” serán oportunamente agradecidas, así como el sonido y la iluminación. De a uno o en grupos, los músicos tendrán su reconocimiento de la cantante. Primero su marido, Paul Cohen, en saxo y clarinete, su productor artístico y clon de Willy, el papá de Alf. “A éste le falta fumar crack y filmarse con mendigos”, aventura una de la fila ocho. Desde la quinta fila, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, balbucea las canciones.

Durante varios momentos, el show se asemejará a Discovery Channel. Lila imita a “La iguana”, “La cucaracha”, el reptil de “Ojo de culebra” y el ave de “Paloma negra”. Intenta representaciones como una chamana con poderes de animago. El son que inaugura los bailes animales, “La iguana”, está dedicado a Oaxaca y propone cambiar este mundo “para que nos amemos más”. “Little man” da la receta: “Puro dinero no te va a llenar; un hombre de corazón te da felicidad”.

Celso Duarte, encargado de “arte y violín” según el programa, se expresa con cualquier tipo de cuerdas: guitarra, violín, charango, arpa. Lo hace en forma realmente magistral. En este tema está más cerca del arpa que de la guitarra, pero el show renace con el fraseo de Lila en “Justicia”: “¿Qué quieren? ¿Sueños de nuestra tierra o vislumbres de cada guerra donde los dientes de un zapoteca liberan sueños de mezcal?”. Ambos, Lila. No se entienden unos sin los otros.

No está Enrique Bunbury, presente para el tema en el álbum. Tampoco puede estar Andrés Henestrosa, un poeta popular de Oaxaca fallecido en enero, a los 102 años. Su sabiduría ancestral –Henestrosa fue su propio ancestro, un artista con raíces en los estratos de su tierra– está presente en “La Martiniana”, un poema que quedó inconcluso y que los oaxaqueños se encargaron de completar en tiempos de asamblea, durante la represión a las protestas docentes de 2006 en ese estado.

El show bambolea por la historia mesoamericana. Una reversión de “La cucaracha” recuerda que, durante la guerra, los yanquis invadían, pero se preparaban para la batalla con marihuana mexicana. Cucarachas con fusiles a las que les faltaba “marihuana pa’fumar”. Hoy, esa misma marihuana la usan los del 90210, mientras la invasión a Irak continúa. En “Tierra de luz”, Lila cubre bien a Mercedes Sosa, que también participó del álbum. “Ojo de culebra” pierde brillo sin la excelencia de La Mari. La banda hace coros, pero el registro de la cantante de Chambao es demasiado alto para alcanzarlo. Es el único segmento del show de hora y media en el Gran Rex que queda chiquito.

Para la segunda vuelta de “Silent thunder”, Lila da la espalda al público. Nadie le tira verduras, como en los dibujos animados. Ella mira de frente a sus hermanos indígenas, los acompaña en su baile tribal desde el escenario. “En el norte el pueblo indígena y en el sur ¡Viva Zapata!”, se posiciona Lila. Uno de chomba celeste y cámara digital en la derecha levanta el puño izquierdo. Parece insólito. Ella aletea en “Paloma negra”, aletea como los rollingas de la publicidad del chocolate, olvidados entre emos y floggers. El batir de brazos la acalora. Aunque bebe agua, recuerda que a su padre le gustaban el whisky y el coñac, entre otros brebajes.

“La llorona” listada es la canción popular mexicana, no la de Karina Jelinek. Lila tiene el mismo color de piel que ella y menos curvas. Pero se hace más hermosa con cada canción. “Perro negro” es un can can circense donde el protagonista escucha la corriente de la calle, que va murmurando, mientras las paredes dicen la verdad: grafitti por el recupero de la libertad indígena, la salud y educación del piberío. El crisol musical (tres mexicanos, un caucasoamericano, un afroamericano, un colombiano, un chileno, un paraguayo) se va y vuelve para los bises (“Naila/Sandunga”, “Cumbia maya”, “Cama de piedra”, “Viborita” y “Tacha”). El llanto de Lila es catártico. El que cree que se debe a los aplausos es un crédulo. Es un llanto popular reprimido que encuentra lugar en un arte musical elaborado con excelencia.

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