MUSICA › EL ESTADO DE LAS COSAS EN LOS CLUBES DE BUENOS AIRES
Ya desaparecieron varios locales y los gestores de los que aún sobreviven encienden todas las luces de alarma. El ministro de Cultura, Hernán Lombardi, reconoce la situación, pero también apunta que “los consumos culturales han cambiado”.
› Por Facundo García
Desde hace meses, varios espacios musicales de Buenos Aires están pidiendo ayuda. Aseguran que el apoyo oficial brilla por su ausencia y que en las actuales condiciones es imposible seguir. A eso hay que agregarle el riesgo en el que estarían cientos de trabajadores: los más curtidos del ramo informan que por cada establecimiento que cierra quedan en la calle no sólo los músicos, sino decenas de empleados, incluyendo a mozos, cocineros, sonidistas, plomos, etc. Ya se fueron el Bar Tuñón, el Café Homero, El Club del Vino, Pigmalión, la Peña del Abasto y una de las dos sedes de La Peña del Colorado, entre otros; y según el sector la nómina se estaría extendiendo a pasos agigantados. En tanto, el diagnóstico del gobierno de la ciudad es menos sombrío y reivindica la impronta festivalera que ha venido promocionando hasta ahora. En efecto, el ministro de Cultura, Hernán Lombardi, considera que la protesta está mal direccionada y que antes de rasgarse las vestiduras hay que sintonizarse “con lo que quiere la gente” y entender que “los consumos culturales han cambiado”.
Para la Cámara de Música en Vivo (Camuvi), la continuidad de muchas salas históricas pende de un hilo. La institución agrupa a propietarios de establecimientos que ofrecen conciertos para trescientas localidades o menos, por lo que representan a una constelación de escenarios que dan espacio a artistas que generalmente no tienen cabida en el mainstream. “Cuando la cámara se reunió por primera vez –tres meses antes de Cromañón– éramos casi cincuenta. Hoy no llegamos ni a veinticinco”, se indigna Alejandro Reija, de Virasoro Bar. Hace casi una década que Reija intenta que sus cuentas cierren, manteniendo una programación jazzera “que les da una oportunidad laboral a cerca de cien músicos por mes” en una casa que ha sido premiada por el museo de la ciudad como “testimonio vivo de la memoria ciudadana”. El tipo cuenta que ha tenido aguante, pero se cansó de remarla solo.
Cada tanto, surgen luces de esperanza que la falta de una política seria contribuye a extinguir. Hace cuatro años, por ejemplo, se redactó un proyecto de ley denominado “Régimen de concertación para la actividad musical”, que contempla la creación de un Instituto de la Música y de un sistema de créditos, subsidios y exenciones impositivas tanto para los locales como para los artistas que demuestren “permanencia de un mínimo de dos años ininterrumpidos en la actividad de creación y/o interpretación musical” y no tengan contrato con los grandes sellos. A pesar de que la iniciativa fue aprobada recientemente por la Comisión de Cultura y la de Presupuesto de la Legislatura porteña, la espera se alarga. “Y nos fundimos a ritmo parejo”, se indigna Reija.
Ezequiel Cutaia, que desde hace ocho años administra Thelonious, admite que “el negocio siempre fue difícil” y que al venir de una familia de músicos abre “por vocación jazzera” más que por dinero, aunque considera que la cuerda de su paciencia se está tensando más de lo recomendable. No porque quiera salvarse solo, sino porque para que le vaya bien necesita de un circuito que haga germinar a un público frecuente. “Así es improbable que surjan nuevos lugares. Nosotros precisamos que haya más centros dedicados al género, eso da un movimiento de personas que cuando cobra fuerza termina beneficiando a todos. Es una lástima que las leyes no nos acompañen”, certifica.
Aun en caso de que la norma sea aprobada, se sabe que hubo una rebaja importante en el monto que se destinaría para créditos y subsidios. Según trascendió, los diez millones de pesos que se había pensado solicitar para que se reactive la plaza se convirtieron en poco más de tres tras los primeros pasos por la Legislatura. Y entre pitos y flautas, se bajó esa cifra a dos millones y medio, lo cual para la mayoría de los involucrados no va a alcanzar ni para el pancho y la Coca. Con esa plata habrá que cubrir los gastos del mencionado instituto, estimular a los sellos independientes, apoyar a los locales y colaborar con los músicos.
Para Hernán Greco, presidente de Camuvi y dueño del Torquato Tasso, lo que está uniendo a sus colegas es el espanto: “Si no podemos mantener los shows, nuestras salas desaparecen. Por otro lado no están apreciando nuestro aporte. Trabajamos con géneros que no tienen que ver con los lineamientos que intentan difundir las multinacionales. Acá –señala al salón ubicado frente a Parque Lezama– dieron sus últimos conciertos Lágrima Ríos, Alberto Castillo y tantos otros. Asimismo, cada semana dedicamos un día para promocionar nuevos valores. Todo esto es un riesgo económico que no se nos reconoce. No pedimos que nos banquen de arriba, sino que nos asistan para generar unidades de producción cultural autosustentables”, se despacha. Y promete: “Ninguno de nosotros tendría problema en garantizar cinco o seis noches de show por semana, a cambio de que nos den una mano. Eso permitiría ir mostrándole al público de qué se trata tal o cual estilo y, lo más importante, garantizar puestos laborales genuinos. Vos no le podés pedir a un cocinero o a un mozo que venga un día sí y un día no. El inconveniente principal es que la Dirección General de Música no hace nada y estamos en una situación de tremenda vulnerabilidad legal y financiera”.
Hay una frase que se repite al charlar con los propietarios de los locales: si otras actividades están apoyadas por instituciones oficiales como Proteatro y Prodanza, ¿qué pasa con la música? La bronca crece cuando, sobre ese ánimo caldeado, se repite el clima de festivales masivos, en una estrategia de autobombo mediático de la que en su momento supieron sacar provecho Darío Lopérfido y la administración De la Rúa. Encima, a la falta de planificación estatal se le agregan los obstáculos para conseguir habilitaciones luego de la tragedia de Cromañón. Y si el espacio apuesta por expresiones emergentes, la situación se complica hasta el vértigo. Sin ir más lejos, Plasma –que viene marcando el camino en lo que a nuevas propuestas estéticas se refiere– también está dando manotazos de ahogado. Nacho Perotti, que arrancó con el negocio hace más de un lustro, cree que hoy no volvería a meterse en semejante berenjenal. Sin embargo, tampoco quiere regalar lo conseguido. “El tema es que si te ponen multas de veinte lucas o te cierran por quince días, sonaste. No abrís más. Tal como están las leyes, la habilitación es un proceso con requisitos poco claros, que te cuesta un buen billete, puede tardar un año y no te da ninguna certeza.”
Otros que se las ven bravas son los que intentan sobrevivir por fuera de las zonas “top”. Andrés Bamio Couso sostiene desde el 2000 La Forja de Flores y opina que es “vergonzoso” que no se contemple el rol de promoción y encuentro que cumplen los boliches como el suyo. “No somos bares notables ni nada parecido –aclara–, somos centros con una programación en vivo permanente y barrial. No tenemos apoyo de nadie y, en consecuencia, la mayoría de los músicos que suben a nuestros escenarios tienen que vivir de otra cosa, aun cuando posean un talento excepcional.” Para el entrevistado, descuidar esos ámbitos puede traer derivaciones de largo alcance. “Si vas al exterior, Buenos Aires se conoce fundamentalmente por su música. ¿Por qué dejar que esa identidad se evapore?”
Desde la vereda de enfrente, el ministro de Cultura del gobierno de la ciudad, Hernán Lombardi, sale con los tapones de punta al declarar que muchos de los que reclaman colectivamente lo hacen tras haber solicitado –sin éxito– apoyo de forma individual. “Ahí hay varios que tienen dos caras, pretenden meter presión saliendo en los medios y luego me solicitan ayuda sólo para ellos. Aparte, no es cierto que no se esté atendiendo estas inquietudes. Lo que sucede es que hay casos en que nos han solicitado apoyo económico directo y habrá que entender que existen ciertas propuestas que no funcionan y que el público está cambiando de preferencias”, se ataja. “No somos ciegos. Vemos que hay una retracción de la actividad económica a causa de la crisis internacional. No obstante, eso no va a hacer que salgamos a bancar lugares al tuntún con recursos públicos. Nuestra gestión mantiene programación en más de setenta bares notables y no tenemos problema en que haya un Instituto de la Música, y en buscar un sistema de sustentabilidad serio para los Clubes de Música”, concluye.
Los próximos meses dirán si tantas palabras tienen sustento en lo real. Solidarizándose con el reclamo, han expresado su apoyo el Consejo Federal de la Música –que incluye, además de la Camuvi, a la Asociación Argentina de Intérpretes (AADI), la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic), la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (Aadet) y el Sindicato Argentino de Músicos (Sadem)–, que se sumaron a la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) y la Cámara Argentina de Productores e industriales de Fonovideogramas (Capif).
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