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Sábado, 21 de febrero de 2009

MUSICA › NO LINE ON THE HORIZON, EL NUEVO DISCO DE U2, OTRA JOYA EN SU CARRERA

Vivir y tocar con las botas puestas

El disco número 12 en la carrera del cuarteto irlandés demuestra que, con 33 años en sus espaldas, mantienen el fuego sagrado que distingue a los grandes de verdad. Y sacan el máximo jugo de su asociación con Brian Eno y Daniel Lanois.

 Por Eduardo Fabregat

“Enfrentate a las estrellas de rock/ Tené cuidado con los petisos con grandes ideas”

(“Stand up comedy”, U2, 2009)

Poco después de los conciertos del Vertigo Tour en el estadio de River, este cronista pudo preguntarle a Daniel Grinbank –en el transcurso del programa televisivo Tiene la palabra– si la segunda presentación de U2 en la Argentina había gozado del beneficio de un dios aparte. “El día del debut Bono amaneció sin voz, y The Edge recibió pésimas noticias sobre la salud de sus hijas”, dijo. “Pero los tipos, de verdad, son increíbles. Tienen un profesionalismo a prueba de todo. Cuando todo indicaba que iba a tener que suspender el primer show, salieron y dejaron todo sobre el escenario. Trabajé con infinidad de grupos, pero pocas veces vi una entrega tan total como la de ellos”, contó, palabra más, palabra menos, el productor. Allí debe radicar el real secreto del cuarteto irlandés que empezó a trajinar las tablas hace ya 33 años: la amistad interna tendrá mucho que ver, sí, pero la voluntad de hierro de sus integrantes por consagrarse al proyecto es lo que estimula la creatividad, el asumir riesgos, la fortaleza para que, cuando la maquinaria U2 se pone en marcha, el combustible no se agote nunca.

Pasaron tres años desde aquella explosión roja al ritmo de “Vertigo” en el Monumental. La máquina está de nuevo en marcha.

El martes 3 de marzo aparecerá en todo el mundo No line on the horizon, el décimo segundo disco de la banda a la cual cada tanto se le diagnostica el agotamiento o la desaparición pero resurge de manera cíclica, lanzando álbumes que consiguen el raro milagro de exhibir todas sus marcas de identidad sin sonar a mera repetición de fórmulas. “It’s good to be back”, tiró Bono el miércoles pasado en la entrega de los Brit Awards, al terminar una incendiaria versión de “Get on your boots”, primer single del disco que se presenta con una minimalista fotografía en blanco y negro de Hiroshi Sugimoto. Y a medida que las once canciones se van desovillando, no cabe más que coincidir con el petiso de las grandes ideas: hay que volver a trillar el camino de qué bueno, U2 está de vuelta.

“La actitud de Danny Lanois es ‘va a ser un gran álbum o alguien va a morir’. Eso lo cubre casi todo. No estamos aquí por el dinero, man. Ninguno de nosotros. No se trata de un salario, se trata de hacer un fucking gran disco de U2”. La frase del cantante, recogida por Sean O’Hagan para The Observer Music Monthly, apunta una pista similar a la de Grinbank para comprender la intensidad del sucesor de How to dismantle an atomic bomb. El periodista irlandés –no confundir con el Sean O’Hagan músico de Microdisney, Stereolab y High Llamas– tuvo el privilegio de seguir durante 18 meses el proceso de grabación de No line..., desde las primeras sesiones en Fez (Marruecos) en junio de 2007 hasta las últimas tomas (una lucha interminable de Bono con un verso de “Stand up comedy”) en los Olympic Studios de Londres en diciembre de 2008, pasando por Nueva York, el sur de Francia y, claro, Dublín. Quizá ese arranque en Marruecos, zapando y armando canciones en un patio a cielo abierto (pueden verse algunas imágenes en YouTube) tenga que ver con el clima general del disco. Pero no caben dudas de que la larga asociación de la banda con Brian Eno y Daniel Lanois sigue siendo fructífera: con el ex Roxy Music como director musical y a cargo de los teclados, y con Lanois aportando coros y ese lap steel etéreo que suele caracterizar sus discos solistas, el U2 ampliado consigue una colección de canciones llena de matices, sutilezas y texturas, tan sólida como para disipar cualquier duda sobre la actualidad del grupo.

Es que el panorama para los irlandeses podrá ser atípico para lo esperable en una banda con tantos años de carretera, pero en los últimos tiempos no ha estado exenta de tensiones. La principal tiene que ver con las giras mundiales de Bono como activista social, exigiendo el perdón de la deuda y urgente ayuda humanitaria para Africa mientras chocaba las manos con gente como Nelson Mandela, Bill Clinton, Angela Merkel y Bill Gates, pero también con personajes algo más irritantes como Nicolas Sarkozy, Tony Blair y el mismísimo George W. Bush Jr. En todas las entrevistas relacionadas con el tema, Bono ha dicho una y otra vez que su principal preocupación son los resultados de ese activismo, y que hasta el presidente de la nación más bombardera del mundo terminó enviando 50 billones de dólares al continente negro. “El problema es que se me hace difícil callarme”, reconoce Bono, mientras The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton –quienes, lógicamente temerosos del efecto que eso podría tener, le rogaron encarecidamente que no se encontrara con Bush– miran torcido. “Pero cuando estoy trabajando con U2 me tienen al 100%. Si no, no estaríamos aquí, no tendríamos un disco como éste”, le dijo a O’Hagan.

El disco éste

El típico runrún previo en la web, fomentado por una declaración de Bono sobre un disco “bien rockero”, viene pivoteando sobre una supuesta influencia zeppeliniana. La impresión se refuerza con el enérgico riff de “Get on your boots” –otro single inoxidable en la cadena de singles con los que la banda prepara el terreno para la edición de sus discos–, y no caben dudas de que las guitarras de “Stand up comedy”, otro de los puntos altos de No line on the horizon, bien podrían estar bajo los dedos de Jimmy Page. Pero, como suele suceder con el cuarteto, con esas dos canciones apenas se rasca la superficie, se comprueba el pulso sanguíneo que toda banda sindicada dentro del rock debe mostrar. Son, como en su momento “The fly”, “Beautiful day” o “Vertigo”, puertas de entrada a un universo mucho más amplio.

Parece claro que si U2 se toma tres años para lanzar nuevo material (“hacer este álbum fue difícil, pero todos lo fueron”, señala el cantante) no es solo por las obsesiones combinadas de The Edge por el sonido y Bono por la lírica, sino sobre todo porque en la lista final solo pueden estar las mejores, las más pulidas. Hasta ahora, solo el combo Achtung Baby / Zooropa encerró en un lapso breve el producto de una serie de sesiones: tal como amenazó en How to dismantle..., ahora la banda promete que antes de fin de año verá la luz otro paquete de canciones. Que cumplan o no será una anécdota. Por lo pronto, en el flamante disco hay con qué entretenerse: a contramano de lo que recomendaría cualquier marketinero, no abre con “Get on your boots” sino con el mucho más sugerente “No line on the horizon”, donde The Edge lleva el pulso con una de esas guitarras podridas no exentas de melodía, y Bono exige su garganta hasta caer en un puente épico, de ésos que eriza la piel sólo por la inmediata certificación de que se está ante U2. Una de esas canciones que nadie más podría firmar, en la que hay espacio tanto para las sugerentes capas sonoras de Eno como para la urgente base de Clayton/Mullen, una de las mejores parejas de zagueros centrales del rock.

Y tras ese arranque tan “Zoo station”, llega el momento de ofrecer la vertiente más clásica del grupo, los arpegios con delay de Edge, la voz limpia de Bono y ese midtempo tan conocido que le dan forma a “Magnificent”. En ese terreno puede ubicarse también a “Unknown caller”, donde se cuelan los pajaritos del patio de Marruecos para la historia de un drogota en la que Bono y Edge comparten el protagonismo, pero donde toda la banda desembocará en un coro a pleno. Y ciertamente a “I’ll go crazy if I don’t go crazy tonight”, donde las cuerdas acústicas y eléctricas dibujan un mapa en el que la banda sabe moverse muy bien.

El otro territorio donde U2 sabe expresar emoción sin sensiblería es el de la canción serena, melancólica, patentada por “With or without you” y “One”, y que aquí reconoce tres sucesoras más que dignas. A la cabeza está la tristeza de “White as snow”, en la que Bono se pone en la piel de un soldado en agonía; pero también el oscuro cierre de “Cedars of Lebanon” y sobre todo la bellísima “Moment of surrender”, donde el cantante se desgarra sobre una base ralentada, como en cámara lenta. Brian Eno cuenta que, a diferencia del modo de trabajo habitual en el grupo, esa canción “tomó forma en un tiempo increíblemente corto: más allá de alguna edición y el agregado del cello, ‘Moment of surrender’ aparece en el disco tal y como la tocamos la primera vez”. El músico y productor, que ha vivido unas cuantas cosas en su vida musical, define la grabación de ese tema como “la experiencia de estudio más asombrosa que haya tenido”: basta sumergirse en sus hipnóticos, dulces, melancólicos siete minutos y medio para entender por qué.

Con las botas puestas

“El trabajo que hicimos en Fez fue la parte más disfrutable y liberadora de todo el disco. Fue lo que siempre imaginé que debería ser estar en U2: tocar música por el puro placer de hacerlo, sin una meta real a la vista. Por momentos fue caótico, pero fue un caos creativo. Con todo lo que significa hoy estar en U2, a veces eso se pierde de vista”, le dijo Larry Mullen a Sean O’Hagan. La descripción de Grinbank, la actitud de Lanois, la frase del baterista, ayudan a reflexionar sobre algo que No line on the horizon deja flotando en el aire. Algo que va más allá de cada canción, más allá de otra soberbia labor de Edge, otra performance convincente de Bono (que puede sobreactuar en público, pero en estudios parece encontrar siempre el tono justo), otro electrizante desempeño de Mullen/Clayton. No deja de llamar la atención cómo un grupo en activo desde 1976 (¡desde antes de la revolución punk!) sigue editando discos en los que su honestidad está fuera de toda duda. Aun con el movimiento elefantiásico que impone el álbum y la megagira mundial cada cuatro años, aun con las burlas fáciles al “show de Bono”, sólo desde la necedad puede negarse que U2 posee el fuego sagrado que distingue a los grandes de verdad. Nadie puede grabar “un disco como éste” si no tiene pasión. Pasión... y talento.

“Una de las razones de la longevidad del grupo es que no están en la música por razones enteramente egoístas”, dice Eno. “No quiero hacerlos aparecer como evangelistas, como los vieron algunos en los medios musicales en los ’80. Pero pienso que ellos realmente creen servir a un propósito mayor que simplemente llenar sus cuentas bancarias.” Es una buena explicación. Ahora vendrá el circo usual, una “residencia” de cinco noches en el show de David Letterman en la semana del 2 al 6 de marzo, la edición vía celular y en cinco formatos discográficos distintos (CD, vinilo doble, digipack, digipack con libro, poster y película de Anton Corbijn y box set con todo lo anterior, otro poster y un libro en tapas duras), el anuncio de la gira, el escenario diseñado para estadios, quizá otra visita a la Argentina si la crisis lo permite, el largo etcétera de la vida en la ruta. Pero lo que brillará por encima de toda la hojarasca está en las canciones, eso que Bono define como “Let me in the sound, meet me in the sound”. U2 dice que no hay ninguna línea en el horizonte. Pero lo que no se ve es ningún nubarrón que empañe su potencia creativa. A ponerse las botas: U2 cabalga de nuevo.

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En su nuevo disco, Bono ironiza sobre su propio personaje: “Tené cuidado con los petisos con grandes ideas” canta en “Stand up comedy”.
 
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