Dom 19.04.2009
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MUSICA › LA CARRERA DE PHIL SPECTOR, DECLARADO CULPABLE DE ASESINATO

La última bala en la pared del sonido

Alguna vez, los músicos y la industria coincidieron en señalarlo como un auténtico genio musical. Pero la megalomanía y su enfermiza pasión por las armas terminaron con la muerte de Lana Clarkson. Retrato de un músico y productor siempre al borde.

› Por Andy Gill *

Era, por supuesto, una tragedia esperando a suceder. Como suele decirse, el arma que se muestra en el primer acto se utiliza en el tercero, y Phil Spector ha exhibido demasiadas armas en su extraña y colorida carrera para que una no se utilizara en el lugar equivocado, que resultó ser el interior de la boca de la infortunada actriz Lana Clarkson. En cuanto las primeras noticias trascendieron desde Los Angeles, los personajes de la industria con cierto conocimiento –sin mencionar a aquellos que suelen adornar sus conversaciones con una cobertura de mito y leyenda– suspiraron y pensaron para sí: “Bueno, sólo era cuestión de tiempo”. Esta semana, el jurado del segundo juicio por esa muerte lo declaró culpable. La sentencia se conocerá a fines de mayo.

Muchos imaginaron que la historia sería diferente, que el cañón del arma estaría en la boca de Spector; seguramente ya había obituarios escritos, preparados para la eventualidad, retratando al alguna vez “magnate de los adolescentes” como un genio torturado, guiado a la autodestrucción por la industria cruel. Pero en realidad hubo una víctima inocente, desconocida, cuya necrológica fue gatillada por el juego paranoico de Spector con las armas. Los obituarios fueron de-sempolvados, pero para darles una dirección diferente. Hasta los psicologistas de salón con un torpe acercamiento a la psiquis humana podían decir que Spector sufre de una suerte de complejo de Napoleón. Como un pequeño, enfermizo pibe que sufría de asma y diabetes, la niñez de Spector fue marcada por los efectos de una madre que lo consintió demasiado y unos compañeros que abusaban de él en el patio de juegos. Pero fue el súbito, incomprensible suicido de su padre, cuando Phil tenía 10 años, lo que efectivamente frustró no sólo su juventud, sino su vida entera.

Cuando la familia se mudó a California después de ese hecho, Spector se convirtió en un solitario que escuchaba obsesivamente discos de rhythm’n’blues, y los nuevos sonidos del rock and roll que ofrecía la radio nocturna. Cuando unos años después formó su primera banda, The Teddy Bears, el primer single que escribió y grabó fue “To Know Him Is To Love Him”, un título derivado del epitafio en la tumba de su padre. Grabada a un costo de 40 dólares en el Gold Star Studio de Los Angeles, la canción se convirtió instantáneamente en un hit, confirmando la arrogante confianza de Spector en su propio genio, y dándole el impulso necesario para seguir una carrera en la industria musical. Tenía apenas 18 años, pero como algunos niños soldados de una guerra civil africana, adquirió de pronto el status y el poder de un general de cuatro estrellas... a pesar de no demostrar el más mínimo sentimiento de empatía humana. En el estudio ordenó los tiros, controlando ejércitos de sesionistas como un Napoleón batallando contra una fuerza superior, más que con destreza estratégica. Podía emplear falanges del mismo instrumento –cinco guitarras, tres pianos, dos baterías, cuatro o cinco vientos, y Sonny Bono pegándoles a varias percusiones diferentes– para crear la congelada masa musical que se haría conocida como Pared de Sonido.

Ya era, sin dudas, un genio musical: era lo que creían tanto Brian Wilson como The Beatles, la clase de gente que sabía sobre genio musical más que nadie en su era. Pero era un genio de sólo una clase específica, con una fórmula que probó ser espectacularmente efectiva cuando se dirigía en el camino y en el momento correcto, con el artista y el material correcto. Pero si lo que se requería no era la apabullante, wagneriana aplanadora de la Wall of Sound de Phil, no tenía sentido esperar que su genio particular fuera capaz de adaptarse a otras demandas. No era tampoco que alguien le demandara algo a Phil Spector, por supuesto. Su cadena de hits a la Rey Midas de los ’60 era tal que nadie en la industria iba a contradecir sus métodos o una conducta progresivamente aberrante. En las sesiones con Spector siempre había armas, a veces mezcladas con alcohol y su temperamento naturalmente sombrío, que se profundizaba en su lucha por enfatizar que todo estaba bajo su control.

En su vida personal era igualmente obsesivo con el control. Se casó con Ronnie Bennett, cantante líder en éxitos de The Ronettes y otros, pero la trató como una posesión, encerrándola en su mansión, incluso escondiéndole los zapatos para que no pudiera salir. Lo mismo se aplicó a sus hijos, a quienes, llevados y traídos del colegio por guardaespaldas, se les negó la más básica calidez de la amistad infantil, encerrados en sus habitaciones individuales y sin que se les permitiera jugar, ni siquiera entre ellos. Las cicatrices mentales resultantes quedaron en evidencia en un reciente y condenatorio documental en el que uno de ellos señaló que no había parangón para la crueldad y desprecio de Spector.

Según Ronnie Spector, su marido una vez le mostró un ataúd de oro con tapa de vidrio y le prometió que la mataría y exhibiría su cadáver allí si alguna vez lo dejaba. Cuando Ronnie finalmente se las arregló para abandonarlo, él se aseguró de hacerle saber que haría todo lo posible para aplastar su carrera, una amenaza que solía hacerles a todas las cantantes que intentaban abrirse. Sólo pudieron escapar a su control cuando Spector, golpeado por el fracaso de su trabajo maestro “River deep, mountain high” en los charts americanos, se recluyó del mundo exterior en 1966, con solo 26 años. Era una decisión predecible para alguien cuya estética estaba pasando rápidamente de moda. Además, la industria estaba cambiando en múltiples maneras; el particular genio de Spector resultaba más apreciable en el formato de single que, gracias al impacto combinado de Bob Dylan y The Beatles, estaba siendo suplantado por el álbum de larga duración.

Cuando Spector abandonó el retiro para dedicarse a producir otra vez, las inevitables rabietas con armas ya no provocaron en los demás el ceño fruncido de censura, sino una actitud de indulgencia: era sólo el loco de Phil, otra vez fuera de sus cabales. Obligó a Dee Dee Ramone a tocar la línea de bajo que él quería a punta de pistola; en un episodio famoso, descargó un arma mientras John Lennon estaba en el estudio, y exhibió “megalomanía, insania y una devoción hacia el armamento realmente intolerable” mientras trabajaba con Leonard Cohen.

“En un momento, Phil se me acercó con una botella de vino tinto kosher en una mano y una 45 en la otra, puso su brazo alrededor de mi hombro, apoyó el revólver en mi cuello y me dijo ‘Leonard, te amo’”, recordó el músico canadiense autor de “Suzanne”. “Yo solo dije ‘Espero que así sea, Phil’”. Otro elemento común en la conducta de Spector parece haber sido su resistencia a dejar ir: una y otra vez se han escuchado historias de invitados a la mansión de Spector que, cuando se querían ir, se encontraron encerrados y amenazados con armas. Este amargo y solitario hombre necesitaba tanto la compañía humana que no podía soportar perderla.

De todos modos, mientras su comportamiento podía ser brutal, amenazador, paranoide y criminalmente peligroso, también era el tipo de conducta “colorida” que la industria del entretenimiento llegó a aceptar hace tiempo. Especialmente en California, virtualmente todo es permitido mientras se tenga el perfil, el dinero o la posición para escapar a las consecuencias. Cuando el director de cine Thomas Ince murió en circunstancias misteriosas mientras estaba de fiesta con amigos (que incluían a Charlie Chaplin) en el yate de William Randolph Hearst en 1924, el magnate de los medios se aseguró de que el asunto se barriera discretamente bajo la alfombra. Y el más superficial recorrido por el Hollywood Babylon de Kenneth Anger revela una multitud de eventos desagradables y pecadillos sexuales que fueron acallados por los “arregladores” en las sombras de los estudios: desde las entonces ilegales tendencias homosexuales de los héroes de acción hasta el tipo de drogas recreacionales que harían lagrimear a Aerosmith. Spector tenía tal poder de amedrentamiento que, hasta el segundo juicio (el primero fue desechado luego de que el jurado no pudiera ponerse de acuerdo en el veredicto), muchas ex “novias” estaban demasiado aterrorizadas para testificar. Pero cuando lo hicieron, revelaron a un hombre que pensaba que era demasiado poderoso como para ser tocado, y cuya fascinación por las armas y el poder sólo podía llevar a una horrible conclusión.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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