Lunes, 4 de mayo de 2009 | Hoy
MUSICA › MEMORABLE SHOW DE NELLY OMAR EN EL LUNA PARK
A los 97 años, con una voz milagrosamente joven, interpretó tangos, milongas y valses que forman parte de su repertorio clásico. Hubo nostalgia, pero también sentido del humor en esta cantante que no se privó de cargar la noche de simbología peronista.
Por Karina Micheletto
A Nelly Omar se la llama “la Gardel con polleras”, un mote que, recuerda ella, se ganó en el cine Carlos Gardel de Valentín Alsina: no fue obra de un cerebro del marketing ni de un presentador, era lo que el público le gritaba mientras la llevaba en andas, cuando era una adolescente que recién empezaba a cantar. Ella también es Malena, así la llamó Homero Manzi en el tango que le dedicó. El sábado pasado dio un memorable show en el Luna Park, y para presentarla los productores eligieron otro de sus apodos artísticos, mucho más atinado: “la Cantora Nacional”. Es que en tiempos en que los cruces y mixturas son marca, y “lo genuino” es un discurso edulcorado reservado a un sector –el tradicionalismo ya casi congelado en una mueca–, una mujer que asume la tradición sin imposturas es toda una rareza. No necesita artificios para hacerlo: atravesó el siglo pasado ocupada en esa tarea, pasó por la gloria y el silencio de la prohibición. Habría que hablar entonces de “la última cantora nacional”, si no fuera porque el estilo de Nelly Omar, tan despojado y austero, no combina con este tipo de presentaciones rimbombantes. Eso es, sin embargo, lo que certificó a lo largo de las quince canciones que regaló en el Luna Park, con una voz milagrosamente joven.
Cuesta creer que Nelly Omar tenga los 97 años que tiene. No sólo al verla tan bella, con esa piel privilegiada, ese peinado con brillitos. Al escuchar la lucidez con la que habla, salpicando sus dichos con un humor medio malito –eso que se llama ironía–. Al ver que recuerda todas las letras de memoria o que pide perdón por tener un machete para seguir dos de los temas que grabó en su último disco (La criolla), y que lo lee sin anteojos. Pero sobre todo, claro, al cantar. Nelly Omar canta con una voz limpia y afinada, que puede ser dulce o agreste, con un fraseo que realza cada verso. La acompaña una fila de guitarras integrada por Hernán Fredes, Juan Carlos Juárez, Juan Carlos Vignola, Gerardo Villar, Carlos Soria, más el contrabajista Roberto Ritto. “Vamos muchachos, arranquen”, les dice –casi los reta– Nelly antes de cada tema.
En Nelly Omar lo de “canto nacional” cobra sentido por lo que representa para estos miles que la han venido a ver con una devoción extraña para estos tiempos: no es la histeria frente al ídolo, es el intento de comunicación directa, las ganas de contarle de cuando la fueron a ver hace ya tanto, y son muchos los que lloran, mucho. Pero también cobra sentido por lo lindo que es escucharla hoy, más allá de ese recuerdo del ayer. Con su poncho rojo de siempre y una escarapela bien vistosa, se presenta citando al Martín Fierro: “Cantando me he de morir, cantando me han de enterrar... Dende el vientre de mi madre vine a este mundo a cantar”. Arranca con “Parece mentira”: “Yo soy como siempre, yo nunca cambié, mi ropa es la de antes, mi vida también”. Canta usando el masculino: no es de esas que necesiten adaptar las letras de los tangos, escritos por hombres, aunque ella también haya sido protagonista de penas como ésas.
Así desfilan tangos, milongas y valses que fueron clásicos suyos, en un repertorio que esta vez no está tan centrado únicamente en lo más “criollito”: “Del tiempo de la morocha”, “Milonga del 900”, “Manoblanca”, “Nobleza de arrabal”, la milonga “Tu vuelta”, su gran clásico, “Amar y callar”, con letra suya. Y también ese que anuncia como “un tango que tuve la suerte de estrenar en Montevideo”, “Sur”. También hace dos temas que grabó en La criolla: la bellísima zamba “Déjame estar”, de Oscar Valles, y el vals “Viejo jardín” (con el que también participó en Café de los Maestros) (“Me imagino que Santaolalla estará feliz porque yo canto esto, pero bueno, él está lejos, está en California”, chicanea, antes de contar al pasar sobre el altercado con el productor: “tuvimos una guerrilla, después nos amigamos”). El final, con “La descamisada” –el tema que grabó para la campaña de 1945, a pedido de la misma Evita–, levanta dedos en V, invita a la liturgia. “Y sí, yo soy peronista hasta la médula. Cuando venga alguno que sea mejor que Perón y Evita, bueno, hablamos”, advierte la Cantora Nacional.
La noche ya se preveía cargada de simbología peronista desde que abrieron los payadores José Curbelo, Marta Suint, Carlos Marchesini, Carlos Sferra, David Tokar y Aldo Crubelier (teloneros junto a Juan Carlos Copes y su ballet, un número quizá menos atinado, por la escasa conexión estilística de esas parejas bailando tango gimnástico con “Libertango”). Fue cuando Crubelier (fantástico su estilo elegante y aplomado) recordó que fue en este mismo Luna Park donde Nelly Omar conoció a Evita, en el famoso acto por el terremoto de San Juan, cuando todavía era una actriz que allí mismo conocería, a su vez, a Juan Domingo Perón.
Esta vez la que ocupa el escenario es Nelly Omar, que para el público que esta noche llena el Luna Park, se hace evidente, significa tantas cosas. Para ese señor que ronda los 80 y que lloró toda la noche. Para esos matrimonios mayores que vinieron con trajes que se adivinan añosos, guardados para ocasiones especiales. Para todos los que se acercan al pie del escenario a saludarla, besarle las manos, darle ramos, regalitos. Entre ellos, otra gran cancionista de la época de oro, María de la Fuente. Para ese matrimonio que sacó plateas en primera fila y despliega la bandera casera, con el escudo peronista estampado: “Gracias, compañera cantora. Andrea y Luis Solari”. Para los que le gritan ¡Se abre el cielo! ¡Nos tenés anonadados! Al final Nelly baja para saludar al público, personalmente. Empiezan a cantar la marchita, adentro y afuera del estadio. Son muchos y comparten una bandera, un himno, una idea capaz de representarlos y de hacerlos sentir pares. La que lo ha provocado es Nelly Omar, sólo con su canto y su presencia. En este momento es la envidia de toda la clase política.
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