Sáb 24.12.2005
espectaculos

MUSICA › LAS PRESENTACIONES DE LOS PIOJOS EN LA BOMBONERA

Postales de una noche zigzagueante

Hubo buenos momentos, pero también cierto aire protocolar. En vista de estos shows, ¿dónde están parados Los Piojos hoy?

› Por C. V.

Futbolizando el rock, para no correrse de eje, Los Piojos ganaron el partido del jueves sobre la hora, casi por penales. En una cancha (el templo glorioso, según Andrés Ciro) a medio llenar, que no pudo revivir el color y el calor del Boca campeón, la banda salida de las entrañas de El Palomar sacó el as de espadas de la manga y remontó una noche tibia, zigzagueante. De claroscuros y bemoles. Cuatro minutos de una maravillosa canción de Verde paisaje al infierno –Ruleta– bastaron para minimizar parte del resto. Y justificar haber estado ahí. Es que sólo ese instante inmensamente feliz más tres o cuatro detalles de excepción, como el arranque con Fantasma, algún estreno, una bella versión de Luz de marfil y la novedosa presencia de Rubén Rada para ennegrecer aún más la noche con improvisaciones de ciclotimia murga-funk, propusieron distinción y diferencia. No es para alarmarse –Boca ha ganado partidos con mucho menos, claro–, pero el esfuerzo de Los Piojos por remontar la templanza general al menos deschava una tendencia: cada vez les es más difícil revivir –o remontarse a– las épicas jornadas de Atlanta, River o Huracán, cuando factores como la sorpresa o la espera de lo inesperado, eran regla y no excepción.
Ya ocurrió en el Pepsi Music –se dijo que habían dado el recital más flojo en años– y cierta corriente de aire así había arrastrado el último gran rito, antes del prolongado parate: el multitudinario doblete en Vélez. ¿Acaso la otrora exitosa fórmula piojosa –rocanrol callejero + mixtura murguera– está a punto de caducar? ¿No es muy redundante insistir, por ejemplo, con esa interminable y tediosa versión de El Balneario de los Doctores Crotos, que la banda utiliza como arma pre epílogo? ¿No sería más acertado invitar a Omar Mollo para cantar Yira Yira, como en tiempos mejores, y no hacerlo improvisar un tango ¡con guitarra eléctrica!, que restó decibeles y brillo a su tremenda voz? Incógnitas que, aunque arbitrarias, claro, implican una posible mirada sobre el estado actual de Los Piojos. Que no es el mejor y, como tal, no pasa desapercibido. Otro parámetro resulta del rebote popular. El público piojoso ha mutado bastante: se limó la pata rockera –más conectada a los noventa– y hoy prima una mezcla de babies con papis advenedizos, que le entraron al rock por la televisión o escuchando La Mega, y niñas típicas de la era ATP. Todo esa amalgama metarrockera estalla cuando aparece Como Alí, pero circula por pasillos comiendo hamburguesas, tomando gaseosa o simplemente hablando por celular, cuando Ciro invita a Juanse para tocar rock and roll en serio. ¿Es que una banda de rock pierde su esencia –aún popular– cuando ya no agrede, transgrede ni impresiona? ¿Cuando cede –o al menos parece ceder– para incluir? Fácil de percibir la diferencia si uno estuvo en Atlanta en 1998, momento sublime en el que Mollo sí cantó Yira Yira, o en las míticas presentaciones de Arpegios, cuando el ritual era un foco de referencia y pertenencia, más que un show prolijo y sin demasiadas turbaciones, de esas que les abren puertas a la magia.
Porque el jueves, en Boca, no hubo nada parecido al sortilegio. Y sí a la prolijidad: un diez en organización y la reafirmación de que Boca Juniors se ha transformado en un estadio impecable para recitales de rock –Macri, vivísimo, no deja detalle librado al azar para seguir especulando con su proyección política–. El escenario, dispuesto sobre los palcos que dan al riachuelo y frente a las plateas, rozó el ideal sonoro, contemplando todos los sectores y oponiéndole un dique invisible, incluso, al molesto viento de la ribera. Acierto también el de las pantallas chicas –seis en total– cubriendo el largo de la cancha y para las potentes luces que se disparaban sobre la masa, en cada golpe certero de batería. Todo dispuesto para el rock espectáculo, que crece a fuerza de festivales y grandes sponsors y que, como contracara, genera polémicas entre las más aguerridas huestes rockeras de las que Los Piojos –con olfato más inclusivo que nunca– no están exentos.
Paréntesis para un par de innovaciones más. Además de los puntos altos mencionados, sería necio exceptuar de ellos la linda versión del viejo poemita llamado Agua (de Azul), reforzada por las voces del Coro Kennedy y la “tranquilidad” de sus niñas al ver que ya no tenían enfrente al entrañable Pity intoxicado, como en aquel gran momento del Pepsi Music. También lo sería no destacar la presencia de Lucila Rada, que –después del agite tamboril de papi en Guadalupe– subió a escena para reemplazar a Mimí Maura y hacer Amor de perros a dúo con Andrés. O el otro as, el de bastos en este caso, que nunca falla: la densa y climática Morelia, tema inmortal por el que no da para ponerle un techo definitivo al trascender piojo. ¿El resto?: una mezcla de versiones interesantes y profesionales (Murguita, Sudestada, Gris) con otras que ligan con el amenazador rótulo “más de lo mismo” (Muévelo, Finale, Y que más). Dato no menor, tampoco, es que Los Piojos usufructuaron bien el momento para presentar tres nuevas canciones entre las que pinta una como para abrir una esperanza al futuro, pese a su nombre: Hoy es hoy. La tríada de canciones pasó la primera prueba. ¿Dará para imaginar un devenir despojado de las intermitencias insoslayables del presente?

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