Sáb 24.12.2005
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MUSICA › INTOXICADOS Y SU DEBUT EN EL ESTADIO LUNA PARK

Altibajos y contradicciones

› Por R. C.

El día que alguien escriba la historia de Cristian “Pity” Alvarez tendrá, inexorablemente, que hablar de un muchacho de barrio que descubrió en la música la posibilidad de escaparle a las limitaciones del entorno. Y no se tratará de un tipo que apenas vio un billete le dio el portazo al lugar que lo vio crecer, porque, de hecho, el cantante de Intoxicados sigue viviendo en Lugano.
Más allá del éxito, Pity encontró en su guitarra y en su facilidad para tejer melodías las claves para su crecimiento espiritual. Por eso cada vez se hace más evidente que no podía seguir en Viejas Locas, su banda anterior, que lo mantenía encorsetado en la fórmula de stone suburbano. Pity necesitaba aire, soltar las ataduras, internarse por caminos marcados por influencias diversas. Con fortuna dispar, es cierto, pero con la audacia del que se sale del molde. Convertido en un intoxicado por el rocanrol, con nuevos y viejos compañeros de ruta (el bajista Jorge Rossi, el guitarrista Felipe Barrozo y el baterista Abel Meyer), entregó tres álbumes que lograron correrlo de la imaginería rolinga y, de paso, ampliarle el panorama musical a muchos de sus seguidores. Otro día en el planeta Tierra, el más reciente de sus discos, tuvo el jueves su presentación oficial (aunque Pity haya insistido en que nunca presentan nada) ante un Luna Park repleto y en una noche en la que había oferta surtida (Los Piojos, Divididos, Catupecu Machu) para el público rockero.
Fue un concierto ambicioso en el que no todo salió bien. La puesta era sobria pero eficiente, con el escenario completamente blanco, bolas de espejos y videos. Justo antes de que se apagaran las luces, una murga recorrió el campo e hizo levantar a todos. Los músicos salieron vestidos de negro; Pity con lentes oscuros y auriculares a la Say No More. El sonido fue un problema desde el comienzo: de repente subía el volumen de un instrumento, otros desaparecían dejando la incómoda sensación de que la banda desbarrancaba, las voces quedaban tapadas por los cantos del público, acoples asesinos... Así, se hacía difícil entregarse al disfrute de canciones con forma de punk rock, grunge, baladas calamarescas, rocanroles puros, reggae y hip hop, y que reflejan mejor que ninguna otra las historias de los suburbios (Homero, Departamento, Transas, Una vela), celebran la vida (Está saliendo el sol, Duérmete niño, De la guitarra) y se meten en terrenos narcóticos (el rock’n’floyd de Felicidad depresión, el hit Fuego). Los tres intervalos que se tomó la banda tampoco ayudaron a que el concierto fluyera (¡tres horas y media para 29 temas!), pero el público respondió cada vez que desde arriba del escenario se encontraba cohesión y se aceleraba el pulso.
Intoxicados da para más, como bien lo demuestran sus discos y como ya lo han exhibido en vivo. Pero su debut en el otrora templo del box fue una noche de altibajos, contradicciones y extremos, reflejados a cada rato en la voz de Pity (“nos chupa un huevo tocar en el Luna Park, pero está bueno”) como en lo desparejo de las performances del grupo. Ojalá que la vida los traiga otra vez a este planeta y su público pueda celebrar el aterrizaje sin distracciones.

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