Martes, 26 de mayo de 2009 | Hoy
MUSICA › ALEJANDRO BALBIS PRESENTARá MAñANA SU PRIMER DISCO SOLISTA
Arreglador y colaborador de la Bersuit, Jaime Roos y Jorge Drexler, entre muchos otros, el uruguayo actuará en el Tasso, haciendo material de El gran pez, donde se dan la mano su pasado murguero y, también, el rock que en sus comienzos consideraba “sólo ruido”.
Por Cristian Vitale
En la calle le decían “Murga”, directo. Alejandro Balbis habla de Pocitos, su barrio natal, como el menos carnavalero de Montevideo. Es más: como cuna o base de operaciones, por oposición, del movimiento de rock nacional uruguayo de los primeros ochenta que incluyó –cuando todo era nada– a Los Tontos, Los Traidores y Los Estómagos. “Para mí era ruido eso; no le daba bola”, dice. “Yo lo miraba como ajeno, porque estaba metido hasta las pelotas con la murga y el carnaval.” Hoy, Balbis, alto y flaco, cantante de voz gruesa, guitarrista, inevitable estampa de oriental, acaba de debutar como solista con El gran pez y lo presenta mañana en el Tasso.
Su disco tiene una estética polifacética que no excluye su amor de juventud (la murga) pero sí incluye lo que al principio negaba: el rock. El rock más la milonga, más el pop, más el candombe. Una forma solvente de explicarlo es a través de los nombres que –el disco– añade: León Gieco, Piti Fernández, Sebastián Teysera, Osqui Amante, Cristóbal Repeto, Daniel Masa y un largo etcétera –incluido Los Caballeros de Peluca, su grupo estable– confluyen en un mismo sentido, derribando trincheras.
–¿Qué pasó, entonces? ¿Cómo pudo unir esos géneros que usted considerada en los antípodas?
–No sé. El rock me empezó a gustar más por amistad que por afinidad. Era una cosa hasta ideológica. Los rockeros de mi barrio no digerían lo que hacía yo, ni yo lo que hacían ellos. Fue un proceso de años: me empecé a dar cuenta de que el ensamble instrumental tenía que empezar a ir por otro lado, digamos por el formato canción. Empecé a explorar en ese formato hace diez, doce años, justo cuando vine a vivir a Buenos Aires, y me empecé a desprender del formato murga, que no es canción, o es muchas canciones juntas. La canción me fue entrando por The Police, por The Beatles. Y claro, soy zitarrosero desde chico.
Pero en sus comienzos –qué duda cabe– está la murga, como pieza clave de Contrafarsa. Dice sobre ella: “Ligamos mucho. Tuvimos la suerte de actuar en un momento intenso, la salida de la dictadura. Había escenarios en todas las esquinas, todos los días. 20 o 30 actuaciones por semana. Teníamos 18 años y éramos todos profesionales, habíamos hecho giras por Argentina y Brasil. Esa barra marcó una época”. Después Saltimbanquis y Falta y Resto, como cantor –varias veces– y como director entre 1996 y 2002. Seis años. “Y me vine a vivir a Buenos Aires –sigue él–, básicamente porque acá las oportunidades de expansión son distintas. Digamos que vine a buscar una vida mejor en cuanto a lo socioeconómico. Acá se vive con un acceso distinto a las cosas. Allá, todo es más austero y caro. Desde la energía que corre por los cables hasta la comida, las entradas al cine y los discos.”
–¿Vivir en otro lugar no le quita peso al contexto desde donde se compone una determinada música, un determinado texto? ¿Es igual vivir en Buenos Aires y Montevideo, en este sentido?
–En mi caso, me sirvió. Buenos Aires me abrió la cabeza a muchas cosas: el mundo es distinto, variado y enorme. No todos los horarios son entre las 7 y media y las diez, como en Uruguay.
–¿Y eso qué significa?
–Y: “Nos vemos mañana siete y media, diez, bo’”. Acá no. Acá se firman contratos, mientras allá es todo de palabra.
Buenos Aires fue también la puerta de ingreso a un nuevo mundo: Balbis fue arreglador y músico de Bersuit Vergarabat (Hijos del culo, La argentinidad al palo), La Vela Puerca (compuso la música de “El Viejo” y “José sabía”), Las pastillas del abuelo (Volumen 1, Crisis), Adriana Varela (Cuando el río suena), Jaime Roos (Contraseña) y Jorge Drexler (Sea). “Me fui abriendo. Me fui metiendo en el ambiente e, incluso, las consultas con las amistades me fueron llevando a creer que el material estaba bueno. Que valía la pena empezar a ordenarlo. La verdad es que éste es un trabajo que viene juntando mucha presión durante años. Hay artistas que hacen discos enseguida, y hay otros que nos tomamos un tiempo, digamos que tengo épocas en las que no toco un lápiz y otras en que hago cosas todos los días. Siempre ando con la libretita a mano, igual, ¿eh? Incluso este disco se iba a llamar Cosecha tardía, como el vino, porque estaba bueno el concepto de la uva que queda un tiempo más en la planta y tiene un gusto especial, casi pasadita. Pero, a los fines comerciales, la idea pintaba como triste para un primer disco. Traía como ciertos tintes negativos.”
–Cuánto valen las relaciones sociales en la música, ¿no?
–Y cuánto músico marginado hay por no saberse mover. Yo tuve que aprender, porque era muy cabrón en otra época. No me importaba, ¿viste?, esas cosas de pendejo ególatra. Pero uno tiene que aprender a establecer relaciones sociales desde la humildad sincera, porque humilde ante los demás puede ser cualquiera. ¿Pero frente al espejo cuando te levantás? El discurso de humilde es muy común en el músico, y yo me reconozco ególatra. Lo sé y trato de manejar al monstruo. Digo: caminar derecho, decir una cosa y hacerla. No darse vuelta.
–¿Algún ejemplo de integridad?
–Zitarrosa, lejos. Su honestidad frente a los desafíos que se presentaban en el momento en que él hacía música, y su integridad como persona. En ese momento, hacer música te costaba la vida. Lo tengo como un punto de referencia muy importante. Y aparte lo conocí, cuando estaba en la Falta. Para mí era como alguien inalcanzable y lo tenía ahí.
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