MUSICA › TONINO CAROTONE, DE REGRESO EN BUENOS AIRES
El entrañable músico español, nacido como Antonio de la Cuesta, habla de su alter ego, ése que canta en italiano y sorprendió a todos hace nueve años con el disco Mondo Difficile. “Todo evoluciona, incluso yo”, dice Tonino, que trae un nuevo CD: Ciao Mortali.
› Por Facundo García
Tarde o temprano, el tejido de respuestas prefabricadas que tapan a la vida se deshilacha y –sea porque ha caído la noche o porque hay ánimo de juerga y redención– dan ganas de compartir la barra con un tipo como Tonino Carotone. Enamorado vocacional, chamuyero políglota y autor de mil canciones, el español bautizado originalmente como Antonio de la Cuesta representa una estirpe que sólo se extinguirá cuando no quede una pizca de estilo sobre la Tierra. Carga un orden personal que lo hace establecer sus propias prioridades: lo segundo que hace al llegar a Buenos Aires es contar que estará mañana a las 21 en La Trastienda Club (Balcarce 460) y el sábado en Captain Blue (Boulevard Las Heras 124, Córdoba). Lo primero, naturalmente, ha sido llenar su copa hasta el tope y brindar con todo el que anduviera cerca.
“Salud”, se escucha. Eso y una risa atorranta. Más allá del éxito de Mondo Difficile (2000) –su disco debut–, los medios han mostrado una parte de lo que tiene para dar el cheronca transatlántico. La placa siguiente fue Senza Ritorno (2003), y por más que la apuesta resultó tan interesante como la anterior, el mainstream pareció quedarse pegado a una caracterización freaky del artista, sin valorar el rescate de los giros mediterráneos con el que estaba insistiendo. Ahora Ciao Mortali tiene todo para enmendar esa falta. No solamente llega después de la publicación en Italia de Il Maestro dell’ora Brava –libro de aventuras bukowskianas que Tonino completó junto al escritor Federico Traversa–, sino que contó con la participación de amigotes que remarcan a fuego su línea estética. A Manu Chao se sumaron referentes como Eugene Hutz –del grupo gipsy punk Gogol Bordello– y los florentinos itinerantes de Bandabardò. Con esa delantera, está de más aclarar que lo que quedó suena súper fiestero y madrugador.
Eso sí: el mundo se ha vuelto mucho más “difficile” que aquel que inspiró a Tonino cuando comenzaba la década y él se desahogaba cantando “estoy sufriendo/y no me arrepiento” para rematar con el célebre “me cago en el amor”. Los amantes no correspondidos de hoy tienen un abanico de razones mucho más amplio si de sufrir se trata. Pero Carotone-De la Cuesta ha sabido pasarla duro en otras épocas, así que no se amedrenta.
Nació en Burgos en 1970 y se crió en un barrio humilde de Pamplona, el Rotxapea. “No tenía tocadiscos, así que eduqué mi oído con la radio y admirando por la tele los viejos festivales de San Remo. Recuerdo que escuchaba a mis vecinas entonar los estribillos mientras limpiaban la escalera. Extraño eso. Actualmente la gente ni siquiera sabe cómo es la voz del que vive al lado. Por eso yo voy en sentido contrario, no he elegido la manera anglosajona de cantar, eso de los lentes de sol y la apatía. Canto las canciones como me salen del alma. Dejo la piel ahí arriba”, se emociona el dandy.
Durante la post adolescencia decidió desertar del servicio militar por razones ideológicas, rodeado por un clima de tensión generalizada que ocasionó el encarcelamiento de más de dos mil personas sólo en Navarra. Entre los detenidos estaba el muchacho que en ese año de reclusión seguiría absorbiendo la efervescencia del nuevo rock radical vasco y terminaría de completar su sueño de escenarios. “Me siento orgulloso de haberme negado al ejército –eslabona el entrevistado–. La guerra favorece a los ricos, y los pobres son los que mueren. Por supuesto que hay luchas armadas positivas, lo que pasa es que considero que la violencia debe usarse para defenderse y no para agredir.” En el pabellón donde encerraron al Tonino que todavía no era Tonino había gitanos. El recién llegado empezó a escuchar con atención. “Ellos me enseñaron a tocar acordes en la guitarra. Les gustaba el flamenco, y no obstante escuchaban mis rancheritas, que eran todas do-fa-sol”, evoca. ¿De dónde salió el Don Juan que se presentaba en la tapa de su CD montando una Vespa? “La mayor parte fue pura búsqueda autodidacta”, explica Carotone.
–¿Y cómo surge Tonino?
–A partir de un espectáculo que se llamaba El rey del vodevil. Yo era Toñín, que luego se italianizó y se ganó el apellido en homenaje a Renato Carosone. De todas formas, creo que somos personajes desde que nacemos, el nombre ya es una influencia. En cuanto a cantar en italiano, al principio no entendía la mayoría de las cosas. Me divertía, obviamente. Hacía un cover de Nico Fidenco que decía “ti voglio cullare”, que significa “te quiero acunar”. Te puedes imaginar que no era exactamente ése el sentido que yo le daba.
–¿Siempre con bigote?
–Sí. Eso empezó con los Huajolotes, una banda punk-mariachi. Estábamos en una encrucijada, porque todos los policías llevaban bigote y otro tanto hacían los mejicanos. ¿Qué hacer? Decidimos que nos importaría un pepino y los usábamos enormes, cuanto más grandes mejor. En una de ésas hubo una manifestación con quilombo (sic) en la calle. Los polis venían reprimiéndonos y nos refugiamos en un bar. Cuando entraron a revisar, encontraron a varios tipos de bigote y vestidos como charros. Creyeron que no teníamos nada que ver, así que luego, en honor a esa aventura, compusimos un mini hit que se llamó “Nos salvaron los bigotes”. Más tarde lo llevamos al extremo: ¡el que se afeitaba tenía que pagar una cena!
“Creo que Ciao Mortali confirma que lo mío es más que esa arista exclusivamente paródica que han reflejado los medios y las promociones. Todo evoluciona, incluso yo”, observa Tonino cuando su copa va por la mitad. Doce canciones redonditas más un título con reminiscencias míticas expresan la confianza que se tiene el hombre tras haber andado repartiendo tragos y conciertos por varios continentes. Se disfraza de inmortal, de bicho que renace y de pecador que no niega sus ansias de divinidad. En su doble carácter barrial y global, se reapropia de idiomas y estéticas y digiere el cóctel según lo dictan sus ganas. Como han dicho sus colegas Kike Babas y Kike Turrón, “él traslada el Veni, vidi, vici del César” a una fórmula que resumible en “Vino, vida y vicio”.
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