MUSICA › WILLY CROOK VUELVE A ENCENDER LOS MOTORES DE LOS FUNKY TORINOS
Un incidente en un show rosarino lo llevó a una reclusión que llevó a este presente: “¡Tocar sobrio es una experiencia embriagadora!”, dice antes de su show de regreso, hoy en Palermo.
› Por Juan Ignacio Provéndola
El tiempo tiene sus caprichos. Willy Crook permanecerá en el imaginario popular como aquel que pudo ser y no fue, y no como el que terminó siendo a partir de un largo camino que comenzó hace más de dos décadas, cuando decidió abandonar a los Redondos, tras un breve paso en donde música y grupo se dejaron mutuamente la marca indeleble de Gulp (‘85) y Oktubre (‘86). Repasar su carrera a partir de ese entonces sería evocar una larga biografía en donde la música se coló en las maletas de un viaje a veces sin rumbo, a veces sin fin. Y tantos años de trajín turbulento pasaron factura de la forma más despiadada: en pleno show. “Fue en Rosario, el año pasado”, recuerda Crook. “Se me salió la cadena groseramente y tuve que recluirme un tiempo en un campo cercano a Villa Gesell donde viví hasta los 14 años. Empecé a practicar cómo se hacía para tocar sobrio y, como mis días terminaban temprano, hacía nada con total éxito.”
–Los 40 se le presentaron poco amables...
–¡Absolutamente! ¡Jóvenes éramos los de antes! La vida empieza a los 40... ¡y se acaba! Verdaderamente, tenía muchos problemas con el alcohol y logré cortarla. Una mochila menos, porque en todos estos años ya no era una novedad, sino directamente una mochila. ¡Tocar sobrio es una experiencia embriagadora! Descubrí cosas nuevas como, por ejemplo, todos mis errores. ¡No era tan bueno como creía! Estuve en Gesell hasta que mi madre, que siempre me reclamaba por no visitarla nunca, me dijo: “Hijo, ¿todavía estás acá?”. Comprobé que la visita es como el pescado: a los dos días se pudre.
–¿Dónde vive ahora?
–Comprobé que no soy indispensable en ningún lado, así que mantengo mi parque automotor en condiciones y no vivo precisamente en ningún lado. Tuve que vender mi casa por sugerencia de mi socia en la fábrica de hijos así que, así las cosas, tengo un par de lugares en Capital donde parar cuando hay algo realmente que hacer. Si no, dispongo de un circuito de amigos molestables en diversas localidades.
De allí hasta acá pasó menos de un año. Será poco para el oficinista que tacha días en su agenda como un autómata, pero una eternidad para quien hizo del tiempo una simple anécdota que sólo puede medirse en años–Crook. Es que únicamente bajo esas coordenadas podrá entenderse ese recorrido que, desde la debacle en Rosario, pasó de presentaciones íntimas en Pinamar acompañado por pistas (“un coñazo”, Willy dixit) a su intención de recuperar lo mejor de su mejor versión solista con el virtual regreso de los Funky Torinos que propondrá hoy en Belushi (Honduras 5333). “No sé si hablar de vuelta, ¡porque nadie se dio por aludido de que nos fuimos!”, bromea el saxofonista y guitarrista, que ahora cuenta entre sus filas con sesionistas de fuste como el tecladista Patán Vidal y el vientista Fabián Silberman, con los cuales recreará las canciones grabadas entre 1994 y 2000 “como quien vuelve a paladear una vieja golosina o rasca con la novia de la adolescencia. Es una gozada mayúscula, de la que se ruborizaría un marinero yugoslavo”.
–¿Quiere grabar un nuevo disco o prefiere probar un poco más con el último que sacó?
–Fuego amigo (2005) pasó sin pena ni gloria, pero supongo que debería sacar uno nuevo, pese a que los antecedentes de cómo fueron tratados mis últimos discos no me entusiasman mucho. También sucedió que fue todo tan fantástico y tan fluido que cuando llegó el momento de tomármelo como un trabajo, mi escaso método hizo que lo arruinase todo. Como buen cobarde coherente, la única fuga que conozco es hacia delante y hacia arriba, así que mi disco anterior es historia vieja.
–Con esa mentalidad, su paso por Redondos sonaría prehistórico.
–Supongo que muchos periodistas lo pueden contar solos, sin mi ayuda... ¡e incluso sorprenderme! Creo que en la banda estuve lo justo y necesario. Ojalá hubiese tenido ese tino para haberme separado de algunas mujeres. Fue una parte de mi vida que no tuvo desperdicio, así que estoy muy orgulloso. Patricio Rey es mi ex novia, porque ella me lo dijo así, así que haber vuelto a tocar con ellos años después en Mar del Plata fue muy grato.
–¿Nunca pensó qué hubiese sido de su carrera si permanecía en la banda?
–En el momento tal vez no me daba cuenta, pero con el tiempo me volví orgulloso de la mochila espiritual que me dio Patricio Rey a la hora de las libertades artísticas y todo eso. De otro modo, no hubiese estado tan bueno mi devenir artístico posterior. Asistí al nacimiento de Los Redondos como banda de rock, justo en el momento en el cual ellos se deshacen de la parafernalia multidisciplinaria que los rodeaba y se convierten en lo que luego fueron. Con los cambios que tuvo el mundo, sería imposible actualmente armar algo similar.
–¿Se siente un músico muy conocido pero poco reconocido?
–Suele suceder que en cualquier show alguien me salte con un “¡vamos Los Redondos!” y yo, con mi habitual diplomacia, le conteste: “Te equivocaste de show, pelotudo”. Me gustaría que vengan a buscar algo nuevo, antes de morir por un golpe de la P mayúscula que precede a la voz de “¡puto!”. Tocar música siempre justificó mi existencia. Me transformó de un simple reventado a un reventado que tocaba música. Eso te cuelga un sambenito que te hace lo suficientemente conocido como para no poder trabajar de otra cosa, pero lo insuficientemente famoso como para no poder vivir de ese prestigio. Como dijera Miguel Abuelo: lo que gané con mi éxito no me alcanza para comprar medio fracaso decente.
–¿Hay tiempo para los arrepentimientos?
–A esta altura, ya no puedo reparar en eso. Estoy tranquilo de haber sido absolutamente sincero en cada letra que escribí y en cada nota que toqué. No hay máculas y todo fue un suceso formidable que habita en cada uno de mis discos y, sobre todo, en sus respectivos agujeros del medio.
–¿Qué tiene para ofrecer en este momento?
–Una delicia que nadie se debería perder, con posibilidades de más. Aunque de momento no puedo comprometerme más que a asistir a mi propio show, debidamente bañado, con todos mis dientes y en un insólito estado de sobriedad.
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