MUSICA › LOS PIOJOS EN LA CANCHA DE RIVER, ANTE 65 MIL FANS
La banda del noroeste bonaerense inició el sábado su “parate” tras un recital contundente y emotivo que debió luchar, sin embargo, contra las inclemencias del tiempo. Ni la lluvia ni el frío amilanaron a los fans, que cantaron aquellas canciones con las que crecieron.
› Por Matías Córdoba
“Las despedidas son esos dolores dulces.” Así concluyó la carta que escribió un fanático de Los Piojos, que él mismo leyó ante las 65 mil personas presentes en el estadio de River Plate. Y sin quererlo, ese apotegma ricotero es el resumen de la noche del sábado, donde el frío, que calaba los huesos, y la lluvia, incesante, obligó al público a guarecerse en cualquier rincón del estadio. Fue la síntesis perfecta porque Los Piojos lucieron –de a ratos– esa potencia de la que hacen gala en sus conciertos, pero también la alegría de sus canciones y la desdicha que genera cualquier adiós. Todo eso sumado a la pelea del sonidista contra las inclemencias de la lluvia y los embates del viento, que parecían convertir al estadio en un conejillo de indias de la experiencia climática. No sólo el sonidista, los integrantes de la banda también tuvieron que lidiar con los caprichos del tiempo.
Sin embargo, más allá de los dolores de cabeza y las circunstancias que rodearon el ¿último? ritual piojoso, la banda supo demostrar por qué es de las más convocantes del país: la devoción de los músicos por su público (“Los amamos a todos”, “Son el mejor público de todo el mundo”, decía Andrés Ciro, cantante, entre tema y tema), es, sin duda alguna, similar a la que siente la hinchada piojosa por cada uno de los integrantes de la banda. Pero no es ésa la única característica que los hace masivos. Mal que les pese a los detractores de Los Piojos, ellos fueron, junto a La Renga y Viejas Locas, los que tatuaron en canciones las desesperanzas y el desencanto de los pibes de los barrios bajos. La versión amarga y apesadumbrada de “Todo pasa” dejó en claro esta situación: mientras tocaban el tema de Tercer arco (’96), pibes y pibas, abrazados, lloraban en las plateas, en el campo, y algunos de esos rostros curtidos por el frío y el viento, mojados por las lágrimas, se veían en las pantallas que flanqueaban el escenario. Fue la generación que creció con la ilusión puesta en una banda de rock.
La cita a Moris con “El mendigo del Dock Sud”, que abre “Genius”, es la conjunción de la primera y la segunda fundación del rock barrial. Y es el tema del disco Azul (’98) el que desata al público. Himnos. Eso es lo que construyeron los fanáticos alrededor de las canciones de Los Piojos en el ritual de River. La mayor parte de los clásicos de la banda provienen de Ay Ay Ay (’94). No es casual que cuatro de las primeras cinco canciones del recital fueran de aquel álbum: “Te diría”, “Babilonia”, “Manise” (que en la votación vía foro de Internet, fue, junto a “Los Mocosos”, la más votada) y “Ando ganas (llora, llora)”, para después continuar con una seguidilla de canciones de amor: “Tan solo”, “Todo pasa”, “Luz de marfil” y “Fijate”.
La banda se completa con Gustavo “Tavo” Kupinski (guitarra), Miguel Angel “Micki” Rodríguez (bajo), Sebastián “Roger” Cardero (batería), Juanchi Bisio (guitarra) y Chucky de Ipola (teclados). Antes de comenzar con “Pacífico”, Andrés Ciro se sincera: “No soy muy dado para los discursos. Así que todo lo que tenemos para agradecerles, lo vamos a hacer a través de esta canción”. Y justo es la que dice así: “voy a llevarte en mí / y ahora sé muy bien / que me llevarás / hasta donde estés / adonde vayas”. El público estalla en aplausos, y se nota a un Andrés Ciro conmovido cuando ve saltar a la gente en el estribillo de “Luz de marfil”, del disco Verde paisaje del infierno (’00). La alegría y la tristeza se ciernen sobre el estadio. Aunque también la poca certeza de saber cuál será el futuro de la banda. ¿Un parate cuánto significa? Para el público, sólo unos meses. Sin embargo, puede llegar a durar años. ¿Qué es lo que puede saturar a una banda que tocó cinco veces en el estadio de Núñez?
Al fin y al cabo, en la carta abierta que publicaron en su sitio oficial, hablan de no llegar a “una saturación definitiva” y de que si siguieran tocando “sería triste fingir espontaneidad”. La realidad demuestra que el alejamiento paulatino de algunos integrantes (Dani Buira, Daniel “Piti” Fernández), y, los rumores –previos a este último River– de una de una posible salida de Kupinski, desnudaron algunas internas dentro de la banda que, lamentablemente, no pudieron ocultar ni tampoco desmentir. Pero en el show no se vislumbró ningún cortocircuito. Sonaron con fuerza, sin dejarle respiro a un público que pedía más y más canciones.
Hasta tocaron más de la cuenta: después de “Finale” –esa canción que tiene la costumbre de cerrar todos los rituales piojosos–, hicieron “Ruleta”, “El Viejo” (cover de Pappo’s Blues), “Los Mocosos” y “Muévelo”, temas que dieron por terminado el show y no formaban parte de la lista oficial que recibió la prensa. En un recital de ¡tres horas y cuarto! la banda también hizo covers: “Debede”, de Sumo, “Around and around”, de Chuck Berry, “Sex Machine”, de James Brown. En “Cruel”, desde el campo, una persona encendió una bengala que el mismo público se encargó de apagar. Hubo algunos aplausos aislados. En ese mismo tema, subió a tocar la batería Dani Buira, baterista original de Los Piojos, y con su grupo de percusión La Chilinga se hicieron cargo de darle un toque trascendental a “Verano del ’92”.
Dio la sensación de que a la banda, la despedida se le fue de las manos. Era mucha la expectativa. En los alrededores la gente se acercaba con sigilo, mientras recibía los oportunistas volantes de la agrupación política Nuevo Encuentro, que era una colección de frases de la banda de El Palomar. Se fue de las manos porque la banda no quería, precisamente, una “despedida”. Y mucho menos una despedida grandilocuente (en un principio el show iba a realizarse en el Club Ciudad, pero la gran demanda de entradas obligó a mudar todo a River). Toda despedida es un hasta luego doloroso. Pero también, como sucedió el sábado en Núñez, un adiós dulce, entrañable. Mágico.
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