MUSICA › ENTREVISTA A TOMAS GUBITSCH
Los exilios del rock y el tango
Después de 28 años de vivir en París, donde se radicó por las amenazas de la dictadura, el guitarrista que tocó con Spinetta y con Piazzolla, entre otros, vuelve a tocar en Buenos Aires.
POR CRISTIAN VITALE
@“Esto es surrealista para mí.” Tomás Gubitsch no lo puede creer aún. Hace tres días que pisó suelo argentino después de 28 años de vivir en París; la calle Ayacucho, que habrá pateado seguido en sus épocas de joven pelilargo y hippón, se le torna extraña cuando la surca después de tanto tiempo. Muy extraña. “Me sorprende cada cosa que veo: baldosas, chapitas en la calle. Estoy como un pelotudo”, lanza con un leve tono afrancesado. Para entrarle mejor al personaje, se trata de aquel guitarrista que anonadó a Luis Alberto Spinetta en plena época de Invisible. Poco antes de grabar El jardín de los presentes, en 1976, Luis transformó el trío que había grabado los dos primeros discos (Invisible y Durazno sangrando) en cuarteto y desdobló su guitarra con la de Gubitsch para sumarles brillo a canciones sin tiempo, entre ellas aquel bellísimo instrumental llamado Alarma entre los ángeles, en el que el intrépido joven de 18 años demostraba una velocidad y una precisión sin precedentes.
“Además de grabar en el disco –rememora en la entrevista con Página/12– toqué en el Luna Park, donde lo presentamos y nunca había tenido tanto miedo en mi vida. Había 12 mil personas y todavía no sé cómo salí a tocar. Estaba temblando.” En aquel concierto, que Spinetta dedicó a los marginados del mundo, Tommy trocó los insultos del público –que rechazaba la incorporación de un integrante extra al trío– por sentidísimos aplausos. Sus fraseos en otras gemas como Ruido de magia o Los libros de la buena memoria conmovieron a la platea. “Después hicimos otro Luna y la banda terminó separándose”, agrega, mientras fuma compulsivamente. La única experiencia previa de Tommy había sido con Rodolfo Mederos y su Generación 0 –grabó De todas maneras– e Invisible fue el puente que lo depositó en Piazzolla. “¡Astor me convocó para el Octeto!, fue increíble para mí”, dice aún con cierto asombro.
Pero no todas fueron rosas. Más surrealista –o no– que la sensación que siente hoy al pisar nuevamente suelo porteño (se presenta con su quinteto hoy en el Teatro Alvear, el viernes en la Alianza Francesa y el sábado en el Centro Cultural Rojas) fue la razón que lo obligó a radicarse en Francia. En marzo de 1977 Gubitsch viajó con el octeto electrónico para encarar una gira por Europa y se le dio por hablar de las atrocidades que estaba cometiendo la dictadura argentina. “El Consulado argentino me confiscó el pasaje y, cuando quise recuperarlo, me dijeron que por las cosas que había dicho y por las manifestaciones en las que había participado, no podían garantizar mi seguridad en Buenos Aires: yo tenía mis ideas izquierdistas como mucha gente en la época, pero muy poca conciencia de lo que eso implicaba. En realidad, era de una izquierda que mezclaba el rock, el pelo largo y la mitología del Che”, evoca.
–¿Le pusieron alguna condición para devolverle el pasaje?
–Sí. Que sacara solicitadas en los diarios diciendo que había sido manipulado por el marxismo internacional. Los mandé a la mierda. Fue algo normal lo que hice, pero bueno, no les gustó. Fue una amenaza disfrazada de advertencia.
–¿Qué le dijo Piazzolla sobre el incidente?
–Y... hubo disidencias que no me imaginaba. Para mí fue una desilusión terrible. El era la revolución del tango y me desilusionó su diferencia de actitud entre la música y la cosa política. Suele ocurrir en muchos casos; Wagner era un antisemita terrible también. Con esto no quiero decir que Piazzolla era un facho, pero estaba en la suya y tenía miedos. Igual, pese a que éticamente no puedo justificarlo, él hizo una música impresionante y eso no se lo saca nadie.
–¿Pero qué pasó en concreto?
–En un concierto en Italia nos dio instrucciones, diciendo que no había que hablar demasiado, que los europeos pensaban cosas, pero que no había que atentar contra la imagen del país. Yo pensaba: ¡el país no es Videla!
Por sus “atrevimientos”, Tommy no pudo volver al país hasta 1983, y después ya no quiso. “La pasé duro al principio: allá contabas que habías tocado en el Luna Park y quién te creía: nadie. Ni siquiera saben si Buenos Aires está en Brasil, pero de pedo me contacté con músicos y conseguí laburo.” Se casó con una francesa, tuvo tres hijos y trabajó con el maestro jazzero Stephane Grapelli, también con Steve Lacy, Luc Ferrari, Nana Vasconcelos y Georges Moustaki, entre otros. Paralelamente, se hizo amigo de otro músico que había acompañado a Piazzolla, el pianista Osvaldo Caló, y ambos formaron diversos proyectos que lo alejaron cada vez más de la intención de volver a su tierra. Grabaron varios discos juntos: Resistiendo a la tormenta, Sonata doméstica, Contra vientos y mareas, Diálogos, ninguno editado en la Argentina. Desde 1992 archivó la guitarra en el ropero para escribir música contemporánea, música incidental para cine y dirigir orquestas. “Una especie de doble vida que antes intentaba ocultar, pero que ahora resalto orgulloso –reconoce–. Es divertido dirigir una orquesta y tocar la guitarra eléctrica.” Luego de 13 años, entonces, les sacó el polvo a las guitarras y regresó con el quinteto que presentará en Buenos Aires: el mismo Caló en piano, Sebastián Couranjou en violín, Juanjo Mosalini en bandoneón y Eric Chalán en contrabajo. “Es un quinteto onda Salgán, pero no tanto. Yo pienso que existe un tango de cada uno: no creo en esas dicotomías que dicen esto es tango, aquello no. Cada uno tiene su propio tango.”
–Una elipsis ideológica hacia sus orígenes con Mederos...
–La diferencia es que cuando él me llamó, yo no sabía un carajo de tango, que en esa época era cosa de viejos, de marcianos. Mederos me hizo descubrir a Troilo, a Salgán, a Pugliese y dije “puta, qué interesante es esto”. Pero ni se lo contaba a mis amigos, porque era un quemo: había que hacer rock con la guitarra al mango.
–Y fue lo que hizo en Invisible.
–Una locura. Luis era y es lo máximo en talento. Yo escuchaba Almendra cuando tenía 12 años y lo sigo escuchando hoy. Y de repente me encontré tocando con él, porque nuestros hermanos eran amigos, y Gustavo, el suyo, le habló de mí. Fue todo muy rápido, zapada en la casa, convocatoria “formal” y yo en Invisible. Alucinante. En Francia vi un montón de grupos de rock y me di cuenta de que los argentinos teníamos un complejo terrible. Puedo asegurar que si comparás El jardín de los presentes con discos de grupos de la época, que nosotros veíamos como dioses, aquél suena mil veces mejor.
–¿Cómo congeniaban con Luis en guitarra?
–Yo quedé como primera guitarra, porque se estilaba eso, pero no era así en realidad. Tal vez yo era más hábil técnicamente, sabía más de música, pero Luis tenía un sonido impresionante y un alma rockera que me superaba ampliamente.
–¿Por qué?
–Porque yo ya estaba pervertido por el tango.