MUSICA › JOSHUA BELL Y FRéDERIC CHIU EN EL CICLO NUOVA HARMONIA
Se trata de uno de los mejores dúos de cámara del momento. Interpretará, entre otras piezas, la notable Sonata en La Mayor para violín y piano, de César Franck. El concierto se desarrollará mañana en el Teatro Coliseo.
› Por Diego Fischerman
César Franck fue un compositor al que nunca se consideró en los primeros puestos del cuadro de honor, o del canon, como se llamó a ese combinado de prejuicios, malentendidos y operaciones de mercado de distintas épocas, a partir de la popularización del concepto por parte de Harold Bloom. Y sin embargo, en 1886 compuso una de las obras más significativas de la historia de la música. Podría pensarse que el rango que ocupa su Sonata en La Mayor para violín y piano en el repertorio de la música artística de tradición europea y escrita tiene que ver con la manera en que le da forma a uno de los ideales del Romanticismo: la unicidad. Es una obra perfectamente cíclica, donde unos mismos materiales se transforman y van transformando lo que los rodea a lo largo de los cuatro movimientos entrelazados entre sí. Y es también la obra –una de ellas– que inspiró la idea de la Sonata de Vinteuil que atraviesa En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Pero es, sobre todo, una de las composiciones más bellas e intensas que puedan imaginarse y mañana será tocada en Buenos Aires por uno de los mejores dúos de cámara que existen, el del violinista Joshua Bell y el pianista Fréderic Chiu.
La obra fue dedicada al violinista y compositor Eugène Ysaÿe, y Bell, que piensa sus conciertos mucho más que como simples listados de obras, tocará también una de sus fantásticas sonatas para violín solo, la Nº 2 en La Menor. En la misma tonalidad incluirá la Sonata Nº 4 Op. 23, de Ludwig van Beethoven, y la otra obra del programa será, nuevamente, un plato de resistencia, la descomunal Sonata Nº 3 en Re Menor Op. 108 de Johannes Brahms. El concierto, para el ciclo Nuova Harmonia, será en el Teatro Coliseo a las 20.30. Y si el violinista es una de las máximas estrellas actuales en su instrumento, el pianista, uno de los máximos especialistas en la obra pianística de Sergei Prokofiev, que grabó para el sello francés Harmonia Mundi, es un músico que a su capacidad analítica y a un toque exquisito une una expresividad notable.
Bell, por su parte, además del repertorio tradicional de su instrumento, ha estrenado obras como el Concierto del compositor inglés Nicholas Maw, recientemente fallecido –por el que ganó el Grammy– y ha grabado transcripciones de arias de óperas –en Voice of the violin y en Romance of the violin– y fue galardonado con el Oscar por la interpretación de la parte solista de la partitura de John Corigliano para The Red Violin. “Me interesa la música actual y me encanta la partitura de Corigliano, llena de expresividad”, contó Bell a Página/12 el año pasado, cuando llegó para brindar dos conciertos memorables para el Mozarteum. “El escribió para mí un concierto a partir de la música de la película y allí une sensibilidad y modernidad. Es música que suena original, contemporánea, y al mismo tiempo conmueve.”
Bell es, asimismo, el responsable de una de las historias más contadas de los últimos tiempos. El célebre director Leonard Slatkin había sido pesimista. “No creo que se detengan más que 35 de cada mil personas y supongo que no va a superar los 150 dólares”, opinó. El experimento realizado por el periódico The Washington Post arrojó, sin embargo, resultados aún peores. El 12 de enero de 2007, el violinista munido de su valiosísimo instrumento –un Stradivarius construido en 1731 y valuado en cinco millones de dólares– tocó una Partita de Bach –la música supuestamente más indiscutida de Occidente– durante 43 minutos, en el medio del horario pico de la mañana, en una estación de subte de la capital estadounidense. Bell estaba vestido con jeans, remera y gorra de béisbol. Pasaron frente a él 1090 personas. Sólo 27 le dieron dinero, apenas dos se quedaron a escucharlo un rato y una de ellas porque había estado en un concierto suyo y lo reconoció. La recaudación total ascendió a 27 dólares con diecisiete centavos. Eventualmente, a Gene Weingarten, el periodista que ideó la escena y escribió el artículo en el diario, le fue mejor: ganó el Pulitzer 2008. Pero Bell, por su parte, se mostró sorprendido de que lo ignoraran (y que ignoraran la música) hasta ese punto. “Después de un rato de indiferencia, cuando alguien me miraba y ponía alguna moneda en la funda del violín verdaderamente me alegraba”, recuerda.
Nacido en 1967, Bell debutó a los 14 años, junto a la orquesta de Filadelfia dirigida por Riccardo Muti, pero rápidamente trascendió el perfil del niño prodigio. Sus interpretaciones de los conciertos de Sibelius y de Goldmark junto a Esa-Pekka Salonen y del de Tchaikovsky con la dirección de Michael Tilson Thomas –ambos editados, como toda su discografía reciente, por el sello Sony Music– son, por ejemplo, referencias inevitables.
El experimento del periódico The Washington Post tal vez haya derrumbado el mito de que la belleza de la música, por sí sola, puede mover voluntades. Por lo pronto, no pudo cambiar el apuro de los empleados a las ocho menos diez de la mañana en una estación de subte de la ciudad de Washington. Sin embargo, el violinista rescata el caso de la única persona que no lo conocía y se detuvo a escuchar. Jamás había oído música clásica –”los únicos clásicos que conocía eran los del rock”, dijo–, pero algo de lo que sonaba lo conmovió profundamente y lo obligó a detenerse. “Aun si hay una sola persona que oye y se emociona, vale la pena tocar para ella”, dice.
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