MUSICA › FEDERICO PECCHIA HABLA DE SU CD PAISAJE INTERNO
Seguidor de Carnota y Yupanqui, el guitarrista y compositor debutó a los 24 años con un disco sorprendente, del que participan como invitados Juan Falú y Lucho González. En sus canciones subyacen la idea de una ciudad que contamina y la búsqueda de una voz interna.
› Por Cristian Vitale
Veinticuatro años, apenas, tiene Federico Pecchia y ya anda enredado en una constelación de grandes. Audaz, no dudó en invitar a Juan Falú y Lucho González para que ambos improvisaran con él en ciertas canciones de su disco debut y la respuesta fue “meta”. Falú lo hizo en “La añera” y Lucho en “Secreto”, el vals peruano de Amparo Baluarte y Francisco Reyes Pinglo. Si a los convites, por supuesto consentidos, se le suma el background acelerado de Pecchia, que a los 19 ya había tocado con Ricardo Vilca, José Simón, Daniel Vedia y Bruno Arias, lo que da es otra figura –una más– a tener en cuenta en esto de la nueva música de raíz folklórica. “Intento no ubicarme, ésa es mi búsqueda –dice él, desacartonado–. La idea es no encausarme, porque considero que es como una limitación interna. Hay que dejarse fluir.” Paisaje interno –así tituló su primera obra– se inmiscuye precisamente en ese sentido de búsqueda: Pecchia lleva en el pulso de su guitarra la impronta de Yupanqui, pero también el latir profundo de la música del NOA, el temple bucólico del folklore surero y algún link que lo deposita, casi por inercia, más allá del Alto Perú. Lo que se dice un artista inquieto. “Me quedo con el Yupanqui poeta y el Carnota músico, pero me cuesta encausarme en una línea. Está bueno ir viendo qué sugieren las ideas de mi cabeza.”
Artista en proceso, entonces. El principio fueron tres años de participaciones en los Torneos Juveniles Bonaerenses. Después, un viaje revelador a Humahuaca donde Vilca lo vio y lo tomó. “Yo soy de Escobar y me encanta la música argentina, pero me la pasaba imaginando los paisajes, no tenía la vivencia. Humahuaca me cambió la vida, y Vilca también: me modificó la forma de pensar la música, de vivirla en un momento de mucho cambio para mí. Antes sentía que era medio una historia de acróbata. Tocar la guitarra desde esa cosa del ego, de que te aplaudan por hacer un malabar..., y estaba medio cansado. No le encontraba el disfrute hasta que toqué con él. Me lo trasmitió sin decirme ‘es por acá’. Me cambió la estructura mental.”
–Un proceso indescriptible. ¿Cómo ponerlo en palabras?
–Es como poner en palabras la música: un imposible. Lo que sí, me sentí nuevo a partir de eso: venir acá y querer hacer música todo el tiempo desde un lugar. Hubo una vibración interna en mí que antes no estaba, algo imposible de explicar científicamente. No tiene salida.
El pulso Vilca resuena nítido en Paisaje interno. Difícil, por caso, pensar una fina chacarera como “Tempestad” –concebida por el joven autor– si no se viaja imaginariamente a esos confines de silencio –“vértigo que se propaga / y busca enturbiar / la armonía y la templanza / de los pasos al andar”–. “Me resisto al hecho de venir a vivir a la Capital. Se me haría más complicado encontrar mi sonido interno. Hay una voz interna y, por el contrario, una cuestión de bombardeo externo que te tira para atrás”, refiere él. De las trece canciones que integran el discom, ocho le pertenecen y subyace en ellas esa doble intención que parece una: la idea de una ciudad que contamina y la búsqueda de una voz interna, propia. “‘Abrazo’ es instrumental pero dice mucho sobre esto: hay un vínculo con el hecho de filosofar para adentro y sus consecuencias, que son canciones. Esa sería mi lógica.”
–Inevitable pensar en Yupanqui cuando se escucha “Guitarra”. Hay mucho de romance platónico en sus versos...
–De romance profundo. Lo escuché muchas veces hablar de la guitarra... esa cosa del árbol, de cómo no va a cantar la guitarra si fue árbol y se le posaron los pájaros encima. Me pareció increíble. Yupanqui me conmueve, me moviliza, por eso no lo escucho todo el tiempo..., puede ser peligroso (risas). Me da, cuando lo escucho, que la cosa es liberar palabras, combinarlas y, en el caso de “Guitarra”, quedó esta especie de milonga. En verdad, no tengo las herramientas teóricas para decir qué ritmo es..., es una declamación y a la vez un juego: “Se funde con mi mano y vuelco en mi expresión su corazón”. Eso es la guitarra para mí.
–Imposible tener a Yupanqui entre los invitados, pero sí a Falú y Lucho González. ¿Cómo se dio la posibilidad?
–Ambos comparten algo que va más allá de lo meramente musical: sin hablar tanto, sin tanta perorata, se brindan para acompañar proyectos y gente nueva. Tuvieron para conmigo una predisposición hermosa. A Juan lo conocí porque compré una de las guitarras que usa él y, cuando el luthier me escuchó probarla, me dijo que tenía que estar en el Festival Guitarras del Mundo. Me dio el número de Juan. Estábamos en el mismo estudio, y lo invité a grabar mi disco. Lo loco fue que él le preguntó al tipo del estudio cómo era yo como persona. Me llamó mucho la atención que priorizara eso.
–¿Y con Lucho?
–Una vez fui telonero de él en un concierto de Escobar y lo invité a grabar. Me mató su manera de ser en el estudio. Esa cosa de apelar a lo espontáneo, ¿no? Con el disco, yo busqué eso, que pasen muchas cosas: las zapadas, las improvisaciones. El disco tiene mucho de eso, esa cosa fresca que permite el vértigo y las pifiadas. La idea fue jugármela: que quede lo que salga.
Entre sus primeras millas como autor y guitarrista también cuentan dos participaciones en el Festival Guitarras del Mundo, un link clásico que emerge de su participación en el Cuarteto Estampa y un proyecto en ciernes con Pajarín Saavedra, el bailarín que lo acompañó en la presentación oficial del disco. “Es cierto que mi centro es el folklore, pero me gusta moverme: he tocado jazz, tango, y me encanta tener la oportunidad de participar de un proyecto en el que haya que leer partituras. De hecho, con Estampa hacemos música clásica española y antigua.”
–¿Conservatorio?
–Sí. Me faltan cuatro materias para recibirme de profe en el Juan José Castro, de La Lucila. A mí, al menos, el conservatorio me dio una posibilidad de orden muy importante. Uno, como músico popular, es desbolado, desorganizado, casi un desastre (risas) y el conservatorio te da una estructura.
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