MUSICA › ENTREVISTA AL GUITARRISTA Y COMPOSITOR TOMáS GUBITSCH
Aunque incursiona en el tango y muchos definen lo suyo como “jazz”, Gubitsch se siente “un músico de rock”. Radicado en Francia desde 1977, vuelve por tercera vez a Buenos Aires, para presentarse en el festival tanguero y concretar otros dos shows.
› Por Diego Fischerman
Es la tercera vez que vuelve a Buenos Aires desde que, en 1977, decidió no hacerlo más. Y hay algo de novela de ciencia ficción, dice Tomás Gubitsch. Como esos viajeros para quienes el periplo dura apenas unos días mientras que en el viejo planeta han transcurrido siglos, para él llegar a esta ciudad equivale a “sentirse en casa”. Y la sensación se traslada a la música. No es mucho el rock que escucha, no es mucho el que le sigue resultando interesante y, sin embargo, aunque su música se meta en el tango, aunque muchos la definan como jazz, él se siente “un músico de rock”. Esa es su casa, para quien hace 33 años cambió, en el ambiente de la música nacional, el standard de lo posible en la guitarra eléctrica y formó parte, en poco tiempo, de los grupos de los músicos más importantes de la Argentina en la segunda mitad del siglo pasado: Luis Alberto Spinetta y Astor Piazzolla.
Gubitsch, que tocaba en el renovador grupo Generación 0, de Rodolfo Mederos, tenía poco más de quince años y llamaba la atención. Tanto que comenzó a tocar en Invisible y fue parte del que tal vez haya sido el momento áureo del grupo, el del disco El jardín de los presentes y el de aquel recital en el Luna Park en que Spinetta incluyó bandoneón. Un momento de acercamiento –el primero y tal vez el último– entre lo más original del rock y del tango, que desembocaría en el concierto de Piazzolla “dedicado a los músicos de rock”, donde hizo enfocar las luces a una platea en la que estaban Spinetta y los integrantes de Alas. Acercamiento que se extendería al segundo grupo electrónico reclutado para una gira de un año, que grabó en vivo en el Olympia de París y donde Gubitsch fue el guitarrista. El se quedó allí, aprendió otras cosas, tocó con Stéphane Grappelli, con Georges Moustaki y con Michel Portal, entre muchos otros, ganó premios, dirigió orquestas, compuso para otros, escribió para el cine y la televisión.
En 2006 presentó aquí el disco anterior del quinteto, Cinco, que fue el primero suyo en editarse en la Argentina (publicado por Acqua). Y cerrando un círculo cercano a la perfección vuelve esta vez, con apoyo de la Embajada de Francia en la Argentina, para presentar el nuevo material de su quinteto y grabarlo en vivo dentro del Festival que la que todavía es su ciudad le dedica al tango. No será lo único que haga. Después de su actuación de hoy a las 20 en el Teatro 25 de Mayo (Triunvirato 4440), con entrada gratuita, el grupo que conforma junto a Juanjo Mosalini en bandoneón, Gerardo Jerez Le Cam en piano, Eric Chalan en contrabajo y Jacob Maciuca en violín actuará, el próximo jueves a las 20, en el ciclo Tango Contempo, que se lleva a cabo en Café Vinilo (Gorriti 3780) y donde también estará el Jerez Le Cam Cuarteto. Y dentro de una semana, el sábado 29 a las 20.30, protagonizará un espectáculo multimediático sumamente imaginativo en Villa Ocampo (Elortondo 1837, altura Av. Libertador 17400, Beccar), dentro del ciclo Siete Noches que Diana Theocharidis programa en la que fue la casa de Victoria Ocampo. Con el título Medianoche de un Fauno, Gubitsch hará música, con Chalan en contrabajo e incluyendo textos del poeta Jorge Fondebrider, simultáneamente con la proyección de un film en el que se ve la coreografía de Nijinsky a partir de Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy. “Fondebrider me contó una vez –cuenta Gubitsch– que cuando Debussy le pidió permiso a Mallarmé para ponerle música a su texto, el poeta le contestó con una pregunta: ‘¿Para qué, si ya tiene su propia música?’ Nijinsky se basa en Debussy, que se basa en Mallarmé sin permiso. Entre Nijinsky y Mallarmé ya no queda nada. Y no-sotros, también sin permiso, nos basamos en el coreógrafo para pensar una nueva música, en la que decidimos que haya muy poco, apenas unos momentos, decididos de antemano.”
En el comienzo de su carrera, Gubitsch era muy chico. Pero era una época en la que, en la música, se empezaba muy joven y los chicos tenían ideas y proyectos grandes. Y Spinetta y Piazzolla no sólo eran grandes. Eran ídolos. “Y eso era más un problema que una ventaja –cuenta el guitarrista–. La idolatría no era lo mío. Siempre me llamó la atención que el primer mandamiento se refiera a eso, a la prohibición de tener ídolos. Estaba mi visión del mundo, pero también estaba mi petulancia. A los 17 años creía que el ídolo era yo. Aun así, Spinetta, después del primer disco de Almendra y de Artaud, era lo más cercano a un ídolo que yo podía tener.” El hermano de Luis Alberto era amigo del de Gubitsch y, según relata éste, “se ve que le pasó el dato y Luis me invitó a zapar el bajo a su casa en Belgrano, donde vivía con su familia. Estuvimos tocando con guitarras desenchufadas y después me dijo que fuera a un ensayo y me dijo que lo habían hablado con el grupo y me propuso formar parte de Invisible. Eso me produjo mucho conflicto, porque yo estaba tocando con Mederos y en esa época no estaba bien tocar con varios grupos. Uno pertenecía a un grupo en especial. Fue el propio Mederos, que tenía una relación muy paternal conmigo, quien me insistió para que lo hiciera”. Entre eso y tocar en el Luna Park hubo muy poco tiempo. Y Gubitsch, que muy poco antes había sido llevado preso, ritualmente, tal como sucedía en ese entonces, precisamente después de un recital de Invisible, estaba en el escenario tratando de que sus compañeros no se dieran cuenta de que era la primera vez que tenía delante una multitud de ese calibre. “Era importante, y lo era también para ellos, que eran mucho más experimentados. El Luna Park no era lo mismo que cualquier sala. Nosotros nos concentramos, como si hubiéramos sido un equipo de fútbol. Nos fuimos el día anterior a un hotel al lado del Luna Park. De lo que no creo que tuviéramos conciencia era de lo bien que sonábamos. Estábamos mal sonorizados, porque acá no se sabía muy bien cómo amplificar a un grupo así, pero creíamos que los grupos de afuera sonaban mucho mejor y ya estando en Europa me di cuenta de que no había muchos que sonaran mejor que Invisible.”
La época con Piazzolla no fue exactamente buena. “Tengo la sensación de que él se cansó rápido de esa idea de acercarse al rock y al jazz-rock –dice Gubitsch–. Y no-sotros, en lo musical, esperábamos más. La batería, por ejemplo, estaba condenada a repetir en el charleston, eternamente, la acentuación 3+3+2. Nosotros teníamos a Bru-fford en la cabeza y eso nos parecía pobrísimo. Un vez Cerávolo intentó meter algo distinto y se acercó Piazzolla y le dijo: ‘No, pibe, tocá lo que está escrito’. Y además estuvo la política. Era 1977. Los conciertos en París estaban organizados por la Marina, como contraofensiva hacia lo que llamaban la Campaña Antiargentina. Y Piazzolla no quería que dijéramos nada. A mí eso me costó que me sacaran el pasaporte y que no pudiera volver a la Argentina.”
Pasaron más de treinta años y Gubitsch volvió al país con una formación que dialoga, sin ocultarlo, con el mítico quinteto del bandoneonista. “Creo que éste es el cierre de este período –reflexiona–. La música que hago cada vez se me parece más. Y ahora siento que este quinteto, que es el grupo que me reflejó con exactitud y que está conformado exactamente por los músicos que elijo, está cumpliendo un ciclo.” Piazzollianamente, Gubitsch ya piensa en lo que vendrá.
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