MUSICA › EL CANTAUTOR MADRILEñO QUIQUE GONZáLEZ ACTUARá POR TERCERA VEZ EN LA ARGENTINA
Mientras el marketing lo vende como “la nueva sensación del rock español”, él –que admira a Luis Alberto Spinetta y Bob Dylan– se desmarca con conciertos en solitario, con su guitarra acústica o su piano. Así se presentará en Mar del Plata y Buenos Aires.
› Por Cristian Vitale
“Sois muy dylanistas en Argentina”, lanza Quique González. En el televisor de su casa actual, a metros del Obelisco, están jugando Independiente y Godoy Cruz. Van 1 a 0 y las emociones se entrecruzan: fútbol y rock. El español confiesa que el Rojo es el equipo argentino que mejor le cae (“¿será por el nombre o por Agüero?”, se pregunta), pero que es fana del Real Madrid. Sin pausa, engancha sus admirados: Dylan, claro, más Van Morrison, Leonard Cohen, Wilco, Serrat y Spinetta. En ellos se espeja este cantautor madrileño que visita el país por tercera vez con el objeto de lograr un acercamiento más profundo con el criollaje rockero. Sin su banda La Aristocracia del Barrio, Quique pisará, en plan de trova, el Abbey Road de Mar del Plata –esta noche a las 22– y permanecerá en el país hasta el sábado 25, con un show en The Roxy. “Vine sólo por una cuestión de gastos... La idea es tocar con mi guitarra acústica y, ocasionalmente, algún piano. Hace mucho que no lo hago, pero me tienta porque fluye una energía distinta. Es más íntimo, más hacia adentro.”
González habla en un tono muy bajo, por momentos imperceptible, y con la “jota” profunda, que denuncia su origen. Manipula con paciencia de araña una cerilla fina y blanca con destino de tabaco armado. Y, una vez concluida la faena, fuma uno tras otro. El aroma es dulzón. Está tranquilo. “Es la tercera vez que vengo por aquí, ¿sabes? La primera fue como parte de Laboratorio Ñ, que compartí con Pereza y Lisandro Aristimuño, entre otros. Y después mandé un toque en el Chacarerean Theatre. ¿Sigue existiendo? Me enteré de que han cerrado muchos lugares aquí”, pregunta, con cierta curiosidad. Le gusta estar en Buenos Aires. Tiene amigos y referentes. “Admiro muchas de las cosas que se hacen aquí. Calamaro, clavado. Y Spinetta... Lo vi dos veces al Flaco: una en La Trastienda y otra en el Galileo de Madrid. Las dos veces hizo magia: es un poeta inigualable”.
–Algunos argentinos tuvieron mucho que ver con el primer impulso para que en España se cante rock en español, ¿se acuerda de Moris?
–Pero claro, hombre. El y Miguel Ríos han sido, para mí, los padres del rock en España. Moris es una institución. Tuve la suerte de verle un día, en un ensayo de Calamaro, justo cuando se abrazaban. Moris salió del lugar con un gabán por la rodilla, alejándose por la calle. La imagen me quedó grabada.
El marketing lo presenta como “la flamante sensación del rock español”. Es, cuanto menos, un dato parcial. Cosas del mercado. A lo sumo, él es un intuitivo compositor de canciones inundado de bohemia, que se amolda tanto al todo de una banda –Los Conserjes de Noche, Taxi Driver y la actual La Aristocracia del Barrio– como a las presentaciones en solitario. Lleva seis discos publicados (Personal, 1998; Salitre, 2001; Pájaros mojados, 2002; Kamikazes enamorados, 2003; La noche americana, 2005; y Ajuste de cuentas, 2006) y uno totalmente terminado, a punto de editarse: Avería y redención. “La verdad, pues, es que me considero ambas cosas: un rockero y un trovador. Básicamente, porque me gustan las canciones por encima de todo. Incluso, pienso que se puede ser más rockero cuando estás solo con tu guitarra, depende de cómo lo mires.”
–¿Cuáles son sus preocupaciones esenciales a la hora de escribir una canción?
–Principalmente, ser honesto conmigo. Me preocupa que esa canción pueda transmitir un estado, una emoción. Veo las canciones como una forma de comunicar mis emociones, mis sentimientos. Es algo que me da pudor si no es a través de una música. La canción es como un vehículo, ¿no? Al momento que otro la escucha, ya pasa a ser parte de él. Ya no significa algo sólo para ti.
–¿Cuál es la raíz de sus composiciones? Porque muchas de ellas, sobre todo en su último trabajo, son densas, algo melancólicas.
–Tal cual. La verdad es que no tengo un don especial para hacer canciones festivas. Más bien me sale lo melancólico. Cuando se está bien, se celebran las cosas y ya, pero al componer sale otra cosa. Igual, no veo la melancolía como algo negativo: creo que detrás de ella hay un chip placentero, un disparador.
Enrique González tiene 35 años. Nació y se crió en el barrio San Juan Bautista, un pequeño pueblo de los suburbios de Madrid. Pero hace cinco vive en la montaña de Cantabria, al norte de España, rozando el País Vasco. Allí tiene su base de operaciones y, dato clave, una paz que en Madrid ya no aporta. “Es un sitio ideal para echarse un cable a tierra, después del ajetreo y el jaleo que implican las giras, y tocar. Es un buen sitio para aterrizar”, afirma. Lleva como un trofeo haber compartido un disco en vivo con Jorge Drexler y Enrique Bunbury. Y haber conocido y teloneado a Bob Dylan en Jaén. “Es otra imagen inolvidable: Dylan apareció con un chubasquero, un paraguas y sus botas largas... Muy abrigado, como si estuviese en su micro de gira a 15 grados, cuando allí hacía como 40. Lo tuve a tres metros... Lo que toca esa banda es impresionante. Los veía salir antes de tocar con sus sombreros y sus trajes, y esa fuerza. El y sus músicos son grandes perros viejos, tipos de la ostia.”
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