Vie 02.10.2009
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MUSICA › EXPOSICION “LUTHERIA EN BUENOS AIRES 2009”

El taller de la música

La muestra del Centro Nacional de la Música y la Danza exhibe la labor de unos sesenta luthiers. “Es un trabajo ermitaño, pero teníamos la necesidad de mostrar lo que hacemos”, dice Mariano Maese.

› Por Karina Micheletto

Los luthiers, acostumbrados a ejercer un oficio que tiene mucho de ermitaño, salen a mostrarse. El Salón Nacional de Instrumentos Musicales de Autor “Luthería en Buenos Aires 2009”, que puede visitarse hasta el domingo en el Centro Nacional de la Música y la Danza (México 564), con entrada gratuita, exhibe el paciente trabajo artesanal de unos sesenta luthiers de todo el país. La muestra reúne instrumentos de arco, de cuerda, informales, de percusión, aerófonos y de viento, y entre ellos, el instrumento estrella que fue presentado ayer, ejecutado por Rubén Juárez en la inauguración de la muestra: el primer bandoneón íntegramente construido en la Argentina. O, al menos, “el primero de este siglo”, como dice despreocupadamente su creador, don Angel Zullo, para terminar con las discusiones sobre si alguna vez, en otro siglo, se llegó a fabricar un bandoneón en la Argentina, más allá de que no existen registros de ello.

Organizada por la Asociación Argentina de Luthiers, con el apoyo de la Secretaría de Cultura de la Nación, la exposición de luthería abarca sintetizadores, pianos eléctricos, teclados antiguos, saxos y marimbas de bambú, arpas, guitarras, contrabajos eléctricos, bajos acústicos y eléctricos, armónicas, bombos, liras, guitarras flamencas, los tambores japoneses llamados “taikos”, charangos, flautas dulces, tin whistles. También habrá charlas de especialistas y se presentará la revista Luthier Sapiens, una especie de artesanos. “El nuestro es un trabajo muy ermitaño, pero encontramos que todos teníamos la necesidad de mostrar lo que hacíamos, más allá de las casas de música. Ellos son importadores, su trabajo es comprar, vender y hacer una diferencia; trabajan con objetos. Nosotros somos artesanos, trabajamos con piezas únicas”, Mariano Maese, presidente de la Asociación Argentina de Luthiers –entidad cultural sin fines de lucro creada en 2000– y luthier de guitarras y bajos eléctricos. “En todo este tiempo, hubo un cambio muy significativo en el reconocimiento al oficio”, evalúa Maese. “El primer año teníamos que explicar qué es un luthier, enseguida nos vinculaban con el grupo Les Luthiers, o nos preguntaban si hacíamos instrumentos raros. También hubo un cambio importante en la enseñanza: buena parte de lo básico ya se puede aprender en talleres particulares, eso antes ni se soñaba. La luthería estuvo al borde de la extinción porque empezó a volverse muy hacia adentro, era un oficio de inmigrantes y si no había descendencia hereditaria, su saber se perdía.” Maese define su trabajo como un oficio, y no como un arte: “El que hace arte es el músico, nosotros estamos para darle lo que necesita, y nuestra primera paga es su aceptación”, asegura. “Si algo tiene de particular nuestro oficio es que requiere de paciencia y de tiempos que son diferentes a los del mundo actual. Nuestros tiempos son de otra época. ¡No conozco ningún luthier con guita, esa es la prueba de que venimos a destiempo!”

Angel Zullo se tomó el tiempo necesario cuando se jubiló, después de 45 años de trabajo como técnico aeronáutico en Aerolíneas Argentinas, construyendo repuestos de aviones. Zullo fue bandoneonista, llegó a tocar en varias orquestas barriales y tuvo que esperar para tomarse el tiempo de cumplir su sueño: fabricar un bandoneón. Lo logró a los 73, le tomó cinco años y medio, y, según sacó la cuenta, 6044 piezas: “272 voces, 272 remaches, 71 balancines, 71 teclas, 71 resortes, 32 muñequitos, que son de las teclas más agudas, dos tapas, un fueye, que tiene 60 punteras, 60 cueritos”, según su enumeración.

“Este primero está hecho con peines de bronce, lengüetas de acero, detalles en alpaca y lustrado a goma laca. Como el Doble A, está afinado en 442. Este instrumento es la base para la fabricación de un segundo modelo con plátinas de aluminio, y del modelo final con plátinas de zinc”, cuenta Zullo, que considera un prototipo a su primera creación, y ya está ajustando un segundo bandoneón, junto con su hijo Gabriel. “Varios bandoneonistas ya vinieron a probarlo: Rodolfo Mederos, Néstor Marconi, ahora Rubén Juárez... Todos me dan resultados positivos, y también me indicaron algunas mejoras que fui incorporando. Porque el objetivo es ir consiguiendo cada vez un mejor instrumento.”

Lo de Zullo y su hijo es una rareza cuya historia se puede apreciar en la página web www.bandoneonargentino.galeon.com. La fabricación de los legendarios Alfred Arnold (los famosos “Doble A”) se detuvo en 1942, con la Segunda Guerra Mundial, y se interrumpió definitivamente en 1964. Los bandoneonistas se las arreglan con los modelos reparados que circulan desde entonces, pero poco a poco van surgiendo alrededor del mundo intentos de alcanzar un bandoneón de aquellos niveles de calidad. Para eso, entre otras cosas, existen los luthiers.

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